La caída del Muro de Berlín: El terremoto que resquebrajó los cimientos
El 9 de noviembre de 1989 no solo derribó un muro físico, sino que sepultó las certezas de una izquierda europea que había construido su identidad en la oposición al bloque soviético o tomándole como referencia y ejemplo. Incluso quienes lo criticábamos veíamos en él un estímulo y nos sentíamos felices con la victoria del Ejército Rojo sobre los nazis o su apoyo a las luchas de las independencias anticoloniales. La desintegración de los regímenes del Este -definidos como "burocráticos" y alejados del control obrero por parte de ciertas izquierdas -dejó a la socialdemocracia y a los partidos comunistas sin un relato. Como reconoció Carlos Sanjuán en una reunión del PSOE, "los cascotes del muro nos han caído también encima". La URSS ya no era un espejo, sino un recordatorio de fracaso, mientras China y Cuba -alejadas de los parámetros occidentales- no ofrecían alternativas viables.
Este vacío permitió que la socialdemocracia, presionada por think tanks y grupos como los de George Soros, abrazara la “Tercera Vía” de Tony Blair y Anthony Giddens: un híbrido que aceptaba el capitalismo como irreversible y priorizaba la adaptación al mercado sobre la redistribución. Partidos como el SPD alemán, el PSOE o el New Labour británico abandonaron su base obrera para seducir a las clases medias, diluyendo su esencia reformista.
El suicidio de las tradiciones: De los partidos obreros a la fragmentación
La izquierda histórica se desangró. El Partido Comunista Italiano (PCI) se disolvió en 1991, mientras el PCE español se refugió en Izquierda Unida, una coalición sin rumbo claro. Incluso posteriormente figuras como Jeremy Corbyn en el Partido Laborista británico chocaron con estructuras partidistas ya colonizadas por el establishment. Los intentos de regeneración -como el liderazgo de Pedro Sánchez en el PSOE- terminaron en "fiasco", al priorizar la economía liberal, el “europeísmo” neoliberal, la monarquía y la supervivencia en el sistema sobre la transformación social.
Los Verdes, inicialmente críticos con el productivismo capitalista, mutaron hacia un "atlantismo neoliberal", priorizando agendas identitarias sobre la lucha de clases. Su objetivo, fue siempre el “sorpassar” a los partidos obreros, tachados de "antiguallas”. Esta deriva refleja una izquierda más preocupada por la corrección política que por cuestionar las bases económicas del poder y por tanto alejar las críticas al capitalismo. Es la izquierda engreída también cuajada de identitarismo, ideas woke y ya liberal.
Populismos e identitarismo: ¿Rebelión o trampa?
Ante el vacío, emergieron los movimientos antipartidos: Podemos en España, o amplios sectores de La Francia Insumisa. Sin embargo, su energía inicial se diluyó en luchas internas y acusaciones de sectarismo. Podemos fracasó en "articular nada" al priorizar el control sobre los movimientos sociales y una lucha identitaria, alienando a las bases populares y renunciando a la lucha de clases.
Paralelamente, el auge del identitarismo y la 'cultura woke' -impulsados desde sectores urbanos y académicos- fragmentó aún más a la izquierda y en el fomento del woke y la religión queer Podemos tiene todo el protagonismo en esta importación pequeñoburguesa anglófila así como en el contagio de la misma que sufren otras fuerzas como el PSOE ya socio liberal, tratando de parecer más a la izquierda. Mientras se debatían privilegios y lenguaje inclusivo, las políticas económicas neoliberales seguían intactas. Este giro, lejos de fortalecer alianzas, alimentó el discurso de la derecha radical, que capitalizó el malestar de las clases trabajadoras abandonadas. Podemos se mueve ahora tratando con más demagogia que credibilidad de aparentar que nunca estuvo en el Gobierno y que son la esperanza de la izquierda, tratando nuevamente de utilizar en su provecho electoral una reedición bis de lo que fueron en un momento de recuperación de la lucha social las Marchas de la Dignidad, denuncio.
La UE y la OTAN: Bastiones del neoliberalismo globalista
La Unión Europea, que otrora se autodefinió como proyecto de paz y cooperación, aunque esto fuera falso, pues su principal interés es privatizar y destruir el estado del bienestar, se ha convertido en un "bastión neoliberal" propiciando el ascenso de la extrema derecha. Su sumisión a la OTAN —y por ende, a los intereses geopolíticos de EE.UU. — la ha alienado de gran parte del Sur Global, que ve en las sanciones a Rusia o el apoyo a Israel una hipocresía colonial. "Sumisión perruna" a Washington, que ha dejado a la izquierda europea sin credibilidad ante conflictos como Palestina.
El resultado es una UE que, lejos de ser solución, se hunde en la irrelevancia. El 80% de la población mundial avanza en otras direcciones, mientras Bruselas insiste en políticas austericidas y una gobernanza tecnocrática desconectada de la realidad social.
¿Volver a las raíces? Clase, feminismo y esperanza
Frente a este panorama, se necesita un regreso a la "identidad de clase", alejándose de las trampas identitarias. Esto implica:
- Reivindicar el feminismo socialista, que liga la lucha contra el patriarcado a la emancipación económica, no al capitalismo rosa y/o a hacer el trabajo sucio a las multinacionales de farmacia e incluso a redes proxenetas.
- Reconstruir sindicatos combativos, libres de la "servidumbre a partidos woke" y centrados en derechos laborales concretos. Defendiendo lo público y enfrentándose a las privatizaciones.
- Tejer alianzas globales con víctimas del neoliberalismo, desde campesinos latinoamericanos y africanos hasta obreros asiáticos. Pero también con sectores en nuestro país despreciados por las izquierdas woke como agricultores, pescadores, taxistas o camioneros y trabajadoras y trabajadores autónomos.
- Construir alternativas políticas diferentes lejos de las ideas globalistas y la influencia del wokismo ilustrado anglosajón. Ser capaces de propiciar una recuperación de la cultura de clase y del espíritu de lucha y solidario de clase.
La esperanza, como sugiere la metáfora del "vino viejo en odres nuevos", está en rescatar tradiciones olvidadas —internacionalismo, solidaridad obrera, partido del trabajo, socialismo— sin caer en ideas estériles. Solo así la izquierda podrá ofrecer una alternativa creíble al colapso civilizatorio que nos enfrentamos.
Más allá del muro
La caída del Muro de Berlín no solo enterró al socialismo real: desnudó la incapacidad de la izquierda occidental para imaginar futuros fuera del capitalismo. Hoy, ante el auge de la ultraderecha, la crisis capitalista y el incremento de las desigualdades, urge un proyecto que una justicia social con ecosocialismo, que priorice a las mayorías sobre las élites y que diga "alto y claro" que otra Europa —y otro mundo— son posibles. La tarea no es fácil, pero como escribió Benedetti: "Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, nos cambiaron todas las preguntas". La izquierda debe encontrar nuevas preguntas… y atreverse a responderlas.