La patria es un sentimiento. En algunos casos, también un idioma. Por eso, los independentistas de Esquerra Republicana han vuelto a la carga tras los Juegos de Pekín: Carod-Rovira, especulando con que unos Països Catalans independientes habrían obtenido la mayoría de las medallas españolas, y el ex diputado Joan Puig, reprochando que los deportistas de habla catalana no hayan usado su lengua.
Y es que, desde hace décadas, los Juegos Olímpicos se han convertido en escaparate de todos los nacionalismos. Antes, sólo era el atleta individual quien ganaba su prueba. Cuando comenzaron a hacerlo los de naciones exóticas, enseguida aparecieron enseñas patrias en orgullosa reivindicación de sus países respectivos.
Algunos españoles, en pleno fervor autonómico, exhibieron tímidamente entonces sus banderas regionales. Eso resultó tan equívoco e inextricable como portar un gallardete del RACE o del club de petanca del barrio, cuando no provocaba la confusión con países tan exóticos como Kiribati o Nauru. Ahora, pasado aquel sarampión de entonces, nuestros atletas usan la bandera nacional, al igual que los bielorrusos despliegan la suya.
Eso es algo que pone de los nervios a los antiespañoles, a aquellos que critican a Pau Gasol por un spot en que muestra su orgullo por defender a España o recriminan a Toni Robredo y Rafa Nadal por expresarse en castellano en una rueda de prensa. Son los mismos que pusieron a caer de un burro a Montserrat Caballé cuando no hace mucho declaró ser “española hasta las cachas”. Entonces, los comentaristas de un nauseabundo blog lo más piadoso que dijeron de ella fue “que se vaya a España esa gorda”.
Para algunos nacionalistas no hay medida. En eso no se parecen a Sean Connery, el actor que acaba de publicar unas memorias que son una loa a su Escocia natal sin denigrar por ello a la Gran Bretaña. Y eso que Escocia, como Gales e Irlanda del Norte, tiene su propia selección internacional de fútbol. Pero, a diferencia de lo que proponen aquí nuestros nacionalistas autóctonos, aquélla no compite contra el Reino Unido, sino contra otras selecciones regionales o autonómicas de Gran Bretaña. Aquí, claro, no se propone que Cataluña o Euskadi compitan contra Asturias o Andalucía, sino contra una España mutilada de ellas. En esas condiciones, no hay un solo deportista con dos dedos de frente que se adhiera a semejante hipótesis.
Y es que si la patria es un sentimiento, como decía al principio, el sentimiento más generalizado del deporte es su universalidad, que lleva al futbolista Dani Güiza a ir de Mallorca a Estambul o al baloncestista Jorge Garbajosa de Toronto a Moscú. Y la universalidad y el internacionalismo son lo más opuesto posible a cualquier exclusión.
¿Te ha parecido interesante esta noticia? Si (2) No(0)