Ante las aterradoras imágenes que nos llegan del genocidio que Israel está perpetrando en Gaza caben varias opciones: seguir angustiándose progresivamente hasta comenzar a perder toda confianza en el género humano, apagar la televisión (o cambiar de canal), insistir en la condena moral de Netanyahu y su gobierno, amenazar con sancionar más adelante a Israel si no detiene el genocidio, condenar el apoyo de Estados Unidos a las acciones militares de Israel y varias otras posibles. Pero la única forma de dejar de ser complacientes y/o hipócritas frente a Israel es tomarse en serio un curso de acción que pueda incidir en la detención del genocidio.
Una acción decidida y sustantiva al respecto puede tener diferentes niveles. Uno de ellos refiere a la contribución directa, participando en las iniciativas de intervención en el terreno (con organismos internacionales, movimientos sociales, etc.). Pero si no se elige esta posibilidad, siempre es posible intervenir como parte de la ciudadanía que asume sus derechos y responsabilidades desde su propio país.
Esto último significa una movilización de carácter propiamente política, lo cual también presenta diversas opciones institucionales, desde la participación en una entidad civil contra la guerra o de carácter abiertamente pacifista, hasta la exigencia a las autoridades que representan a la ciudadanía, algo que en el caso de las relaciones internacionales corresponde gestionar al gobierno de la nación (según el precepto constitucional).
Ahora bien, para llevar adelante una incidencia ante las autoridades del país, conviene tomar en consideración algunos parámetros sustantivos. Ante todo, hay que medir la gravedad del problema. Es decir, las reivindicaciones y exigencias deben estar a tono con la crisis a tratar. En el caso del genocidio en Gaza, estamos ante el nivel más alto (crímenes de guerra y contra la humanidad). Por ello, no resultan suficientes las críticas a las políticas de Israel, sino que hay que ascender hasta las acciones internacionales de condena y sanción.
¿Es posible identificar las acciones que castiguen efectivamente las políticas genocidas en el caso Israel? Es decir, superando las condenas morales generales y las declaraciones retóricas. Para cualquier persona con una cultura política democrática de mediano nivel, la respuesta no puede ser sino enteramente positiva. Efectivamente, es posible establecer una agenda mínima de exigencias que plantear a las autoridades institucionales y sobre todo al gobierno del país.
En el caso de España, existen dos ámbitos principales de acción: como país soberano y como parte de la Unión Europea. En el seno de la UE, el gobierno español debe exigir de las autoridades comunitarias y sobre todo a la Comisión Europea, que sancione de forma efectiva la política genocida de Israel. Y tiene elementos que se lo permiten. Por un lado, en el campo militar, es necesario exigir a la UE el embargo de armas al Estado de Israel. Por el otro, en el campo de la cooperación, la EU puede suspender el Tratado de cooperación que tiene firmado con Israel.
Importa subrayar que buena parte de las sanciones contra Israel deben formularse y ejecutarse en términos de Estado. Y ello no solo en razón de que se producen en el campo de las relaciones internacionales, sino también porque las acciones genocidas del gobierno de Netanyahu tienen el apoyo mayoritario explícito de la población de Israel. Las afirmaciones de que hay que distinguir en el caso de Israel entre Gobierno y pueblo no tienen mucho recorrido. Todos los sondeos de opinión realizados al respecto muestran que en torno a los tres cuartos de la población de Israel esta de acuerdo con la actuación de su gobierno en Gaza. Incluso cuando formulan criticas a Netanyahu, se muestran partidarios de la invasión de Gaza y de la negación del establecimiento de un Estado palestino.
En realidad, es otra muestra de la terrible paradoja histórica de cómo un colectivo perseguido puede devenir en perseguidor. Nada peor que entregar un cheque en blanco moral a un colectivo históricamente discriminado (sea por etnia, nacionalidad, género o edad).
En cuanto a las relaciones bilaterales entre España e Israel, hay que operar tanto en campo de la política declaratoria, como en el de las acciones sustantivas. En cuanto al primero, exigiendo que el gobierno español condene sin ambages el genocidio de Israel en todos los foros internacionales, comenzando por Naciones Unidas. Y en cuanto a las acciones sustantivas, hay un conjunto de actuaciones que deben realizarse a tono con la gravedad del problema, entre las cuales pueden destacarse dos evidentes: un embargo de armas contra Israel desde España y la ruptura de relaciones diplomáticas con el Estado de Israel.
Alguien podría calificar de extrema la decisión de romper relaciones con Israel mientras siga perpetrando un genocidio en Gaza. Pero no lo es por varias buenas razones. En primer lugar, por la gravedad de la actuación genocida de Israel. Pero también porque no hay que confundir el propósito de la acción: romper relaciones diplomáticas no tiene nada que ver con la idea de la destrucción del Estado de Israel que plantean los grupos radicales propalestinos. Esta cuestión debe quedar bien clara. El acuerdo en Naciones Unidas es la coexistencia de dos estados en la región: Israel y Palestina. Toda concesión a la idea de eliminación de cualquiera de ellos es contraria al derecho internacional sustantivo. Resulta lamentable que, sobre todo en la extrema izquierda, se plantee la ruptura de relaciones con Israel, en medio de diversas concesiones a la idea de destrucción del Estado de Israel, tanto de forma directa como a través del apoyo a entidades cuyo propósito es explícitamente esa destrucción. La ruptura de relaciones con Israel se justifica como sanción contra su política de genocidio. Pero la propuesta de destrucción de Israel es contraria al derecho internacional, cuando no es enteramente racista.
La exigencia de medidas contundentes a las autoridades españolas y europeas, constituye una de las formas de dejar de rasgarnos las vestiduras ante el genocidio de Israel. Seguir quejándonos o lamentándonos sin más no nos separa de la hipocresía reinante.