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Nacionalismos estancados

Nacionalismos estancados

Por Gabriel Elorriaga F.
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elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
lunes 16 de marzo de 2015, 10:11h
            Eso de los nacionalismos segregacionistas es como las cenizas, que conservan un fuego dormido y se encienden cuando soplan los directivos del invento. Como los incondicionales de un equipo de fútbol que animan cuando les facilitan las entradas. En estos meses, en que los directivos soplan menos, los rescoldos brillan poco. La explicación está en que lo que llaman nacionalismo es, en realidad, un viejo prenacionalismo. Las naciones, tal y como hoy las entendemos, son comunidades políticas que nacieron para superar unos prenacionalismos que estaban basados en el apego a unas costumbres ancestrales, a una lengua o a una religión, inclusive a unos rasgos genéticos y hasta un clima, que daban carácter a los habitantes típicos de un territorio. Aquellas identidades fueron subyugadas por poderes imperiales, para agrupar unidades políticas de mayor envergadura, que eran una acumulación de entidades menores, coactivamente coordinadas por un poder imperativo superior. Los imperios tampoco eran naciones, tal y como las concebimos actualmente, es decir entidades constituidas con leyes comunes por ciudadanos con igualdad de derechos, sino conjuntos de poderes subsidiarios sometidos a la fuerza de una diadema imperial.
 
            El paso del mundo de los imperios al de los Estados nacionales supuso la doble liberación de los ciudadanos  del superpoder imperial y del minipoder de los señores territoriales. La Nación es una comunidad política que no está diseñada por elementos costumbristas, lingüísticos, religiosos, climáticos o genéticos sino por un sistema colectivo basado en leyes comunes para la convivencia libre, la seguridad, el equilibrio económico y un papel activo en las relaciones internacionales. Dentro del Estado nacional está garantizada la convivencia de distintas etnias, lenguas, costumbres, religiones e ideas políticas.
 
            Esta realidad se produjo cuando los medios informativos, el abaratamiento de los transportes, las libertades de cultura y comercio y las corrientes migratorias construyeron unas sociedades dinámicas con pluralidad de ideas, de razas, de costumbres y de creencias que necesitaron marcos políticos lo suficientemente amplios para garantizar los derechos de todos los ciudadanos en grandes áreas geográficas regidas por constituciones democráticas. El anacronismo nacionalista consiste en querer volver a situaciones prenacionales o preimperiales, cuyas particularidades han perdido aquel sentido uniformador que marcaban las áreas diseñadas por los accidentes geográficos, la genética o la distancia. Los países desarrollados pasaron a ser grandes sociedades pluralistas integradas por elementos humanos de distinta procedencia y variadas creencias. Son sociedades a las que no se puede presionar para que regresen a particularidades sicológicas o materiales impuestas por el aislamiento, la intolerancia, la raza o la gramática. La Nación se ha instalado en un concepto dinámico de Estado abierto a una sociedad plural dentro de un mundo global. El trazado físico de comunidades uniformes es irreal y pertenece al pasado irreversible de una humanidad diferente. La nación es, además de un sistema de derechos, una configuración provocada por el curso de la Historia, cuya esencia es política y no étnica, cuyo destino no puede retroceder a situaciones aborígenes que ya no tienen vigencia en las relaciones humanas normales. La Nación no es un fenómeno nativo sino una empresa colectiva de futuro. No es la tierra, sino la norma, lo que construye la Nación.
 
             La emoción de la nacionalidad puede vivirse fuera de la propia tierra y la emoción del nacionalismo solo puede sentirse regresando a los sentimientos ajados del clan o al apasionamiento efímero de las rivalidades locales. La Nación es un presente que no puede retrotraerse a recreaciones históricas de guardarropía. Sentirse compatriota no es sentirse físicamente vecino. La vecindad, como relación de cercanía física, no debe confundirse con los vínculos de nacionalidad. La Nación no se reconoce por su pretérito, sino por su futuro. Por ello los nacionalismos insistentes y cansinos solo se mueven cuando sopla en su superficie folklórica el interés de unos políticos de escala menor con ansias de protagonismo y se adormecen cuando en la política compiten alternativas de proyección general. Son grandes charcos residuales, que ni crecen ni se consumen, sino que permanecen estáticos en los humedales sombríos, al borde del curso imparable de los ríos, alimentando vegetaciones resistentes pero superfluas. En Cataluña crecen con las lluvias del otoño y disminuyen con la llegada de la primavera pero, en ninguna estación, son capaces de provocar inundaciones. Hay que sortearlos sin mojarse y seguir adelante. Lo importante es no encharcarse en aguas estancadas y seguir la poderosa corriente de la Cataluña emprendedora y solidaria.

Gabriel Elorriaga F.

Ex diputado y ex senador

Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.

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