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'Los secuestrados olvidados'

"Los secuestrados olvidados"

jueves 05 de junio de 2008, 02:22h
Una excelente nota periodística de la periodista española Salud Hernández de Mora, publicada en el diario El Tiempo de Bogotá, removió la conciencia de los colombianos sobre los miles de secuestrados en el olvido colectivo

El doble horror del secuestro sufrido por personas que jamás salen en los titulares y que si son mencionadas parecen ser apenas pequeños accidentes en medio de nuestro paisaje bélico.

 Nada más levantarse, prende el computador, abre las páginas de los periódicos y revistas colombianas y lee todo con avidez esperando encontrar algún indicio relacionado con su hijo. Han pasado ocho años y Aída Villamil sigue aguardando una señal que confirme que los secuestradores de Mahmud lo mantienen vivo.

No quería abandonar Colombia hasta que lo liberaran pero al final la familia dejó Bogotá y marchó a una nación lejana. Su marido regresa con regularidad al país y envía mensajes al hijo para mantenerle al tanto de las novedades familiares.

Mahmud tenía treinta años en el cambio de siglo. El primer día del nuevo milenio alquiló una moto náutica en Santa Marta, pero se varó en medio del mar. Dos empleados del negocio acudieron en su ayuda y un testigo vio como una lancha recogía a los tres y desaparecía en el horizonte.

Las investigaciones apuntaron a que unos delincuentes lo secuestraron para vendérselo al ELN y que por alguna razón la guerrilla devolvió "la mercancía". Apenas hubo averiguaciones posteriores, sólo las que realizó el matrimonio con sus propios medios, y el rastro del joven se perdió.

Si un gobierno extranjero se preocupara por Mahmud como el francés por Ingrid Betancurt, los mejores sabuesos del país y del exterior habrían seguido sus pasos. Pero el hijo de un turco no despierta interés en una nación del primer mundo ni solidaridades entre sus compatriotas y su caso es uno más de los tantos secuestrados abandonados a su suerte.

Son muchas, demasiadas, las familias colombianas que se baten en solitario contra la desidia oficial y la de sus coterráneos; que negocian o suplican por la libertad de sus seres queridos con una angustia que les mengua la felicidad y las ansias de seguir adelante hasta casi aniquilarlas. Miles de personas anónimas que aguardan una razón de los carceleros, una prueba de vida que les apacigüe la incertidumbre o, sencillamente, un milagro.

En Colombia repetir la cifra de secuestrados que de forma machacona transmite la Fundación País Libre, es como fumigar con un virus que vuelve sordos y ciegos a quienes la escuchan.
"Son 2.759 personas anónimas para los colombianos. Sólo existen en la memoria colectiva a lo sumo tres o cuatro secuestrados y eso es muy desalentador para el resto de las familias", señala Olga Lucía Gómez, directora de dicha ONG. 

Sólo cuando aparecen testimonios aterradores que estrujan el alma o por iniciativas ingeniosas como las del profesor Gustavo Moncayo y las del puñado de valientes discapacitados que marcharon en sillas de ruedas para mantener viva la memoria de sus compañeros, despierta la sociedad de su letargo para recordar que cientos de compatriotas están sometidos a un martirio atroz.
Entonces rezan por ellos, claman por su libertad hasta que el tratamiento de choque pierde efectividad y el virus recobra su espacio. 

No hay sino que acercarse en la mañana de un martes cualquiera a la Plaza Simón Bolívar de Bogotá y ver el escuálido grupo de madres, esposas y hermanas de los policías y militares cautivos desde hace eternidades. En su plantón semanal, rememoran a los suyos y gritan por un acuerdo humanitario en una hiriente soledad.

"Los muchachos están pudriéndose en la selva no porque estuvieran rumbeando sino porque estaban poniendo el pecho para proteger a una sociedad que les ha dado la espalda", dice Marleny Orejuela, diez años liderando Asfamipaz, que integra a los familiares de "nuestros muchachos"

La guerra librada en incontables campos de batalla: Congreso, gobiernos, embajadas, campamentos guerrilleros, calles, ONGs y un largo etcétera, le abrieron llagas que sanarán cuando los hombres que quiere como si fuesen sus propios hijos regresen a casa.

Cada día le resulta más difícil explicarles a las mamás que los suyos son secuestrados de segunda, que carecen de nombre propio. Que cuando alguien recuerda la masacre de Urrao, pareciera que sólo perdieron la vida el gobernador Guillermo Gaviria y el ex ministro Gilberto Echeverri. Que los tenientes Wagner Tapias, Alejandro Ledesma o el cabo Juan Peña no cayeron acribillados por las balas ni sus muertes fueron relevantes.

Peor aún, que para algunos colombianos sus muchachos son prisioneros de guerra capturados en combate, como si de una acción justificada se tratara. Soportar tantas humillaciones hace que la moral se resquebraje y las lágrimas afloren con más rapidez de lo que Marleny quisiera. "De los nuestros nadie se acuerda", te dice con un deje de reproche en cuanto te ve y una siente vergüenza y remordimiento.

Para Olga Lucía Gómez son varias las causas que hacen invisibles no sólo a los uniformados que desvelan a Marleny sino a los secuestrados por razones extorsivas, que componen el grueso principal de los raptos. "Si no tienes un padrino, si no eres alguien que le importe a alguien importante, estás jodido", señala con nitidez. Así mismo, flota en el ambiente la idea de que el secuestro es cosa de otros, sobre todo de millonarios, cuando la realidad es que cualquiera puede ser víctima el día que menos lo espere. 

 "¿De qué sirven leyes duras como la actual si no se aplican, si la impunidad continúa en índices alarmantes que superan el 85 por ciento?", se pregunta Gómez. "Y con las ofertas del gobierno de sacar de las cárceles a los pocos condenados por secuestro y con toda la política que se mueve alrededor del acuerdo humanitario, lo que están haciendo es enviar un mensaje de que este es un negocio fabuloso. Por un lado no pagan sus condenas si los detienen -que es casi nunca- y, de otro, las Farc tienen al país entero de rodillas, mojando prensa en todo el Planeta".

Las nuevas modalidades de la siniestra industria son preocupantes. Bandas conformadas por delincuentes comunes, ex guerrilleros y ex paramilitares con experiencia en el crimen, sin una estructura jerárquica con lo cual no responden ante nadie. "Sólo utilizan las marcas de sus antiguos grupos y de los nuevos conocidos, que es lo que infunde miedo", afirma Gómez.

Al margen de las amenazas en ciernes, existe una tragedia que País Libre lleva años intentando poner sobre la mesa y que causa un dolor insoportable en cientos de familias como la de Mahmud.
"Los secuestrados desaparecidos no es que sean de segunda categoría sino de tercera. Son las personas que los grupos armados plagiaron y que después de un tiempo no volvieron a dar razones de ellos. Las familias siguen esperándolos, otros se resignaron a que al menos les entreguen los restos, para la sociedad no existen y nosotros no sabemos qué más puertas tocar. Y las autoridades no los buscan", denuncia la directora de País Libre.

La lista es interminable, pavorosa, cerca de mil nombres: Quique Márquez; los abuelos Angulo, los Sarmiento, Arbey Silva, Eduardo Ignacio León, Carlos Arturo Hurtado... gente corriente, como millones de compatriotas. A sus familiares les duele en el alma que sólo permanezcan vivos en sus corazones. Les gustaría que todos supiéramos de sus existencias, que son buenos seres humanos que no hicieron nada para merecer su trágico signo.

Hurtado, por ejemplo, secuestrado el 8 de septiembre del 2004, celebraría en este 2008 las Bodas de Oro con su esposa Ernestina y sus cinco hijos, diez nietos y la bisnieta en camino, si las Farc retomaran las negociaciones que un día interrumpieron sin motivo.

De joven era un apasionado por la cartografía pero un accidente en helicóptero provocó un abrupto giro en su vida. De contemplar la inmensidad de Colombia desde el aire, pasó a ver el mundo desde la pequeñez de la ventana de una oficina, cuando sólo llevaba ocho meses casado. En lugar de hundirse, se plegó al destino, le puso buena cara a su infortunio y sacó con mucho sacrificio a la prole, que iba creciendo. Y en la etapa vital en la que merecía disfrutar con los suyos, las Farc se cruzaron en su camino.

Los Sarmiento tampoco hicieron nada distinto a trabajar toda su existencia y ganarse una merecida jubilación, al igual que los Angulo. Pasar de los sesenta no fue obstáculo para que la guerrilla los internaran en la selva esperando cambiarlos por cerros de plata.

"Tenemos que exigir que acaben con el secuestro de civiles y uniformados como arma de guerra, como medio de financiación y presión política. Es una responsabilidad que nos compete a todos y que no podemos declinar. Y exigir que las autoridades busquen a los que murieron en cautiverio para que sus familias los sepulten, hagan el duelo y descansen", sentencia Gómez.

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