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Súper martes/miércoles

miércoles 06 de febrero de 2008, 09:53h

Entre máscaras y mascaritas de Carnaval, entre asimétricos debates a dos bandas (PSOE frente al PP y sus gurús de la Conferencia Episcopal), los enterados -que en este país son legión- pontificaban esta noche pasada sobre el aluvión de las elecciones primarias de Estados Unidos. Barack Obama gana en más estados que Hillary Clinton (née Rodham), pero la senadora por Nueva York se lleva más delegados que el de Illinois. Que así es el peculiar sistema electoral de la mayor -y más imperfecta- democracia del mundo. El gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo tiene estas cosas, como ya dejó escrito hace tiempo Alexis de Tocqueville, el protopolitólogo, al que todos citamos cuando no se nos ocurren mejores y campanudas reflexiones sobre la realidad norteamericana. 

La (todavía, ¡y que dure!) esposa del saxofonista aficionado y el hijo del keniata emigrante, cada uno por su lado, levantan pasiones dentro y fuera de los EE.UU. ¿Hillary u Obama? ¿Blanca o negro? ¿John McCain o John McCain? ¿ZP o Mariano, el del teléfono móvil? ¿Alberto San Juan, el cómico o Antonio María Rouco Varela, el arzobispo? ¿Lideresa popular frente a líder en trance de batacazo electoral? ¿Sólo o con leche?... Preguntas retóricas que quedaban en el aire de una madrugada de Carnaval.

¿Sólo preguntas retóricas? Ni sí, ni no, sino todo lo contrario. Al menos por lo que respecta a la España de nuestros pecados y de nuestros cabreos. Que por estas latitudes andamos en trances electorales, casi -o sin casi- con toda la pólvora gastada antes del comienzo oficial de la campaña. Aquí todos, hasta Gaspar Llamazares, se amarran esta mañana a los resultados del Súper Martes. Todos son de Hillary, pero todos son de Obama. Vamos, que la pareja competidora por la nominación demócrata es el paradigma de las apetencias de quienes concurren a los comicios del 9M. Hasta la propia Esperanza Aguirre -la cincuentona ambición rubia de la derecha española- no necesita estrujarse las meninges para reconocerse en algunos de los rasgos distintivos de Hillary. Las ganas de mandar, sin ir más lejos. Y también Rodríguez Zapatero, con sus motivos para creer, se considera una copia -en positivo, por supuesto- de Barack Obama. Y también un émulo de Hillary. El cóctel perfecto entre la experiencia de sus cuatro años de gobierno y la novedad -bueno, eso dicen en Ferraz- de sus propuestas. Es una suerte de hermafroditismo simbólico. Lo dicho.

Porque lo que ocurra al otro lado del Atlántico tiene trascendencia -¡y qué trascendencia!- global. Cuando Washington estornuda, el planeta se constipa. Axiomático. Y hay que navegar al redoso de la estela de EE.UU. Caminante, no hay camino, sólo estelas en la mar, versificaba el maestro Machado. Y todos miran hacia el Oeste. ¡Al Oeste! ¡Vete al Oeste, hijo mío!, que dejó dicho Horace Greely, allá por el siglo XIX, cuando los pioneros disputaban las planicies a búfalos, coyotes e indios. Todos mirando a Washington, la Meca de ahora mismo. Y todos con la frase de la noche (madrugada) de Hillary: “Lo importante es que haya un presidente demócrata en la Casa Blanca”. Lo mismito que aquí. Lo importante es que haya un presidente –socialista, popular, izquierdounitario, trostkista- en La Moncloa. Y en eso andan, después de este Martes (súper) de Carnaval, cuando aquí es Miércoles de Ceniza -o de cenizos, vayan ustedes a saber-y toca enterrar la sardina.
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