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La sombra de Kafka

martes 27 de mayo de 2008, 07:54h
Cuando concluyo este comentario –este es tema que va a velocidad de vértigo: todo cambia a cada hora--, las cosas estan muy abiertas ante el congreso del Partido Popular. Se hablaba mucho de la ‘opción Juan Costa’, pero aún  nada estaba consolidado del todo. Y la única realidad era, es, Mariano Rajoy. Un Rajoy desgastado por maniobras externas -de esto no cabe duda-, aunque el toque surrealista lo pusieron algunos dibujantes de humor: el aún –y futuro- presidente del PP se batía…con un adversario sin cabeza ni, por tanto, rostro. ¿Quién está detrás de una oposición a un Rajoy hace poco más de dos meses glorificado por quienes ahora le consideran poco menos que un traidor a la causa prístina del PP, casi, casi, un vendido al PSOE y a los nacionalismos?

La cosa no puede dejar de entrar en la categoría de viento de locura. Un tsunami que está arrasando un partido con setecientos cuarenta mil militantes -en los ficheros; puede que la realidad no sea exactamente esa, pero lo mismo ocurre en otras formaciones- y, lo que es más importante, con casi diez millones y medio de votantes. Y, más significativo aún, el único partido capaz de hacer una oposición nacional al PSOE gobernante. Que lo estará haciendo mejor o peor -no del todo mal en este cuarto de hora, aunque con claroscuros-, pero que, obviamente, precisa de eso: de una oposición que desempeñe su papel en el contrapeso de poderes de una democracia.

Así que la crisis en el PP está afectando a la esencia de la democracia española, por cuanto desequilibra el delicado mecanismo de las instituciones que sustentan el Sistema. E insisto: la pregunta es quién, por qué, con qué fines, está interviniendo de manera poco clara -y lo que está claro es oscuro- en un proceso que tiene algo de kafkiano. Porque, con la mano en el corazón: ¿justifica lo dicho y hecho por Mariano Rajoy desde el pasado 9 de marzo la catarata de descalificaciones que le ha caído encima, incluyendo la utilización en su contra de algunas víctimas del terrorismo, incluyendo la defección de personas tan próximas como su secretario de Comunicación, Gabriel Elorriaga? Y los resultados electorales –cuatrocientos mil votos más, frente a cuarenta mil más el PSOE, aunque el PP perdiera las elecciones-, ¿aseguran a perpetuidad que Rajoy jamás ganará ante las urnas?

Personalmente, me alegro de que Rajoy dé la batalla, porque es una batalla que va más allá de lo que resulta aparente: puede que sea una batalla en la que se juega, además del repudio a ciertas injerencias externas a los partidos, nada menos que el renacimiento de un centro político que nos iba haciendo mucha falta. Habrá, claro, muchos movimientos a los que yo no me puedo anticipar sin riesgo de serio error: pero ese centro, recomponiendo límites, propiciando alianzas que hoy son acaso impensables, habrá de crearse. Y puede que el tormento que ahora está sufriendo Rajoy no sean más que los primeros síntomas de los dolores de un parto que sin duda va a ser largo y doloroso: no se puede hacer una tortilla sin cascar huevos.
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