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Somos un río de pie

Somos un río de pie

jueves 02 de septiembre de 2010, 01:23h
Los dueños del Bicentenario, de ese grito de rebeldía y de bronca son aquellos que empuñaron el arma, que montaron sus caballos, que derramaron lágrimas, que desparramaron sangre en los campos de batalla, que quedaron mutilados, que fueron perseguidos, desterrados, asesinados y marcados para siempre. Estos son los autores de estos 200 años que este 24 de septiembre volverá a tronar y estremecer a la América toda.

Esos los que murieron por la tierra cruceña en las guerrillas por la Independencia del yugo español son hoy los rostros del pueblo que no sucumbió ni se puso de rodillas ante las presiones, chantajes, represiones, imposturas y acusaciones de los poderosos, de esos que están en las alturas y los que están en las llanuras. “Somos un río de pie”, grito de reafirmación y de respeto de lo que el cruceño y la cruceña se asumen a sí mismos: un río cristalino, que va desplegándose a lo largo y ancho de los espacios geográficos y dejando a su paso su identidad, esa que es singular y peculiar al resto de los que habitan la Patria grande, Bolivia. República, Nación, Estado plurinacional, país, pero nuestra al fin y al cabo.

Septiembre será el mes en la que seguramente aparecerán aquellos “cruceñangos”, de esos que buscarán adueñarse del Bicentenario y empezarán a mover el dedo para pretender clasificar y marcar a unos y otros, apoyados por una legión de medios de comunicación, para seguir dividiendo las aguas, sembrando el odio y la intolerancia. Los habrá también ciertos locutorcitos de radio y de televisión vociferando que esta fiesta es de los cruceños y de nadie más, y los que piensan diferentes son traidores, enemigos, disidentes, parias, impíos de la cruceñidad. Por suerte serán los menos, pero éstos tienen presencia mediática y espacios gratis en la televisión, haciendo creer que es el sentimiento mayoritario de este pueblo, pero este pueblo ya le perdió el miedo a los impostores y violentos. Es que el “secreto de la libertad está en la valentía”, y en estos 200 años, la Santa Cruz democrática, esa que se refleja en los rostros de obreros, de campesinos, de indígenas, de jóvenes, de mujeres, de niños, de trabajadores de la prensa, de empresarios, de maestros, de pueblo siempre alzó las banderas de la libertad y no lo hizo de rodillas.

Pero dejemos de lado a los malos de la película para decir junto a Raúl Otero Reiche, “somos un río de pie”, claro que lo somos, y eso lo han demostrado las instituciones y su gente para vencer las dificultades que década tras década se tuvo que enfrentar, pese al abandono y olvido de los gobiernos de turno. Estos hombres y mujeres con el fusil en el pecho, y el azadón en las manos, alzaron el puño en alto para no ser derrotados ni por el poder político ni por las injusticias de la historia, pero también esos ciudadanos dejaron en claro que con el grito de Andrés Ibañez “todos somos iguales”, se generaría grandes revueltas y cambios para derrotar las taras y las desigualdades del desarrollo cruceño, de ese que no quería redistribuir la riqueza ni los recursos naturales.

También para decir junto a Leonor Ribera Arteaga (1906-1984), “esta es la ciudad nuestra, capital de Bolivia en las batallas, y en un cercano día/capital en la paz por su pujanza!”, esas batallas que libramos todos los días, y no solo aquellas en las que truenan los cañones, los fusiles, los huesos, de igual manera, esas batallas por la democracia, para que ésta sea un instrumento de lucha por mejores condiciones de vida.

Ahora es el tiempo de las batallas de las ideas, de los debates ideológicos, de la confrontación de propuestas y de aportes, atrás quedaron esos días de los insultos, de las vociferaciones de ciertos liderazgos y de las sentencias de “muerte civil”, dictadas desde alguna sede cívica, pretendiendo imponer el discurso único.

Para decir con Oscar Barbery (1929-1998): ¡Santa Cruz!/No te queremos botín de vencedores/o de arañas inerme y desvalida prisionera/tampoco serás campo de combate de oscuras ambiciones/ni ingenua víctima de dulzones halagos”. Esta nuestra Santa Cruz no es el canchón de nadie, ni hacienda particular de ningún político o autoridad de turno, ni somos sus ovejas, ni centro de experimentos, ni laboratorios para ensayos estratégicos que pretendan destruir lo que nos legaron los guerrilleros y nuestros antepasados: la dignidad, la valentía, el orgullo de reconocernos mestizos, guaraníes, chiquitanos, guarayos, ayoreos y mojeños.

Para tomarle la palabra a Rómulo Gómez (1902-1931), que nos impulsa con estos versos: “¡porque retemplas fuerzas de gigante/porque tu vientre augusto y palpitante/gesta el prodigio eterno de la mies/por eso, Tierra santa, eres sublime”.

Ante tantas calamidades y desastres sufridos por los pobres y los indígenas, que fueron gigantes en sus momentos precisos, y porque esta tierra, que a pesar de que durante muchos años, estuvo concentrada en pocas manos, abrió su vientre para dar de comer y de beber a miles y miles de compatriotas que llegan y llegan para sentir la ley del cruceño, la “cordialidad”.

Y para rematar, la arenga de Mario Flores (1901-1955), muy actual ante los retos que hemos asumido, que dice así: “Tienen la noble talla/de aquellos caballeros/que valientes templaron sus aceros/con el fuego y su sangre en la batalla/que lucharon del Pari en la llanura/contra huestes feroces de Aguilera/bajo el cielo y el sol de una bandera/que Warnes defendía con bravura”. Es que la historia se repite, es cíclica, siempre es viva y presente, está en movimiento permanente, nunca se queda atrás o en el archivo. Lo malo que los propios historiadores no quieren entender esta dimensión. Bueno, a lo largo de los siglos han luchado los hombres y mujeres de Santa Cruz frente al centralismo andino y ante los afanes violentos y separatistas de los radicales, batalla que ha significado la puesta en marcha del proceso de las autonomías, como mandato constitucional en democracia, antes que llegaran a triunfar los cómplices y los amigos del aventurero grupo Rözsa.
 
 
 
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