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Somos los europeos que más dinero gastamos para regalar a los niños por Navidad. 260 euros vamos a invertir en las próximas semanas en cada peque de la casa en forma de videoconsolas, mp3s, barbies con peluquería y, el último grito, grabadora para ser manejada por manos infantiles. Todo menos dejar que nuestros hijos se sientan frustrados porque Papá Noel o los Reyes Magos no les recompensen como ellos desean. Una dualidad que, por cierto, nos convierte también en bichos raros en un mundo donde los niños reciben regalos un día de esas fiestas, no dos como en España.
Se trata de tirar la casa por la ventana aunque ni la casa ni la ventana estén para tirar nada. Con la inflación otra vez por las nubes, medio punto más en noviembre, 4,1 en el último año, según los datos hechos públicos ayer, que confirman lo que toda ama de casa descubre cada vez que pasa por el mercado: que todo sube más que nunca y que, como dice Solbes en un lenguaje mucho más técnico, "la tasa no da señales de que pueda remitir a corto plazo". O sea, que viene la Navidad, que estamos acostumbrados a despilfarrar y que ni los reyes de la casa se van a quedar sin el esperado Hot Weels Blast and Crash ni las pequeñas reinas sin su Nenuco kit comiditas. Ni todos, chicos y grandes, sin el cordero lechal de Nochebuena, el pavo relleno de Navidad y el roscón no solo para Reyes sino para merendar todas las tardes.
Las sucursales bancarias están viendo ya un fenómeno sin precedentes: el de clientes que pagan la mensualidad de la hipoteca con la tarjeta Visa. Que se preparen para la cuesta de enero, que para miles, millones quizás de economías familiares va a presentarse en el 2008 como insalvable. Eso sí: en cuanto dejemos, al fin de vivir por encima de nuestras posibilidades bajará la inflación. Para consuelo de Solbes, es ley de vida. O. como diría él, del correcto funcionamiento de los mercados.