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Triunfador@s

Triunfador@s

viernes 30 de mayo de 2008, 19:20h
TITO B. DIAGONAL
Barcelonés de alta cuna y más alto standing financiero, muy apreciado en anteriores etapas de este diario, vuelve a ilustrarnos sobre los entresijos de las clases pudientes.
No todo son catástrofes tipo inflación (lo que, por lo visto, oído y leído, pone contento a más de uno).Ni todo son, amadísimos, globalizados, megaletileonorisofiados y triunfados niños y niñas que me leéis, derrotas y derrotados. En la España de ahora mismo hay una casta de triunfador@s que no se la salta un envidioso.  Porque hay gentes que, a pesar de los pesares, se ven bendecidas por la fortuna y pueden mirar de frente y de tú a tú al éxito más absoluto. Lo que yo os diga para general ilustración.

Vayamos al mundo de la política. ¿Quién más triunfadora que la señora condesa de Murillo, Esperanza Aguirre y Gil de Biedma, lehendakarisa de la CAM (o sea, Comunidad de Madrid) y lideresa indiscutible –al menos, poco discutida—del PePé de ese territorio? Está que sale, desde hace un par de días. Ayer, sin ir más lejos, adquirió talla de demócrata y política cabal. Todo gracias a Federico J.L., que la puso a parir en la cadena radiofónica mitrada. E, incurrir en las iras y en las opiniones –no insultos—desfavorables del adalid del liberalismo bien entendido, es como un timbre de honor y hace subir la cotización en la Bolsa de lo democráticamente correcto, esa que se administra desde La Moncloa y sus medios de comunicación afines.

Pero hubo más. Esperanza Aguirre, madame la comtesse-présidente, se fue a visitar a la selección española de fútbol, que estaba concentrada en Arganda (bueno, en realidad, a los futbolistas su míster, Luis Aragonés, más que concentrarlos, los enchiquera). La visita presidencial era para dar ánimos y desearles suerte. Cosas ambas que los chiquitos de la selección van a necesitar para la próxima Eurocopa. Y éstos, unos caballeros (lo de pegar patadas a un balón y, de vez en cuando, a la espinilla o al menisco de un jugador rival incómodo, no quita la cortesía con las damas) le regalaron una camiseta roja (la de la selección de toda la vida) marcada en la espalda con su nombre, Esperanza y el número 10. Un elogio en toda regla, casi rayano en el peloteo más abyecto. Sobre el terreno, el número 10 es el que organiza el juego. Naturalmente, madame la comtesse, se quedó más ancha que larga. El color rojo, para los chinos, es signo de buenos augurios. Y ella, doña Esperanza, tiene muchas ídems puestas en el próximo congreso pepero de Valencia. O sea, que se fue encantada de los chiqueros futboleros.

Otro triunfador –por aquello de la paridad—también es madrileño (de Galapagar, sin ir más lejos) y es todo un maestro en lo de parar, templar y mandar. Se trata del maestro José Tomás, más que gloria, mito de la tauromaquia patria. En apenas diez días, salen a la calle dos libros sobre su persona. Supongo que se lo tomará con filosofía, a lo monje budista de la escuela Zen. El primero de ellos, “José Tomás, luces y sombras. Sangre y triunfo” es el de Javier Villán. Mientras que el segundo es de mi buen amigo Carlos Abella y se titula “José Tomás, un torero de leyenda”. ¡Ahí es nada!, como diría tío Manolo en su palco de la real Maestranza (¿habrá que añadir de Sevilla?).

El que fuera, no hace tanto tiempo, mi rival en el Real Club de Tenis Barcelona-1899, o sea, Carlos Abella se ha arrimado a la biografía del personaje (reconozco que no he leído el libro, porque de hacerlo se encarga Damián, mi valet de chambre, que luego me lo resume y después manda el volumen a encuadernar en fino tafilete, con estampaciones doradas al fuego) para, pase a pase, ahondar en la peripecia vital del torero. Todo lo que el aficionado taurino quiere saber sobre José Tomas, el diestro de Galapagar, Carlos Abella se lo brinda en su libro. Sólo falta una semana para que el torero pise el albero de Las Ventas. Es un triunfador (ahí están, sino las dos orejas que cortó en Córdoba, en la Plaza de los Califas) incluso cuando el toro que le ha tocado en suerte le da un revolcón de los de visita a la enfermería y derivada hacia el quirófano más próximo.

Y es que, pequeñines/as míos/as, las cornadas peores, al político/a, al escritor/a o al torero/o, siempre las da el público. Y cuando no es el público, es la crítica. Y esos sin que son pitones y no los de los victorinos…
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