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POLÍTICA: La marea azul pierde fuelle

POLÍTICA: La marea azul pierde fuelle

jueves 29 de marzo de 2012, 17:23h
"Es un compromiso de nuestro Gobierno decir la verdad". La frase, elevada a rango de norma, fue pronunciada por la vicepresidenta primera, Soraya Sáenz de Santamaría, a las 14.45 horas del 30 de diciembre de 2011. Se celebraba la rueda de prensa tras el segundo Consejo de Ministros de Mariano Rajoy, y el primero en el que realmente se adoptaban acuerdos importantísimos de Gobierno. Pero la frase tenía un fallo: el Ejecutivo anunció acto seguido un incremento sustancial de impuestos, cuando Rajoy, en campaña electoral y en su investidura, lo había negado más veces que San Pedro negó su proximidad a Cristo. Más que agua, ahí se vio que el Gobierno comenzaba a hacer chapapote. Tres meses después, la marea azul pierde fuelle.
Han pasado sólo cien días desde aquella rueda de prensa de aquel segundo Consejo de Ministros y la credibilidad del Gobierno, si lo pasamos por el tamiz porcentual, ha bajado más rápidamente que en ningún otro periodo de la historia. El Ejecutivo de Rajoy surgió de unas urnas que muy mayoritariamente habían votado cambio político, cambio económico, cambio de actitud -y también de aptitud- y cambio social.

Profundamente desilusionados, los españoles habían apostado el 20 de noviembre por la ilusión, por la esperanza, y apenas un mes después de aquel famoso "siempre diré la verdad" se vio que en política la verdad es, siempre, más falsa que los euros de madera. La ilusión y la esperanza empezaron a tornarse escepticismo y negrura.

En diciembre de 2011, Rajoy afrontó una España más 'invertebrada' que nunca, conformada por unas pérfidas realidades: políticamente, la situación era de absoluta desidia, de desgana, de espíritu de derrota; parlamentariamente, nacionalistas vascos y catalanes hacían su 'agosto' particular repartiéndose los despojos de lo nacional para que Zapatero y su equipo consiguieran sacar medidas calificadas de antisociales por la izquierda real; socialmente, el guerracivilismo se había reinstalado en la sociedad y lo había hecho en forma tentacular; económicamente, el país era un desastre elevado a la enésima potencia.

Muchos españoles creyeron que la debilidad del Gobierno socialista tenía nombres y apellidos -el muy peculiar Rodríguez Zapatero y los muy peculiares ministros suyos-, y confiaban en una imagen de la derecha según la cual eran mucho mejor gestores que los socialdemócratas del PSOE. Además, Rajoy prometía sudor y lágrimas, pero no sangre, y muchos creyeron que transmitía transparencia orlada con una buena gestión anterior.

Pero la primera pedrada a la marea social ya fue en la frente, cuando el Gobierno anunció que el déficit se disparaba dos puntos por encima de lo previsto y la vicepresidenta primera, flanqueada por los ministros de Hacienda, Montoro; Economía, De Guindos, y Empleo, Báñez, elevó el diapasón e igualó la máxima de Churchill: al sudor y a las lágrimas prometidos por Rajoy se les sumó ahora la sangre, o, lo que es lo mismo, la sangría que el nuevo gobierno iba a hacer en la cartera de los que aún conservaban trabajo.

La segunda pedrada contra el conjunto social fue en el pecho: la reforma laboral que, según los sindicatos y la izquierda real, retrotrae a los trabajadores al nivel de sus bisabuelos y tatarabuelos del siglo XIX por el ataque más brutal que se conoce en la España democrática a los derechos sociales... y a los propios sindicatos, o, lo que es lo mismo, al sistema sindical. La pedrada fue tan gorda que ha motivado que Rajoy pase al Guinness de los récords: los españoles le han hecho una huelga general antes de cumplir cien días en el Gobierno. Rajoy lo sabía y de ahí que se que se le escapara aquello de "sé que esto me va a costar una huelga general". Así que, cinismo el imprescindible.

Tanta lapidación a las masas tenía que tener inevitablemente una respuesta social, un aviso, al menos, y el mismo le ha llegado al partido de la gaviota en las primeras elecciones que se han celebrado tras aquel 20-N: las asturianas y las andaluzas. El que fuera 'niño Arenas' se ha estrellado por cuarta vez en Andalucía cuando ya acariciaba las mieles -de la edad madura, pero mieles al fin y al cabo- de la victoria, y a nadie le cabe duda de que la respuesta de los andaluces al universo paralelo de la gaviota tiene mucho que ver la política económico-social del señor Rajoy; es decir, de aquel que manda en Arenas. Así que los ERE de la Junta y demás supuestas corruptelas asociadas han pesado menos en la balance del elector que el negro futuro que al trabajador le espera con políticas como las que perpetra el Gobierno del PP.

En Asturias ha ocurrido algo similar, aunque con elementos distorsionantes muy particulares. Los asturianos podrían haber seguido con Álvarez-Cascos -qué remedio, para eso le votaron más a él-, pero ese órdago del FAC de 'ahora me hacen pinza, ahora convoco elecciones' es difícil de entender por el pueblo llano, ése que tan finamente definió Sieyés en su 'Tercer Estado'.

A Rajoy le quedan cuatro años menos cien días de Gobierno, y no tiene citas electorales a la vista, salvo las autonómicas en el País Vasco, donde, efectivamente, el PP no es alternativa de Gobierno. Así que tiene las manos bastante libres para gobernar con una cierta comodidad política: su supermayoría absoluta en el Parlamento de l Estado se lo permite, y el no tener nuevos proceso electorales pendientes le libra de la presión de sus propios 'barones'. Pero, ¿tiene segura la calle? Si la ecuación del pacto para el Estado de bienestar se basaba en un 'yo te ofrezco paz social a cambio de bienestar' se rompe, y lo hace además por el lado más débil, habría que preguntarse: ¿quiere Rajoy una Grecia en España? ¿Está dispuesto a llevar fuego a las calles por seguir obediente los dictados de Merkel?

Con su reforma laboral, el propio Rajoy ha admitido que España va a perder este año otros 630.000 puestos de trabajo. Nos ponemos en los 6.00.000 (seis) millones, y el último millón lo será con Rajoy. La salida sólo parece posible con un pacto de Estado. Zapatero no estuvo a la altura de esa necesidad en esas circunstancias. ¿Lo estará Rajoy?
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