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Crónicas estivales (I): Las maletas

Crónicas estivales (I): Las maletas

lunes 02 de agosto de 2010, 18:20h
Pues anda que empezamos bien. Al final, ni playa ni montaña ni viaje al extranjero. Ni hotel ni apartamento ni casa rural. Ni chiringuito ni espetos ni barbacoas. Toda la familia al pueblo al piso de los abuelos, que es más baratito y no están las cosas como para dilapidar con la que está cayendo. Comienzan las vacaciones y comienza el trabajo a destajo. ¿Quién dijo que esto era un tiempo de descanso? Primero, hacer las maletas. Vamos a ver qué me llevo. Miro el armario y me entra un no se qué que sé yo que me dan escalofríos. Por mí, con unas chanclas, unos pantalones cortos y un par de camisetas iba aviao, pero mi señora, con cara de malas pulgas y a voz en grito que de verdad asusta, dice aquello de:

-No empecemos, no empecemos. ¿Tú eres tonto o qué? ¿Cómo no te vas a llevar una camisa decente, chaqueta y corbata? Y cuando lleguen las fiestas del pueblo, ¿qué te pones, las chanclas y la camiseta de piolín? No, si ya me lo decía mi madre cuando empezamos a salir. Niña, andate con cuidado que ese zarrapastroso no te conviene. Venga y no hagas más el imbecil. Dobla camisas y pantalones, y dóblalos bien que después llegan hechos un asco y me toca a mí planchar con el calor que hace. ¡Ah! Y que no se te olviden los calcetines y los zapatos de vestir que tú eres muy despistado y cuando llega la hora, tengo que ir deprisa y corriendo al mercadillo del pueblo a comprarte algo en los gitanos.

Uno, que sobre todo es obediente y detesta las bullas en las que tiene todas las cartas para perder, asiente y dobla camisas, pantalones, calzoncillos, pijamas, camisetas, calcetines, zapatos y...corbatas, y como tiene que pagar el cabreo con alguien, comienza a darle voces a los niños que, como es habitual, pasan de todo:

-Alvarito, hijo, ¿quieres dejar la dichosa play y empezar de una vez a hacer la maleta que se va a cabrear tu madre y vamos a pagar el pato todos? Y tú, Esperancita, cuelga el móvil de una puñetera vez y mete los bañadores en la bolsa de la playa. Vale, no me lo digas, ya sé que no vamos a la playa, pero tendreis que llevaros bañador para meteros en la piscina hinchable que la abuela coloca en el patio.

Sudando la gota gorda, aprietas toda la ropa dentro de la maleta, que más que de vacaciones parece que te mudas de casa, e intentas cerrarla. La puñetera se resiste hasta que, con un supremo esfuerzo,  logras que la tapa encaje y la cremallera cierre. Es en ese momento cuando oyes a la parienta decir aquello de

-Pepe, cariño, mira a ver si te caben mis sandalias de fiesta que en mi maleta ya no hay sitio.

Maldices, te acuerdas de tu suegra, pones excusas de que allí ya no cabe ni un alfiler y, pese a todo, acabas abriéndola otra vez para no enrarecer más un ambiente que echa chispas y que lleva camino de convertirse en un divorcio expres.

Pero todo llega y, después de esperar dos horas y media, con tu abultada maleta delante, a que tu mujer y tus niños acaben la faena, pasas revisión a todos los rincones de la casa. El gas cerrado, la luces apagadas, las ventanas cerradas, la tele y el equipo de música desconectados. Cierras la puerta y llegas al coche. Y ahí comienza la Ssgunda aventura. A ver cómo consigues empotrar en el maletero del Opel Corsa las cinco maletas -dos de tu mujer, dos de tus hijos, una tuya- además de tres mochilas, dos bolsas de zapatos, la bolsa de la playa, y decenas de bolsas de plástico cuyo contenido ignoras y no quieres conocer para evitarte un disgusto mayor. Tras una hora intentando encajar el puzzle, lo logras y es entonces cuando a alguien se le ocurre aquello tan gracioso de "vaya, me he dejado olvidado en el neceser las pastillas contra el mareo y ya sabes que sin ellas no soy capaz de aguantar ni un kilómetro". Porque, claro, el neceser en cuestión está guardado en el fondo de la primera maleta que metiste en el coche. Así que optas por decir aquello de que "pararemos en la primera farmacia que encontremos" y si te vi no me acuerdo. Te quedan por delante casi quinientos kilómetros de atascos bajo un sol implacable y con el aire acondicionado estropeado. Pero esa es otra historia que les contaré mañana.
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