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Rodríguez Zapatero debe ceder

Rodríguez Zapatero debe ceder

martes 11 de mayo de 2010, 22:47h

   En diez días naturales de calendario, han acontecido en el mundo más sucesos trascendentales en el ámbito económico que en los diez años anteriores, llevando no solo a los pusilánimes sino también a las personas más recias  y briosas a situaciones, agobiantes y hasta angustiosas. Porque, aunque se lleva dos años hablando de la extensión  y magnitud de la crisis económica y de las dificultades para salir de ella, en los últimos días han coincidido dos fenómenos de gran relieve que han amenazado con dar al traste con toda la arquitectura levantada o en proyecto para restituir el crecimiento económico.
   
    De modo discreto se ha comprobado que al otro lado del Atlántico las reformas acometidas por el presidente Obama tenían crecientes dificultades, no solo en su reforma sanitaria, quizá la más vistosa, sino también para acentuar la intervención de los reguladores en la economía, quizá demasiado poderosos para ser embridados. Simultáneamente, algunos potentes fondos y grupos inversores, han aprovechado la aparente debilidad de la moneda europea y el alto déficit de algunos Estados para poner en marcha acciones especulativas de gran alcance que han hundido las bolsas europeas y, a la inversa de lo que es normal, han afectado a los mercados de Wall Street y Tokio.

   La crisis de los mercados, que alcanza también a muchas materias primas, se ha superpuesto a la persistencia de la recesión y a las dificultades para obtener  paulatinamente un crecimiento económico que incentive la inversión y el consumo. En tanto, el hundimiento de las finanzas griegas y el ataque al euro, han sido el desencadenante de una reacción rápida y enérgica de líderes políticos de la zona euro para la creación de un fondo de rescate y el planteamiento de unos objetivos precisos para sanear las finanzas de los países miembros. Y de aquí es de donde cobra sentido el rótulo de este artículo: porque al presidente español se le ha exigido, y él ha aceptado, una reducción más amplia del déficit público. Y esta exigencia conlleva que deberá ceder en alguno o varios de sus tibios planteamientos para salir de la crisis.

     La primera acción parece que deberá afectar a algún tipo de inversiones públicas que generan poco empleo, aunque sean espectaculares. Lógicamente, aquí tendrá la oposición de las grandes empresas constructoras, como ya lo tuviera indirectamente con los Fondos para Entidades Locales y el Fondo Especial para la Dinamización de la Economía y el Empleo que han demostrado una alta capacidad para generar empleo aunque sea temporal, como también las medidas para rehabilitación de viviendas.

    La segunda acción, una vez puesto orden en el sector financiero de las Cajas, es abordar la reforma laboral con realismo y valentía. Tras meses de conversaciones a tres bandas sin apenas resultados, en tanto se deterioraba la situación económica y el empleo, se hace necesario buscar la fórmula que con o sin consenso aborde una reforma que se hace imprescindible si se quiere preservar los derechos de los trabajadores al tiempo que se mejora la competitividad de nuestra economía. Las políticas activas de empleo se han manifestado ineficaces, las prestaciones por desempleo presentan una rigidez que las hacen injustas y desincentivadoras, las formas de contratación y de negociación colectiva no favorecen las potencialidades singulares de las pequeñas empresas. Las fuerzas sindicales ya han avisado sobre las posibles consecuencias de una merma de los derechos adquiridos por los trabajadores, pero hay que suponerles la inteligencia suficiente para aceptar soluciones que aseguren el futuro económico y laboral. Y si esto es así, el Gobierno tiene que actuar con presteza y decisión, como lo ha hecho con la reducción del déficit, porque es general el clamor por abordar las reformas estructurales económicas, y señaladamente la del mercado laboral,  desde todos los puntos y también de los más de cuatro millones de desempleados que contemplan cómo se van reduciendo sus expectativas de recibir una prestación. Aunque afecte a su popularidad, tampoco ahora muy brillante, Rodríguez Zapatero debe ceder a las demandas de una sociedad que quiere seguir homologada en su bienestar con Europa.

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