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Entre compadritos nos entendemos

Entre compadritos nos entendemos

jueves 13 de enero de 2011, 23:48h

Además de Pascual Contursi las figuras más conocidas de estos primeros años del tango son el argentino Ángel Gregorio Villoldo y el uruguayo Alfredo Eusebio Gobbi. En estos años el tango ya estaba dividido en dos corrientes o mejor dicho en dos estilos.

 Un tango era el del peringundín, hijo de la milonga y del milonguero que a su vez descendía de los payadores; el otro tango era el de la zarzuela, hijo del “género chico español”, que tuvo una enorme popularidad en los escenarios rioplatenses por medio de los cuplés u chotis madrileños.

 Así es que el maestro José Gobello manifiesta que los compadritos de Villoldo tienen el desparpajo y la fachenda de los chulos expresados en las letras de los cuplés y opina que las primeras letras para tango son españolas en su forma pero lupanarias en el fondo. Destaca que la importancia de Contursi estriba en que fue él quien expresó al nuevo porteño, que no era ya el compadrito con aire de chulo, sino el hijo de inmigrantes, con tristeza de gringo desarraigado.

 Para Gobello las letras de tango se pueden agrupar en tres períodos: a) entre 1880 y 1895, época de las manifestaciones prostibularias –los tangos del queco--, con sus  versos pobres, obscenos y de honda connotación social; b) entre 1895 y 1918, una etapa que se caracteriza por la ausencia de difusión pública de las letras de tango. El tango iba entrando despacito en la ciudad y no era conveniente la difusión de unas letras escandalosas. Son años en los que el centro de atracción está en la danza y el bailarín es un iniciado que baila casi de forma religiosa y no puede distraerse con el canto; c) después de 1917, con la acertada letra de Contursi Mi noche triste, originalmente titulada Percanta que me amuraste, en la que se desenvuelve un argumento que permite el ingreso del cantor para servir de vehículo de expresión del sentir urbano rioplatense.

 Del contacto y conflicto entre la ciudad y la campaña, surge un tipo intermedio, producido en la clase baja y más abundante en los arrabales que en el centro; el compadrito. El compadrito es una derivación del gaucho. Realmente es un intermediario entre el gaucho y el cajetilla: tiene los vicios de ambos, pero no siempre sus virtudes. Es peleador, jugador, tenorio y haragán como el gaucho malevo; presumido y pedante como el cajetilla de la ciudad. Híbrido bizarro de las tres razas, blanca, negra e indígena, tiene sus costumbres, sus modos, su lenguaje y sus conceptos particulares. Es el chulo platense, usa cuchillo, golilla al pescuezo, flor en la oreja, melenita, sombrero requintado y botín de tacón. Vive en los almacenes, en las canchas de bochas, en los garitos, en los clubes electorales, en los reñideros de gallos y en los bailetines. Pero este tipo, en sus modalidades generales se extiende a gran parte del pueblo. Casi todo el proletariado criollo de la ciudad tiene algo de compadre: carreros, carniceros, pintores, tipógrafos, guardatrenes, gente de oficio y vida honesta, ofrecen catadura de compadritos, en el vestir, en el requiebro y en el lenguaje. No está desprovisto de gallardía machuna este tipo; tampoco carece de virtudes; generalmente es honrado, generoso, buen compañero y admirador del talento, tanto como el coraje. Toca la guitarra y canta, complicando la sencillez gaucha con floreos cursis y requiebros sensuales. Su lenguaje es metafórico, con el del gaucho, lo que revela imaginación y está lleno de giros burlescos y de reticencias; habla casi siempre chanceándose de las cosas, pero en el fondo es pasional y triste; tiene predilección por el baile, al que imprime la modalidad guaranga de su temperamento.           Alberto Zum Felde

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