No hablo de las guerras, ni siquiera de la nuestra, en la que morir fusilado en uno y otro bando muchas veces dependía sólo de ser consecuente con las propias ideas, no de ser responsable de nada. Todavía en demasiados lugares del mundo la pena de muerte sigue siendo “legal”, aunque sea siempre moralmente ilegítima. Los dictadores demasiadas veces no tienen que dar cuenta de sus crímenes y hasta son defendidos por políticos, intelectuales y otros ciudadanos “demócratas”. Pero son dictaduras. Que en un país democrático, abanderado de la libertad, siga vigente la pena de muerte y un condenado muera ¡fusilado! ofende a todas las conciencias.
Acaba de suceder en Utah, en Estados Unidos, donde Lee Gardner, 49
años, 25 en prisión, ha muerto ejecutado por cinco verdugos. Es cierto que en ese Estado americano desde 2004 ya no se aplica la muerte por fusilamiento, pero él la pidió acogiéndose a que su delito se había cometido antes de ese año. Todavía queda otro Estado, Oklahoma, donde si se permite esta fórmula denigrante si es que hay alguna que no lo sea porque todas lo son en su propia esencia. Gardner murió con la cabeza tapada por una capucha y una diana blanca cerca del corazón. Para que no fallara el pelotón de fusilamiento. Pero para evitar “malas conciencias” y hasta pesadillas, sólo cuatro de las cinco balas que dispararon los cinco agentes armados con rifles, eran de verdad. Una era de fogueo. Cada uno de estos mercenarios de la muerte pensará que la suya no mató a nadie. Es una hipocresía inmoral.
La pena de muerte fue restaurada en 1976 por decisión del prestigioso y venerado Tribunal Supremo de los Estados Unidos. Desde esa fecha 1.217 personas han sido ejecutadas en el país, la mayoría de ellos en Texas. Para que vean ustedes que ni los países más libres, más demócratas han llegado en algunos asuntos al siglo XXI ni los altos tribunales dejan de equivocarse aquí y en Estados Unidos. Hay muchas más condenas “legales” contra las personas. Pero la pena de muerte es un anacronismo que nadie debería defender hoy. Y que nadie debería aplicar nunca. La vida humana, también la de los niños que no llegan a nacer por decisión de sus padres, debería ser protegida siempre y en todo lugar.
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