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Un gobierno sin mujer

Un gobierno sin mujer

lunes 02 de junio de 2008, 16:12h

Cuando el célebre ministro Choquehuanca dijo que aquí “hasta las piedras tienen sexo”, más allá de las geniales ocurrencias a las que dio lugar semejante afirmación fuera de contexto, se refería al concepto de la dualidad masculino-femenina que sustenta al mundo indígena. Un par de atractivas piedras animadas cual seres humanos, practicando fogosas el Kala Sutra (suplemento especial, Alasita paceña 2008), no eran precisamente lo que el Canciller tenía en mente, aunque al parecer, sí algunos de sus vecinos de la plaza Murillo que optaron por esa versión “occidental” de la pareja ocasional, ciertamente más cachonda y conveniente.

Lo de cachondo queda claro. La conveniencia está en no tener que lidiar con una pareja que tiende a sopesar las acciones del otro. Un asunto de negociación y probablemente de concesiones, digamos amorosas, para alcanzar acuerdos imposibles. Cosas innecesarias y probablemente incomprensibles en estado de solterío. Y éste es el caso. El Gobierno del presidente Morales no sólo es un Gobierno soltero —y de solteros— sino ch"ulla. O sea, incompleto, porque le falta su pareja.

Una paradoja maquillada con demagogia. Porque este Gobierno alzó las banderas del indigenismo y echó mano de su discurso en boca del “maestro” García Linera —así se refiere a él el propio Presidente—, que ciertamente sabe del principio insoslayable del concepto de pareja como sustento del mundo indígena, pero que lo usa al modo mirista alegando —el presidente Morales y quienes quieran— que su pareja es una mujer llamada Bolivia.

Tal vez debiera decir más bien “un Gobierno sin pareja”, dada la jerga —occidental— adecuada a las características de liberalidad sexual y de derechos, del siglo y del Gobierno. Pero no. Digo mujer porque aludo a lo femenino no como sexo, sino como concepto y como sensibilidad. Una actitud que suele mirar más allá del ombligo, que tiende al interés común, que busca tercamente el entendimiento, que cede a favor del acto amoroso. Pero aquí parece no haber ni pareja ni mujer.

Porque no se trata de que cuatro de 16 miembros del gabinete sean mujeres sino de cuánto y cómo empapan de esa sensibilidad al propio Gobierno para, por ejemplo, ayudarlo a evitar varios quilombos francamente salvables. Y no. No hay. Y el Presidente —y su entorno inmediato—, que no tiene una mujer en el cuerpo (en la oreja y en el corazón), actúa con la única sensibilidad que le queda, la masculina, esa que tiende a la batalla por la supervivencia y al poder del más fuerte. Y se nota. Al ambiente palaciego le falta una mujer. Pero no sólo a él. El país mismo tiene hoy ese gesto masculino que pavonea su solterío prescindiendo de una pareja capaz de mirar lo que el otro no mira, y armonizar los conflictos. Pero ésta tampoco es particularidad del Gobierno. A varios otros ámbitos de la vida nacional les falta una mujer (muchas de ellas sucumbieron al travestismo de la política masculina).

Pero en el caso del Gobierno, el asunto se agrava porque el chacha warmi (la dualidad masculino-femenina) resulta oportuno para la demagogia del discurso político pero no para la práctica. Así, el Presidente reafirma su pertenencia finalmente postiza al mundo indígena que dice que ningún hombre ni mujer adquieren estatus de individuo adulto y pleno socialmente si no se emparejan y completan así esa unidad llamada persona. De la boca de su “maestro”, el Presidente —y con él su Gobierno— se adscribe entonces a los cánones occidentales del liberalismo (post) moderno que optan más bien por una suerte de Kama Sutra político entre una pareja de piedras.

* Comunicadora

cingalesa@hotmail.com

Tomado de la edición de La Prensa 02/06/2008

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