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Cumbres borrascosas

Cumbres borrascosas

martes 13 de noviembre de 2007, 02:29h

Es como si el sino del TOCOCHI (Todos Contra Chile) del fútbol se hubiera trasladado a la política internacional.  La Declaración con que culminó la XVII Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno, que se realizó hasta el sábado en Santiago, incluye temas sustanciales. Pero, es posible que muy pocos se enteren que en la reunión, que encabezó la presidenta Michelle Bachelet, se tomaron decisiones cruciales respecto a crecimiento y empleo; género y juventud; terrorismo y delincuencia; cambio climático; previsión social, pobreza; Estado y democracia; migrantes; Derechos Humanos.  Bastó con que a un rey se le ocurriera hacer callar a un presidente y todo lo bueno desapareció.

El esfuerzo de la diplomacia chilena recibió una compensación pobre. Sus desvelos no fueron retribuidos por una asamblea en que todo saliera a pedir de boca. Por el contrario. Los problemas comenzaron temprano. El gobierno uruguayo de Tavaré Vázquez autorizó la puesta en marcha de la planta de celulosa Botnia, una industria de capitales finlandeses ubicada sobre la  margen del río Uruguay, fronterizo con Argentina.  Este último país mantiene un reclamo ante la Corte Internacional de la Haya. El conflicto prácticamente nació con la primera piedra de la planta.  Habitantes de la ciudad ribereña argentina de Gualeguaychú protestaron por el daño que sufriría el medioambiente. Reiteradamente cerraron el puente que une su ciudad con Fray Bentos, en Uruguay.

Para evitar mayores tensiones, recientemente había entrado a tallar la cancillería española.  El ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, desarrollaba una intensa e infructuosa labor de acercamiento cuando Montevideo decidió dejar la diplomacia de lado y entrar en el resbaloso terreno de los hechos consumados. Una actitud que el presidente Néstor Kirchner habría enrostrado a su colega Vázquez, calificándola de “puñalada en la espalda”.  Y el tema salió a relucir, era inevitable, en la sesión inaugural de la Cumbre.

Después las sesiones fueron privadas. Pero se olía en el ambiente que la tensión existía. Había temas pendientes. El presidente venezolano Hugo Chávez llegó a Chile cantando la ranchera “no soy monedita de oro”.  Fue su forma de responder cuando le preguntaron por las protestas en su contra que realizaban opositores en Caracas.  Pronto se comprobaría que, efectivamente, Chávez no es monedita de oro pa´ caerles bien a todos. 

Y quedó muy claro en la sesión de clausura.  Allí, el mandatario venezolano hizo público su reclamo contra Europa y, en especial contra España, por el papel que jugó José María Aznar, presidente del gobierno español de la época, cuando en el 11 de abril de 2002 se lo intentó derrocar. En aquella oportunidad, el presidente Chávez fue despojado por 48 horas el poder.

Independiente de los epítetos que utilizó para referirse a Aznar, Chávez reclamaba con razón. Detrás de la postura europea -trato a viajeros latinoamericanos incluido- hay una actitud pragmática que pretende lograr las mejores posiciones para negocios de empresas con capitales españoles.  Eso se ha logrado de manera sostenida y profunda. Pero los negocios son negocios y la política puede ir, a veces, por otro carril. Si cuando eso ocurre las cosas se ponen difíciles, nadie puede sacar la epidermis fina para sentirse ofendido. Excepto, por cierto, un rey que aún cree que los latinoamericanos somos sus súbditos. Esa fue la cara roja que se le vio en Santiago a Juan Carlos I. Descompuesto, hacía callar a Hugo Chávez porque éste acusaba a Aznar de fascista y racista e interrumpía al presidente español José Luis Rodríguez Zapatero, que argumentaba en favor del respeto como base del diálogo.

En Chile son muchas las voces que se han levantado para criticar al venezolano. Las razones que las impulsan son diversas, aunque aprovechan todas la circunstancia del enojo real. Pero si la realidad se observa sin tapujos, hay que convenir que Chávez no ha hecho más que dejar caer otro de los velos de su exacerbado histrionismo. Y claro, en un ambiente acostumbrado a las melifluas formas de la diplomacia u obnubilado por la presencia real, es comprensible el asorochamiento. En ambos casos, pura formalidad vacía.

Es cierto que el respeto facilita el diálogo. Pero el respeto no sólo se vulnera en una reunión a través del insulto. Las actitudes previas fabrican el escenario. Y los latinoamericanos tenemos mucho que decir respecto a cómo se han comportado los españoles aquí. En la misma Cumbre, el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, denunció la intervención del embajador español en la política interna de su país.

Es lamentable que la presidenta Bachelet y su gobierno hayan perdido la posibilidad de ganar algunos puntos en el tablero internacional.  Pero esto es América Latina.  Un continente que empieza a mostrar signos de agotamiento con un sistema que concentra riqueza, mientras la pobreza aumenta. Y que, pese a lo que dice Rodríguez Zapatero, no se queja sin razón de que no lo han dejado crecer. Él debería saber cuanto le costó a Europa estructurar puentes sólidos de unidad. Y eso que no tenía cerca a los Estados Unidos.

Una cosa es segura, las Cumbres que vienen seguirán siendo borrascosas y si a un rey eso le molesta, que nos prive de su real presencia.

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Wilson Tapia Villalobos
Periodista 

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