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El gran gallinero

viernes 23 de mayo de 2008, 14:02h
Desde luego, no comparto en absoluto el jolgorio que algunos de mis compañeros muestran ante lo que está ocurriendo en el Partido Popular; para algunos, es motivo de diversión, objeto de atención de lectores y oyentes y, por tanto, granero de nuevos clientes. A mí, esa postura me parece algo frívola, con perdón. Tengo demasiado respeto por quienes durante años han militado en una formación política -que no siempre es ni fácil ni cómodo-, dedicándole tiempo y entusiasmo, como para sentirme indiferente ante el desconcierto y hasta el dolor de tantos dirigentes, afiliados y votantes de una opción política que, genéricamente, representa unas ideas compartidas (hasta ahora) por al menos diez millones y medio de españoles.

Pero me parece que las cosas han llegado a un estado casi irreversible. Quienes llevamos muchos años mirando la política desde la butaca de los observadores, no podemos sino evocar pasajes de los peores momentos de la marcha traumática hacia la escisión en UCD, a comienzos de los años ochenta, o las peleas internas en la Alianza Popular de Hernández Mancha, a finales de aquella década. Las heridas de aquellas batallas, que pocas veces tenían la ideología y sí, en cambio, las ambiciones de poder, como motivo de fondo, cicatrizaron en su mayor parte, de acuerdo; pero nunca del todo. Y ese tipo de lesiones siempre deja marca.



Que manifestantes afectos al PP, convocados por Dios sabe quién a través de mensajes SMS, se presenten ante la sede de su partido para reclamar, a gritos, la dimisión del líder nacional, me parece una conducta de aurora boreal. Son los mismos, sin duda, que en una concentración el pasado fin de semana llamaron “rojo” (palabra de honor) a Manuel Fraga. Puede que apenas sean unas decenas, pero son kamikazes exaltados lanzados para copar las portadas de los periódicos.

Esos manifestantes son la punta del iceberg. Debajo hay fuerzas importantes planificando, aprovechando sensibilidades y orgullos heridos, sacando partido de los indudables errores que, sobre todo en materia de comunicación -‘su’ comunicación, no la del gabinete de turno-, comete Rajoy. ¿Qué quieren los que se le enfrentan? ¿Cambiar el rumbo ideológico del partido en un sentido determinado, más nítido, menos centrista, virar a la derecha? Y, si es así, ¿bajo qué liderazgo? ¿Es Esperanza Aguirre más de derechas que Rajoy, lo es María San Gil más que Fraga, o es precisamente eso lo que quienes pretenden mover esos hilos quieren que pensamos? ¿Consideran al templado Rajoy un “rojo” también?¿Como Fraga o más que Fraga?...

En fin: seguir por ese camino nos llevaría al surrealismo más puro. Pero me parece que, tras un período en el que la izquierda estuvo forzada a moderar sus mensajes, a hacerse capitalista, porque el capitalismo ganó ampliamente la batalla, la derecha española ha llegado hasta su propio Bad Godesberg: Rajoy representa, ahora ya de manera inequívoca -es muy importante la evolución experimentada desde el 9 de marzo-, una posición de centro; en cambio, algunos/as de sus oponentes internos/as sugieren vuelos algo más radicales. O, si se atiende a lo que dicen algunos de los más flamígeros comentaristas, incluso mucho más radicales.

¿Será ahora cuando nazca una formación de derecha pura y, hasta cierto punto, dura, como la que existe -aunque casi nunca gobierna, excepto en alguna región- en otros países europeos y nunca se dio en España, entre otras cosas porque Fraga acaparó todo el espectro posible a la derecha del socialismo?¿Será en este trance cuando se consolide un partido de corte centrista, quién sabe si con incorporaciones hasta ahora impensables –no veo gran diferencia entre lo que dicen los del partido de Rosa Díez y lo que predican ahora los afectos a Rajoy, sin ir más lejos-?

¿O todo va a quedar en tormenta en vaso de agua, como vanamente esperan los ‘marianistas’, tras el congreso de Valencia? En ese caso, la clarificación de mensajes, que se va haciendo imprescindible, simplemente quedará aplazada, pienso. Porque a mí me parece que no se trata solamente de si Mariano Rajoy es o no capaz de ganar las próximas elecciones frente a Zapatero o quien sea su sucesor/a: desde el 9 de marzo, las cosas han cambiado tanto que ya estamos hablando de que hay dos concepciones conviviendo en un mismo partido -véase el debate sobre la posibilidad o no de pactar con los nacionalistas, por poner un ejemplo-, pero  que, llegados hasta este punto, ya no pueden mantener esa convivencia.

Y, entonces, acaso Rajoy deba convencerse de que hay que romper para evitar la sensación de que esto es un gallinero. Así de seria se ha puesto, le han puesto, esta crisis.
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