Desde luego, no seré yo quien
critique por inservibles las 'cumbres' iberoamericanas (veintidós en
total) celebradas hasta ahora en distintas capitales de América Latina, España
y Portugal. El simple hecho de congregar, con el
Rey de España como indiscutible
'primus inter pares', a dos decenas de jefes de Estado de naciones
iberoamericanas en torno a una mesa para debatir problemas puntuales, y
buscarles solución -aunque esas soluciones no siempre lleguen--, es ya un
éxito. Un éxito que, a trancas y barrancas, se ha prolongado durante veintidós años,
y que se inició con el lustre y esplendor de aquellos fastos conmemorando el
500 aniversario del Descubrimiento. Eran tiempos de despegue. Eran otros
tiempos. Ahora, vivimos una era de cambios profundos, que, entre otras muchas
cosas, afectan directamente a la 'cumbre' que se inaugurará en
Panamá el próximo viernes. Ni las relaciones políticas y económicas de España
con América Latina son las mismas, ni el Rey va a estar presente y ha habido
que buscar un encaje al menos digno para realzar la presencia del Príncipe, que
no puede figurar ni siquiera como uno más, puesto que no es jefe de Estado, y
será
Mariano Rajoy quien ostente la máxima representación española.
En efecto, los tiempos
cambian tanto que ha sido
Don Felipe quien ha presidido, por primera vez desde hace
treinta y siete años, la parada militar del 12 de octubre, jornada de la fiesta
nacional, antes llamada 'de la Hispanidad'. El Rey, doliente, se
tuvo que conformar con ver el desfile por la televisión desde su lecho convaleciente
y con enviar un mensaje que leyó su hijo ante los congregados en la tradicional
recepción de este día, festivo entre los festivos. Ya en la 'cumbre'
iberoamericana del pasado año, celebrada en Cádiz, el Monarca advirtió a todos
que "tendría que pasar por el taller" y someterse a una operación
que, en realidad, iba a ser la primera de una serie. Lo menos que puede decirse
es que ha sido un año no demasiado bueno para la salud del titular de la
Corona, que, no obstante, se resiste a iniciar cualquier movimiento relacionado
con una abdicación, incluso a medio plazo.
Aseguraban algunos, pese a
los desmentidos oficiales, que el Monarca incluso se planteó la posibilidad de
acudir, siquiera por unas horas, a esta 'cumbre' panameña, alegando
que jamás ha faltado a esta cita, que es la principal en la agenda diplomática española
y que, básicamente, financia España. En todo caso, estaba claro que el Rey no
está lo suficientemente recuperado como para emprender un viaje de diez horas y
que el jefe del Estado español, que el 5 de enero cumple 76 años, necesita descanso,
por mucho que le queme su inactividad recluido en La Zarzuela. Será el
Príncipe, que, también en enero, cumplirá cuarenta y seis años, quien acompañe
al presidente Rajoy a una cita iberoamericana que, esta vez, tiene menos contenido
que nunca y que se ve agobiada por problemas internacionales de calado, entre
los que la parálisis de la Administración Obama, el 'vecino del norte',
por el veto presupuestario republicano, no es precisamente el menor.
Si el año ha sido malo para
el Rey, estimo que ha sido bastante bueno para su heredero: ha cumplido a la
perfección sus funciones -memorable su discurso presentando la
candidatura olímpica de Madrid en Buenos Aires--, se ha prodigado para lograr
que los españoles le conozcan algo mejor, ha mejorado su cotización en las
encuestas y ha saltado limpiamente sobre los rumores de presuntas, quién sabe
si inventadas, desavenencias matrimoniales. Es un Príncipe listo para tomar el
relevo en el trono de un país que le observa, que se convulsiona como Estado y
al que las naciones europeas y latinoamericanas miran no sé si con desconfianza
o aún con esperanza.
Soy de los que opinan, y el
papel al que se obliga al Príncipe en esta 'cumbre' de Panamá lo
demuestra, que hay que proceder ya a un relevo en la cabeza de este Estado,
elogiando y recompensando los sin duda magníficos servicios que el Rey ha
prestado a los españoles. Pero no puede ser que cada fasto -12 de
octubre, 'cumbre' de Panamá, aniversario de la Constitución, Pascua
Militar...-- se convierta en un problema protocolario y en un trágala para
ese hombre, aún joven pero ya no tanto, llamado a ser el futuro
Felipe VI. Hay
quien dice, con cinismo y exageración, que el principal cometido de un Rey es pasar
revista a las tropas marcialmente. "Esto", me decía un alto jurista
durante la recepción del pasado sábado en el Palacio de Oriente, "parece
ya una carrera de obstáculos para la Corona".
Panamá, una 'cumbre'
que marcará el inicio de modificaciones sustanciales -quizá en la cabeza
de la Secretaría Genera Iberoamericana, desempeñada con acierto hasta ahora por
un más que octogenario Enrique Iglesias; seguramente también en la periodicidad
de estos actos, que pasarán a ser bienales--, va a ser el siguiente obstáculo
en la carrera: va a haber muchas, demasiadas, ausencias significativas, y la 'marca
España' tendrá más dificultades que nunca para dejarse sentir. ¿Tiene Don
Felipe, el prudente, algún plan secreto para brillar con luz propia, para
saltar sin dejarse jirones, este obstáculo?¿Cooperarán a este buen fin los
aliados latinoamericanos que asistan -los otros ya se sabe que no asisten-a
la 'cumbre'?
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El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>