Aunque ya viene de lejos y no es tema específicamente puntual, corre la vieja especie en estas elecciones catalanas de centrar el debate en los temas que, de verdad, importan a la gente. Y se entiende que éstos son, generalmente pero más en las actuales circunstancias, la economía y el empleo. Paradójicamente, al final todos -¡todos!- acaban jugándose los votos con banalidades como los toros o los correbous, temas en los que ponen un extraño énfasis pero que, además, y a tenor de las reacciones populares parece que también se incluyen en 'lo que de verdad importa'.
Y es así como los máximos defensores de esta máxima, la de las cosas que importan, arremeten contra quienes centran sus objetivos en cuestiones que afectan a la estructura estatal: ya sea la independencia, el Estatuto o, incluso, el concierto económico. Y es evidente que, a primera vista podrían tener razón. Pero si reflexionamos veremos que, en realidad sólo la tienen en base a un cortoplacismo electoral alimentado, sin duda, por una escasa cultura política de la población.
Porque, de hecho, no debe existir ninguna contradicción entre el debate territorial y la solución a los problemas inmediatos. Antes al contrario, la segunda cuestión debería estar supeditada a la primera porque, precisamente, está incluidos en la misma.
Es evidente -y más allá de los condicionantes externos- que pertenecer a un Estado u otro o tener una estructura territorial de una u otra índole determinan diferentes modelos de gestión que inciden en los problemas que 'de verdad importan'. Y en el modo de solucionarlos. Por ello, el debate sobre la estructura estatal sí debe ser importante en estas elecciones y, de hecho, en la vida política habitual.