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La memoria histórica y el esparto

domingo 05 de agosto de 2007, 16:15h
Durante muchos meses, el debate sobre la necesidad o no de hacer una Ley de la Memoria Histórica ha llenado páginas y páginas de periódicos y revistas. La derecha, poco proclive a este tipo de cuestiones porque todavía viven muchos de los que se pegaron al régimen franquista como lapas, se ha dedicado durante este tiempo a tildar de arcaico y antiguo hablar de la pasada dictadura. La izquierda socialista, que se ha limitado a dar discursos pero sin concretar nada, todavía está dispuesta a aprobar una norma sobre este tema. Otros consideran que lo que se dejó sin hacer durante la transición no merece la pena rescatarlo ahora. ¿O sí? Sí lo sabe un campesino de Illana, que bien podría ser  conocido como el sultán de la vega.

Él lo niega. El origen de este pueblo de la Alcarria baja de Guadalajara es tan antiguo como el propio Herminio, quien, además de explicar que por allí pasaba la vía romana,  destaca  que está bañado por el río Tajo, cuyas orillas, al menos en sus tramos más amables y transitables, fueron asiento de abundantes villas y explotaciones agrarias en la época del Imperio. Este paisano, agradable conversador, me deleita la comida preparada por activos vecinos de Illana —con la caza obtenida en días anteriores— con historias sobre su propia existencia. Pastor de rebaños en otros tiempos en los que el hambre había que atajarla buscándose la vida con el esparto, que fue  durante muchas generaciones la materia prima para realizar todo tipo de utensilios de uso cotidiano. Con el  esparto, unas fibras obtenidas de diversas plantas silvestres del grupo de las gramíneas, se hacían  los cuévanos que servían para cargar frutas e incluso para el transporte de uva; los cestos para coger rosas;  las cuerdas de jareta para atar gavillas de sarmientos o colgar melones, o los forros de pleita en botellas y garrafas.

El sultán de la vega cuenta sin rencor que el esparto,  que en aquellos años de hambre, miseria y miserables gobernando España crecía salvaje y cubría casi todo, era la excusa perfecta para entrenar a la Guardia Civil. Las fincas de los señoritos, inundadas de esparto que no utilizaban, se convertían a veces en el ‘lugar de juego’ para muchos que, como Herminio, buscaban unas gavillas para atajar el hambre. Cuando esto sucedía, los beneméritos de Illana perseguían a los 'ladrones' del esparto salvaje para quitárselo y si era necesario soltar alguna colleja al hambriento “ladrón”.

Mientras paladeo las patatas y los conejos, encerrados en una sartén de la que comemos todos, el viejo pastor recuerda las putadas que hacían los guardias civiles  a los que cogían esta planta para obtener, con los objetos salidos de trabajarla, algo para poder llevarse a la boca. Este buen hombre, que no pide nada contra nadie, sólo quiere que la memoria no se pierda y que de boca en boca se siga explicando lo que hacían los amos de los botines de guerra con los que nada tenían, más allá de la vergüenza de ser maltratados por ser trabajadores honrados.
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