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Mediterráneo: ese gran cementerio

Mediterráneo: ese gran cementerio

jueves 16 de abril de 2015, 15:09h
El asesinato de Gadafi fue el principio del fin de Libia. Un país petrolífero, rico, lleno de historia, donde a las dificultades que supone mantener en paz a las diferentes tribus, se ha sumado la peor de todas. La presencia de grupos islámicos radicales que han sembrado de terror el país, lo que está provocando una estampida de familias enteras, de ciudadanos de a pie, hombres, mujeres y niños, hacía lugares más templados. Gentes de todas las edades y condición social que ante tan difícil situación huyen de esta guerra de la sinrazón como de la peste. Y lo hacen por tierra, pero principalmente por mar, en condiciones  precarias, con el peligro que eso supone para quienes intentan cruzar el Mediterráneo en barcazas o simples lanchas, que apenas si pueden resistir las embestidas del temporal, y las fuertes corrientes.

Es difícil imaginar el miedo de estas personas, cuál es el grado de desesperación al que se puede llegar para cargar con sus hijos, algunos recién nacidos, en su intento por llegar a puerto firme, o a países que les acojan y protejan hasta que puedan empezar una nueva vida sin la amenaza constante de ser violadas, maltratadas/os por seres en los que solo anida el odio y la venganza. Un deseo legítimo que pocos llegan a hacer realidad por las inclemencias del tiempo, y por la insolidaridad de sus vecinos, pero sobre todo por el uso abusivo de esas mafias a quienes no les importa poner en grave riesgo la vida de esta pobre gente sin con ello logran sacar una buena tajada económica.

Pero siendo este un panorama devastador lo peor de todo es la indiferencia con la que se aborda el problema por parte de la Comunidad Económica Europa, dejando a países como Italia o España, la manera de solucionarlo. Sin proporcionarles los medios necesarios para dar cobijo a toda esta pobre gente que llega con lo puesto a nuestras playas, exhaustos, sin saber siquiera donde están, ni qué va a ser de su vida futura. Un drama en el que han perdido la vida en lo que va de año, según Acnur, 500 personas. Un número que se incrementaría a 900 si se confirma la desaparición de los 400 que han perecido en  aguas italianas el pasado lunes.

Un número escalofriante que no parece que sea lo suficientemente elevado como para tocar la fibra más sensible de quienes tienen en sus manos la solución. Lo que ha obligado a Antonio Guterres, representante del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los refugiados, a dar un toque de atención a todas las partes implicadas, con el fin de aliviar el dolor de quiénes no ven otra salida que lanzarse al mar en condiciones muy precarias, tan precarias que sobrevivir a es casi milagroso.

A veces pienso, si quienes nos gobiernan, si quienes tienen las riendas de la Comunidad Europea, no ven los informativos, ni leen la prensa, ni salen a la calle, porque solo así se entiende que en sus vacíos discursos jamás hagan mención al dolor, a la desesperación de quienes se ven excluidos de la sociedad, por una clase política que ofrece el oro y el moro cuando se avecinan las elecciones y les abandonan a su suerte cuando ya tienen el escaño en su bolsillo. De ahí la importancia de dar nuestro voto a aquellos que sabemos que verdaderamente no van a mirar para otro lado cuando se choquen de frente con el dolor, con el hambre, con la falta de trabajo de tantos millones de personas como sufren y están en el paro.
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