Miguel Ángel Aguilar, en su columna de este lunes en La Vanguardia, establece un paralelismo entre el impulso definitivo que recibió la catedral de la Almudena de Madrid para su culminación por parte de los Gobiernos de Felipe González y el empujón definitivo de la Sagrada Família, en este caso, con Montilla de supuesto protagonista. Bueno, no es exactamente así por cuanto el templo expiatorio barcelonés no estará acabado con la consagración papal de domingo, tampoco las obras no se han detenido nunca -véase la fachada de la Pasión, remodelada por Josep Maria Subirachs en plena época del Gobierno de Jordi Pujol en la Generalitat-, y porque, de hecho, ningún Gobierno ha contribuido a alzar un templo que, por expreso del propio Antoni Gaudí, se ha construido a base de cuestaciones populares o inversiones privadas.