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El 25-M no nos abren las urnas en Europa, sino inquietantes Cajas de Pandora

El 25-M no nos abren las urnas en Europa, sino inquietantes Cajas de Pandora

lunes 12 de mayo de 2014, 08:04h
Por Javier González Méndez
Somos los mismos que nos hemos estremecido en los cines, ante las pantallas en los que un Polanski o un Spielberg reproducían escenas del exterminio psíquico y físico de los judíos. Somos esos que nos preguntábamos cómo podía seguir la vida igual al otro lado del muro del gueto de Varsovia, mientras se nos clavaban en el estómago las notas de una sinfonía de otro fin del mundo interpretada por "El Pianista". Los que hemos contenido las lágrimas evocando la supervivencia de las trabajadoras y los trabajadores de "La lista Schindler"; los que hemos cerrado los ojos y nos hemos imaginado a nuestros hijos con un "pijama de rayas"; los que hemos padecido cólicos del alma, o como se llame esa cosa, con la soledad de las soledades del chiquillo de "La vida es Bella" o el trágico hallazgo arqueológico de "El diario de Anna Frank".

La empatía audiovisual eclipsa a la empatía cotidiana

¿Qué nos está pasando, doctor? ¿Quién nos ha dado el cambiazo de la empatía cotidiana, en vivo y en directo, por el sucedáneo de empatía audiovisual en una butaca de multicine, en un sillón de casa, engullendo palomitas o esperando que suene el timbre que anuncia la llegada mesiánica del repartidor de pizzas? Aún nos duele la "cadena de desmontaje masivo" de dignidad y de vida humana que desarrollaron los nazis y reproducen los documentales y las fábricas de sueños y pesadillas de Hollywood. Y bueno, sí, hay días que nos corta la digestión la hambruna de Somalia y los rostros de decenas de miles de santos inocentes, cuya prematura fecha de caducidad queda reflejada en esas miradas extraviadas que emiten  los telediarios. Pero, chico, las miradas que se cruzan con nosotros por las calles, esos SOS desesperados que nos lanzan los sin techo, los hurgadores de contenedores, los parados de eterna duración y demás colegas de especie, de época, de carne de nuestra carne y tiempo de nuestro tiempo, en progresivo e irreversible proceso de exclusión e invisibilidad, pasan inadvertidas en el gélido paisaje sociológico de los supervivientes que todavía escudriñan en la oscuridad en busca de un indicio de luz al final del túnel contable y contabilista de la crisis.

La frívola cirugía estética electoral de Europa

Este es el panorama que se divisa a tan sólo dos semanas de practicar otra frívola operación de cirugía estética electoral a la vieja Europa, miradla, con obesidad mórbida de burocracia, con patas de gallo en su mirada autocrítica, incapaz de sacar pecho, ¡un wonderbra, please!, porque está más sometido a la ley de los mercados que el pecho de su primera dama Angela a la inexorable Ley de la Gravedad. Este es el estado de la vieja dama que ha ido pasando de Tratado en Tratado (Roma, Bruselas, Maastricht, Niza, Lisboa), con la misma esperanza y los mismos resultados que nuestra entrañable Duquesa de Alba en su fervorosa y conmovedora peregrinación de quirófano en quirófano. Las arrugas del "chauvinismo" vuelven a aparecer, como volvían siempre las dichosas golondrinas de Béquer, pero no son bellas como esas de las que se jacta Adolfo Domínguez; los fondos de liposucción del retraso económico, de la cohesión integral, de la pobreza, perduran menos en el tiempo que una talla 40 en el armario de un converso/a de talla grande; las directivas dietéticas de Bruselas y sus Comisiones permiten "operaciones bikini" a los Estados celulíticos de déficit público, de acuerdo. Pero, chico, a los pueblos, a los anónimos ciudadanos, les convierten en serios aspirantes a modelos de un nuevo maestro Rubens, de un Botero, si esos señores se hubiesen especializado en retratos y esculturas de seres humanos desbordantes y desbordados de desesperanza.

El Euro es una especie de Botox monetario que se ha deteriorado

En cuanto al Euro, esas cosas redondas a las que empieza a ocurrirles lo mismo que a las tópicas meigas de mi tierra gallega, ya sabes, que haber, hainas, pero cada vez cuesta más y a más gente verlas, qué quieres que te diga. Al principio parecía un milagro de ingeniería monetaria. O sea, nos hizo creernos más guapos, más listos, más altos y más ricos, como el Botox le hace sentirse al personal masculino y femenino irresistible las primeras veces que se mira al espejo. Pero luego pasa el tiempo inexorable y vuelve a poner las cosas con un poco de suerte en su sitio y, sin ella, en el sitio en el que le ha quedado, por ejemplo, a Belén Esteban, dicho sea sin ánimo republicano de molestar a la princesa del pueblo. Es lo que tienen en común el Euro y el Botox, oye. Que empiezan pareciendo una solución, pero acaban siendo un problema. A unos, porque cada día que pasa se dan cuenta de que tienen menos euros que ayer pero más que mañana y, a otros, porque cada día que pasa perciben que necesitan más botox que el día anterior pero menos que el día siguiente.

Hemos hecho un pan con unas ostias, perdón, con unos euros. Aquí, en España, en Europa, en el mundo, salvo honrosas y deshonrosas excepciones en la revistaForbes, en los IBEX 35, en los parlamentos y europarlamentos, en los Olimpos políticos con sobres-sueldos, en las cúpulas patronales y sindicales en permanente estado de EREcción y desformación para el Empleo, en la City de Londres, en los Consejos de Administración reconvertidos en cementerios de elefantes, en los eurochiringuitos en los que te sirven café con Magdalenas Álvarez, en las discretas y encantadoras cuentas corrientes de Suiza, en los ayuntamientos, en las diputaciones, en los entes autonómicos donde el problema no es que metas la mano en la caja, sino que te pillen, el resto del personal disfruta de la emocionante aventura que ha incorporado el Euro a sus monótonas vidas: ¿llegar o no llegar a fin de mes?

De Príncipes en las urnas en domingo a mendigos del lunes al sol

Esa es la nueva cuestión en los monólogos shakesperianos de los nuevos centenares de millones de sucedáneos de príncipes de Dinamarca, de ciudadanos soberanos que estos días meditan sobre ese asunto al que llamamos Europa. Lo que quieren los Cañetes, las Valencianos, las Rosas Díez, los Cayos, los tertulianos infectados, los columnistas sistémicos, los paradójicos catalanistas con europatía, los holligan de Ferraz y de Génova: estimularnos para que nos suba la adrenalina. Montar una nueva campaña electoral de pornografía a ver si nos da un pronto de onanismo y acabamos viniéndonos en las urnas. ¡Ponernos cachondos, vamos! 

Lo que pasa es que a un servidor ya no se le levanta, con perdón. A mí me ponía aquella Europa a la que raptó Zeus y pintaron Tiziano y Rembrandt, a ver si me entiendes. Hermosa, fenicia, mediterránea, renacentista, cuyos rasgados y cautivadores ojos de mirada ubicua podrían haber contemplado a la vez a todos y cada uno de sus trescientos y pico millones de descendientes europeos. Pero esta otra Europa teutónica, calvinista, miope, de sangre fría, que divide a los europeos en buenos partidos y material humano desechable, prescindible y extinguible; ésta que ha pasado de víctima de un rapto mitológico a verdugo de un siniestro secuestro de millones de anónimas víctimas propiciatorias; ésta, os la podéis meter por donde os quepa, con perdón. Incluso por las estrechas ranuras de las urnas que, generalmente, son inofensivas. En ocasiones, al césar lo que es del césar, también han sido y volverán a ser cajas de resonancia de emotivos preludios de hermosas primaveras. Y sin embargo, ésta vez, este 25 de mayo, se me antojan ratoneras, Cajas de Pandora que, cuando se abran y se inicie el recuento de votos gregario y friqui, talmente como un Festival de Eurovisión, dicho sea con ánimo de establecer odiosas comparaciones, habrá quedado abierta la caja de los truenos.  

Los sutiles campos de exterminio económico y social

Sólo quiero recordarles a los electores y los elegidos, a los unos y los otros, que cada hogar azotado por la plaga del paro y el empleo precario, es un pequeño y anónimo Auschwitz en el que se reproducen escenas de degradación humana, de anulación del mínimo síntoma de dignidad, de instintos de supervivencia irracionales, de resignación a la espera de otra "solución final", que es la ruptura familiar, el desarraigo, la muerte por estrés o de pena o incluso las inconfesables tentaciones de poner fin a ése infierno a través del suicidio. No es que me esté poniendo melodramático, es que existen ya estudios sociológicos que anuncian que la esperanza de vida va a descender en los países más castigados por la crisis y el desempleo crónico.

Pero sigamos mirando para otro lado. Sigamos mirándonos a nuestros ombligos, mientras almacenamos millones de seres humanos en los campos de extermino, lento pero seguro, de la exclusión social ¡Cuánta resignación ante tantos sacrificios humanos a los dioses de la economía, oye! Hay muchas formas de ser cómplices de un holocausto. Hay muchos tipos de holocaustos. Aquel tan bárbaro, tan expeditivo, tan repugnante de los seis millones de judíos. Ése otro tan civilizado, tan sutil, tan grimoso, de los millones de parados en España, en Grecia, en Portugal,  en países aconfesionales que tuvieron que escuchar la voz de un Papa, al que no se le daba precisamente la bienvenida, pronunciando una frase que nos habría gustado escuchar de cualquiera de los dirigentes laicos occidentales que estos días nos prometen la salvación por los siglos de las siglas: "la economía no puede ser el centro del hombre, sino el hombre el centro de la economía".

Por Javier González Méndez
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