Nos preocupa, y mucho, la imagen que los demás tienen de
nosotros mismos. De hecho somos uno de los países más obsesionados con esa
cuestión, llamémosla "imagen exterior" o "marca España". Centrémonos en los
medios anglosajones; New York Times,
Financial Times, tabloides británicos, o cadenas de televisión en inglés.
Son los más influyentes y los que pueden construir una imagen de país o
destruirla.
Aclaremos primero tres premisas básicas: Una, la información
nunca es imparcial ni exacta. Dos: "Good
news are no news". Tres: Las imágenes o clichés están dotados de una
potente inercia histórica, y resulta casi imposible cambiar ese imaginario
colectivo.
En síntesis, persisten los mitos de la "Leyenda Negra"
iniciada ya con Felipe II, cuando casi todas las imprentas de Europa estaban en
territorios protestantes. Durante más de un siglo España se identifica, en
grabados y textos, con la pobreza, las bancarrotas de los Austrias, la crueldad
contra los indios americanos, la Inquisición, la intolerancia y la ineptitud en
los mares. El siglo XIX, con el desarrollo de la prensa escrita, no es mucho
mejor. España es vista como un país miserable, arrasado por cuatro guerras que
asolaron su territorio. En el mejor de los casos, el deformante prisma del
Romanticismo con sus viajeros en busca de exotismos orientalistas pinta un país
de bandoleros montaraces, cármenes de rompe y rasga y cuentos susurrados en La
Alhambra. Eso visto con displicencia desde las alturas del Peñón de Gibraltar,
capaz de resistir todos los asaltos españoles hasta convertir la frase "As solid as the rock" en una frase
hecha.
Si hasta finales del siglo XIX es la prensa británica la que
caricaturiza lo español, la crisis de Cuba centra en el punto de mira de William
Randolph Hearst y sus periódicos más sensacionalistas a los españoles. Las
historias relatadas por The New York Journal o The San Francisco Examiner han
pasado a la antología de la prensa. La historia del cable de Hearst a su
corresponsal en La Habana diciéndole: "Por favor, quédese. Proporcione las
fotos. Yo proporcionaré la guerra" es falsa, pero bien podría haber sido cierta.
Hearst quería artículos como el escrito por Richard Davis, relatando los abusos
y ultrajes sufridos por la señorita Clemencia Arango y otras dos jóvenes
cubanas a manos de oficiales españoles, en un barco estadounidense sometido a
una inspección en los muelles de la Habana. Los desmentidos de la propia
señorita Arango y sus amigas, cuando llegaron a Nueva York no borraron la primera
impresión causada por el artículo y el dibujo de Remington, mostrando a una
Clemencia semidesnuda en un camarote acosada por dos libidinosos oficiales de
la marina española. Ya hemos dicho que las imágenes están dotadas de una
impresionante inercia histórica.
El franquismo y la miseria de la posguerra perpetuaron ese
cuadro español de miseria, siestas, catolicismo inquisitorial, polvo, moscas y
toros.
La mejor serie británica de todos los tiempos, según el British Film Institute, es una, por lo
que yo sé, nunca estrenada en España: Fawlty
Towers, cuyas divertidas historias transcurren en un pequeño hotel en
Torquey. Uno de los protagonistas más cómicos es el español Manuel. Un torpe
camarero, no muy listo y con un nivel de inglés comparable al de los jefes de
gobierno y oposición españoles. Tal vez por eso no se consideró oportuno
doblarla y emitirla en España.
Otro ejemplo, reciente, es el acrónimo PIGS, para referirse
a una serie de países supuestamente podridos en lo económico. La "S" como todos
ustedes saben, no es de Sierra Leona. Ya decía Lewis Carroll eso de "Just about as much right (...) as have pigs to fly"; vamos, que los
cerdos no tienen derecho a volar.
De acuerdo con la segunda premisa que establece eso de "Good news are no news" España aparece
también en la prensa británica cuando los turistas británicos son detenidos por
sus excesos de "Sun, Sex and Sangría"
en los enclaves costeros, o se estampan haciendo "balconing". También cuando los toros se llevan por delante en
Pamplona a hemingways imberbes, las barbaridades estivales con cabras arrojadas
de campanarios, toros alanceados, y como juerga incruenta la Tomatina de Buñol.
Y poco más. Este verano, como extra, también ha sido noticia en los medios
anglosajones una restauración de un Cristo en Borja y los asaltos a
supermercados de la vanguardia de la lucha obrera. Sin contar, por supuesto,
las desgracias económicas de la economía española, relatadas con un morbo y
regodeo cercano a la Schadenfreude.
Esa bonita expresión que el idioma inglés ha tomado prestado del alemán, y que
viene a significar el regocijo ante la desgracia ajena.
Ciertamente, la imagen de nuestros presidentes de gobierno y
líderes de la oposición con un nivel de inglés comparable al del camarero
Manuel, el de Fawlty Towers, no ayuda
mucho como tarjeta de presentación en los medios anglosajones.
Hay más de una consecuencia penosa en toda esta historia. En
el interior los empresarios vascos y catalanes saben que pierden mercado en el
resto de España por los cantos de sirena nacionalistas, y que se arriesgan a
quedarse fuera de la Unión Europea, pero subrayan el eslogan de "is not Spain" como una forma de mejorar
la imagen de marca de sus productos. No es una casualidad que los nacionalismos
periféricos florezcan con la crisis de Cuba en 1898, la mala imagen de España y
el pesimismo consiguiente.