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El espejismo cubano

lunes 26 de julio de 2010, 05:22h

Hacía mucho tiempo que no se veía la figura de Fidel por ningún lado. La tierra se lo había tragado —o eso parecía— al más profundo de los avernos. Entre su mala salud de hierro salía vestido de veterano en fotos que parecían daguerrotipos, con algún acólito. Hugo, Huguito Chávez intentaba salir en todas aquellas instantáneas junto con Fidel, por aquello de los réditos políticos.

Lejos quedaban las últimas imágenes de televisión de Fidel Castro en ropa deportiva, moviéndose como un autómata, como un muñeco desarticulado, aparentando que estaba mucho mejor de lo que realmente estaba. Pero aquel ritmo de enfermo era tan inquietante como las figuras que desaparecieron con él, como las que entraron con el “nuevo equipo”. Su hermano Raúl se encargó de enterrar a los viejos “despojos” y colocar a sus piezas de ajedrez.

Pero Fidel, Fidel reaparece al cabo de los años otra vez. Y lo hace con fuerza. Primero, en el “objetivo” Granma. Luego, en la versión apocalíptica y televisiva donde predice el “final del mundo” cuando Estados Unidos e Israel ataquen Irán y los persas respondan y no precisamente con AK-47. Luego ha aparecido en diversos lugares de su querida Cuba. Fidel ha pasado de ser un cadáver a un hiperactivo impenitente.

Y es que el revolucionario dictador sigue igual. Pareciera que se hubiera estancando en una senectud eterna, que el tiempo se hubiera parado en torno a su figura. Parece que le ordena a la Eternidad ser inmortal; él que, como todos los dictadores todo lo puede. Pero también se observa que los últimos años ha habido gestos, muy tímidos, pero gestos hacia la apertura.

Recientemente llegaban a España nueve opositores al régimen. Casi todos eran pensadores y periodistas que habían sido encarcelados porque pensaban “distinto” al revolucionario dictador. Es un exilio forzoso, un ostracismo involuntario. Pero quedan muchos, centenares de presos que siguen en las cárceles cubanas y que pueden seguir ahí hasta que Fidel deje de existir de verdad.

Ahí están Raúl y Fidel, Fidel y Raúl. Los Castro. Los revolucionarios que quisieron hacer de Cuba su finca como antes lo hizo Batista. Lo mismo me da que me da lo mismo. Ahí están jugando al juego del despiste. De lanzar mensajes a la opinión pública mundial de que se respeten los derechos humanos, de que también son demócratas y libres ¡Viva Cuba libre! y de que están dispuestos a hablar con unos y con otros. Están incluso, involucrando a la Iglesia y a Estados Unidos para que se impliquen en las excarcelaciones.

Pero no nos engañemos. Es una pantomima. Esta gente me recuerda a las imitaciones de los relojes en Chinatown en Nueva York, donde se consiguen imitaciones casi perfectas. Sin embargo, en el fondo, no dejan de ser burdas imitaciones. Lo mismo ocurre con los Castro. Hacen replicas, señuelos de progresismo al mundo para que el mundo diga que están cambiando. Pero no es cierto. Todos los sabemos. Es el espejismo del calor cubano.

Opinión extraída del Periódico Milenio 25/07/10

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