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Botín, el Doctor Moreau y la República

viernes 01 de abril de 2011, 14:13h
El dinero no tiene alma; tampoco el mercado: adjudicarle virtudes o defectos morales es un truco barato, tanto como animalizar al ser humano o humanizar al animal. Cada cosa en su sitio, sin que necesariamente ese sitio sea peor: para defender al lince no hace falta compararle con un niño, y quienes lo pretenden demuestran que no saben muy bien qué es un lince ni qué es un niño: se empieza llevando el caniche a la peluquería y se termina emulando al Doctor Moreau, el Mengele imaginado por H.G. Wells que experimentaba con cruces de hombre y cerdo, ahora tan actuales. Emilio Botín probablemente apoya a Zapatero, que se deja apoyar en cualquier hombro como un borracho en la Gran Vía con tal de no caerse en una boñiga o un charco, porque le viene bien a su negocio y le acerca a algún objetivo: ganar lo máximo, arriesgar lo mínimo, emular a Rosell hablando de fútbol aunque aquí el 5 sea un banco y el 0 los millones de arruinados y, finalmente, quedarse con las cajas de ahorro que le interesen. CAM, Bankia, cualquier mientras tenga pelo. La lógica del sector financiero es aplastante, y pedirle otra cosa equivale a esperar que un lobo declame poemas de Góngora o que Góngora devore conejos como un lobo: vale para los dibujos de Walt Disney, plagados de ardillitas animadas y príncipes de corazón partío, pero en la selva urbana es una sandez esperar que la máquina tenga sentimientos como un replicante de Blade Runner. Aquí no hay naves en llamas más allá de Orión ni humanoides enamorados, sólo cuentas de resultados frías como el trasero de un pingüino. Otra cosa es la política, o esta política, que tiene mucho menos que alegar para justificarse. Zapatero sabe, o debe saber, que el 70% del empleo y el 70% de los ingresos fiscales del Estado dependen de los tres millones de empresas de las cuales apenas unas miles superan los 6 millones de euros de facturación y que, pese a su impacto en la estabilidad del país, carecen de financiación de esos mismos bancos que celebran picnics monclovitas y se comportan como Nerón en el incendio de Roma: tocando la lira y brindando con buen vino mientras el resto arde en barbacoa. Botín hace su trabajo, pero es muy difícil decir que el Gobierno esté haciendo el suyo: tras presumir de rodiezcismo, y abrir Progeland en primavera; lo cierto es que en el invierno sólo ha sido capaz de encontrar argumentos para quitarle más al que menos tiene y ayudar como nunca al que más tenía: banca, ladrillo y energéticas. Será inevitable para evitar males mayores, pero retrata a la perfección la escala de valores: primero nos hacemos los proletarios para que nos voten; después les asfixiamos para mantenernos; más tarde nos juntamos con los que saben y ayudamos a los que tienen y, por último, les pedimos trabajo cuando perdamos el que teníamos. Eso sí, Viva la República.   Puedes seguirme en Facebook y en Twitter
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