Nunca hemos tenido los españoles una situación de más prosperidad que en nuestros días. No es que hayan desaparecido las diferencias sociales, pero viendo cómo el personal se convierte en hormiguero alrededor de las grandes áreas comerciales que flanquean ya todas nuestras capitales se aprecia a simple vista que el grueso de la población sale adelante. No hay, pues, tensiones sociales derivadas del reparto desigual de la riqueza como ocurre en tantos otros países.
Pese a esta evidencia, un viajero no avezado en la intra historia cainita de nuestra Patria llegaría a la conclusión de que el país está poco menos que al borde del abismo. Leyendo algunos periódicos tendría la impresión de que el precipicio mismo ya es el paisaje de nuestro mundo.
La exageración que tanto crédito tiene entre nosotros nos ha conducido a un período de confrontación política cuyo rasgo principal es la crispación sin tasa.
No hay puentes entre la derecha y la izquierda. Entre el PP y el PSOE. Por faltar, falta hasta la cortesía mínima exigible entre quienes gobiernan y quienes critican al Gobierno. Qué el presidente Rodríguez Zapatero no saludara el día de la Constitución al líder de la oposición es igual de grave que el hecho de que el señor Rajoy no se acercara al presidente pata estrecharle la mano. Estos señores quizá no lo sepan pero con actuaciones como la del otro día en el Congreso están proyectando un mensaje de crispación que la mayoría de los ciudadanos no respaldamos.
Que con la complicidad de algunos purpurados ciertos farsantes de la radio se estén haciendo ricos intentando resucitar las dos Españas debería quedar como un ejemplo de desvarío sin más recorrido que el de cualquier obra de teatro. La siembra de cizaña no debería encontrar eco en una sociedad madura y articulada como la española.
Con su desencuentro del día de la Constitución, los señores Zapatero y Rajoy alimentaron la imagen de una división política que es instrumental; la azuzan algunos políticos y quienes han convertido la profecía de la catástrofe en un negocio. ¡Joder qué tropa¡ -como diría Romanones-, a ver si ahora que llega la Navidad nos dejan un rato en paz.