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La historia de “Pablito” y los rusos de España

domingo 09 de diciembre de 2007, 01:20h
Termino de leer, hace pocos días, el tercero de los libros de Antony Beevor que he devorado con un escaso lapso de tiempo entre ellos. Beevor es un historiador inglés formado en Sandhurst, que ofició además como oficial regular del ejército británico, antes de dedicarse de lleno a la escritura.

Los textos que disfruté y sufrí al mismo tiempo, por orden de prelación, fueron los siguientes: “El misterio de Olga Chejova” (2004); “Stalingrado” (2000) y “La guerra civil española” (2005). Todos en la correspondiente edición de Crítica, casa editora que los ha publicado en nuestro idioma.

Con el segundo de ellos, en especial, este autor, miembro del jurado del British Academy Book Prize, se ha revelado –y así lo han reconocido los especialistas de esta área– como uno de los mejores cronistas contemporáneos de hechos bélicos recientes.

Extremadamente acucioso, sus trabajos tienen un voluminoso cuerpo de notas explicativas y un prolijo apéndice cartográfico que permite seguir a través de los mapas los acontecimientos de los que se da cuenta.

Hay un cuarto libro que lleva su firma y que también cayó en mis manos no hace mucho, “Un escritor en guerra”, pero éste no es de su autoría ni mucho menos. Su verdadero autor es Vasili Grossman, un periodista y narrador judío ucraniano, de la era soviética, que cubrió para “Krasnaya Zvezda” (Estrella Roja), el periódico del Ejército Rojo, la Segunda Guerra Mundial, desde la misma línea del frente.

Ya hablaré de Grossman en otra ocasión, pues bien vale y se merece un artículo aparte.

Ahora el tema es Beevor, que en este último libro hace una suerte de introducción a Grossman, explicando quién era éste y va superponiendo sus propios comentarios dentro de la obra del cronista ruso, cuyo propósito fue redactar una suerte de memoria personal de lo que había visto mientras acompañaba a las tropas de su país, tanto en su desastroso repliegue inicial como en su avance final hasta Berlín.

De este modo, interviene el trabajo de Grossman, basado en la necesidad imperiosa que existe, a su juicio, de situar sus dichos en el contexto de la época estalinista en que éstos fueron escritos y por lo tanto reparar lo que él –Beevor- considera omisiones y silencios forzados.

Como metodología de reconstrucción histórica, ésta es al menos discutible pero Beevor se apoya y se ampara en el hecho de que la implosión de la Unión Soviética permitió la aparición de nuevos elementos documentales, exhumados de los archivos secretos, que arrojarían nuevas luces sobre sucesos ya conocidos.

Este nuevo escenario, que justifica su intromisión como virtual coautor de un libro que jamás fue concebido como escrito a cuatro manos, sí le aporta, en cambio, absoluta validez y novedad a su monumental reconstrucción de la Guerra Civil Española, donde la extracción de datos de documentos confidenciales de la ex URSS completa el marco total de referencias.

Así es posible afirmar, sin duda alguna, que su versión de este conflicto fratricida está a la altura del libro clásico sobre el mismo asunto de Hugh Thomas, y confirma la capacidad ancestral de los ingleses de mirar los hechos históricos con un punto de vista relativamente “objetivo”, donde no temen incluso –como lo hace Beevor– enjuiciar en forma muy severa la hipócrita “neutralidad” de su país ante la guerra interna que desangró a la península.

No cometeré el despropósito de intentar sintetizar un grueso volumen de 902 páginas en estas escasas líneas. La idea es leerlo y que cada cual se forme su propio juicio.

A mí, en particular, me ha quedado rondando la cabeza, con más persistencia que otras de las tantas anécdotas que forman “la pequeña historia”, la figura de un legendario soldado soviético al que desconocía: Alexander Rodimsetv, que fue conocido en España como “Pablito” y fungió como instructor de ametralladoristas en esa guerra, la cual anticipó la pugna contra el Eje que se dio a nivel de toda Europa seis o siete años después.

Rodimsetv, nombrado posteriormente héroe de la Unión Soviética por el valor demostrado en la batalla de Guadalajara, combatió luego en Stalingrado, donde se hizo famoso como comandante de la 13 División de Guardias Fusileros.

Curioso destino personal el de un hombre que estuvo en dos sitios claves en los que en el siglo pasado se libraron batallas decisivas contra el fascismo, ya sea en su versión falangista-monárquica española o en la más clásica, de las camisas pardas alemanas.

“Pablito” mantuvo a raya en Guadalajara a los “Flechas negras” mussolinianos con su compañía de ametralladoras, mandada por una mujer, la capitana Encarnación Fernández Luna. Y años más tarde dirigió, bajo las órdenes del mariscal Zhukov, la encarnizada resistencia de Stalingrado, donde la Wehrmacht se melló los dientes y sufrió una derrota que dio un giro estratégico total a la II Guerra, en el Frente Oriental.

Ahora que lo pienso bien, concluyo que “Pablito”, un hombre de la estirpe de los guerreros clásicos, no sólo sobrevivió a estas dos pruebas límites. También superó una tercera: fue uno de los pocos “internacionalistas” soviéticos que pelearon en España que sobrevivió a las purgas de Stalin, las que se ensañaron en particular con quienes habían logrado escapar ilesos de las tropas de Franco.

Pruebas al canto: entre los que cayeron en desgracia a su regreso o bien fueron llamados a rendir cuentas a Moscú y se perdieron en la “noche y niebla” del terror en la década del 40, estuvieron, entre otros, el ex embajador soviético en Madrid, Marcel Rosenberg, y Mijail Koltsov, activísimo corresponsal de Pravda en tierras hispanas, en quien Hemingway se inspiró para crear el personaje de Kárkov, de su novela “Por quién doblan las campanas”.

(Carlos Monge Arístegui es escritor y periodista)
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