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Tirar la toalla

Tirar la toalla

sábado 20 de enero de 2007, 12:53h
No resulta muy consolador el deseo que hace unos días expresaba un político moderado como Durán: ya que la unidad de los partidos parece del todo imposible, intentemos al menos que no vaya en aumento la confrontación entre unos y otros. Venía a cuento del "cordón sanitario" con el que había que aislar al PP según metáfora porteña nacida en la cabeza de Luppi, y que parece haber hecho furor entre unos y otros. Los unos, los partidarios del "cordón", porque al parecer pretenden ponerla en práctica o ensayarla al menos de forma inmediata y los otros -los acordonados del PP- porque es la mejor forma de demostrar al mundo que algo tan escasamente democrático como el deseo de aislamiento del partido de la oposición, es un hecho constatable.

Somos muchos los que hemos mantenido que el PP se equivocó no acudiendo a la manifestación de Madrid y se volvió a equivocar en el pasado debate manteniendo un tono que debía haber bajado sin que ello significara renunciar a los principios o cambiar el discurso: se pueden hacer un millón de frases ingeniosas, inteligentes, sonoras y  hasta históricas, pero la realidad se cambia en los consejos de ministros y no en los libros de citas. Ser brillante en la oposición genera menos beneficios que ser aburrido en el poder. Así es la democracia.

Pues dicho esto, llega la segunda parte y es la más que probable vuelta al bloqueo, al porteño "cordón sanitario" que está a punto de imponerse -siempre estuvo ahí- en otra clamorosa equivocación esta vez del Gobierno que pretende lo imposible con la ficción de una medio verdad fácilmente traspasable a titulares, la medio verdad de que el arco parlamentario representa a todos los españoles: pues no, y ellos lo saben. Entre los grupos parlamentarios hay dos que representan a la inmensa mayoría de los ciudadanos de este país, otro -que es IU- que representa a una minoría y el resto están allí gracias no al número de votos que tienen detrás sino a una ley electoral incomprensiblemente aun en vigor que beneficia en el Congreso de la Nación incluso a los que mantienen que ni se sienten parte de esa nación. Así es nuestra democracia.

Poner de acuerdo a esas minorías en contra de un partido no parece que sea tarea complicada; otra cosa es cómo y a cuánto te salen luego el centímetro de "cordón sanitario" y los disgustos que te dan cada dos por tres. Pero toda esta reflexión resulta inútil. Un titular como "Ningún grupo apoya al PP" vale lo que vale mientras no haya urnas por medio, pero, sobre todo, mientras no haya un auténtico sentido de estado del Gobierno. Y  ese sentimiento obliga a ver más allá de los cuatro años de una legislatura, obliga a preocuparse más de los ciudadanos que de sus votos, a pensar en generaciones y no en fechas, a toda esa grandeza y generosidad que uno soñaba que iba a ser la democracia y no fue. Y no es con estos como tampoco fue con los anteriores ni con los de antes de los anteriores. Si a estas alturas aun no se han puesto de acuerdo en un proyecto común de educación, de sanidad, de conformación del estado ¿qué milagro podemos esperar?

Mal deben ir las cosas y estrecha debe ser la visión que de la democracia como sistema tienen nuestros partidos cuando ya incluso los moderados como Durán tiran la toalla y empezamos a conformarnos con "no aumentar las crispación" renunciando directamente al consenso y la unidad dentro de la noble dialéctica de las ideas.
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