Hoy por hoy, el adjetivo populista se atribuye con frecuencia a partidos como el Front National francés, el UKIP británico... o al Gobierno de Venezuela. A lo largo de la historia también se ha atribuido al peronismo en Argentina, al varguismo en Brasil e incluso al cardenismo en México. Ahora en España se le aplica a Podemos, el partido que lidera Pablo Iglesias.
Como señala el Diccionario del Español Actual (1999), dirigido por Manuel Seco, su uso frecuente en política tiene intención despectiva. Ésa es la realidad, ya que como aclara Álex Grijelmo, hoy en día se suele asociar el populismo con políticas (de izquierda o derecha) dirigidas a satisfacer los deseos más primitivos de una colectividad, aun a costa a veces de sus consecuencias éticas o económicas.
Podemos corre el riesgo de verse contaminado por esta circunstancia, ante la que difícilmente podrá mantenerse indiferente. Si bien su programa puede considerarse socialdemócrata en algunas de sus partes, la palabrería de sus líderes, sus mensajes en las redes sociales o sus propios comportamientos políticos contribuyen a que Podemos sea catalogado como un partido populista.
En cuanto a la extrema derecha y el populismo, el Partido Popular y Podemos prestan un servicio importante a la democracia, cada uno a su manera. El PP aglutina en su seno a la extrema derecha, que de este modo no desata en España las tensiones que suscita en Francia, sin ir más lejos, y Podemos ocupa el espacio del populismo, que de esa forma no va por libre, sino de la mano de políticos más homologables en una democracia occidental. Partidos como el PSOE o Ciudadanos tendrían en ese sentido ciertas ventajas, ya que si bien albergan distintas corrientes ninguna de ellas está ligada ni a la extrema derecha ni al populismo.