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Cartel de 'El Cautivo'
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Cartel de 'El Cautivo'

'El Cautivo': Scheherazade de la jojoya

lunes 22 de septiembre de 2025, 10:35h

Pocas esperanzas tenía depositadas en El Cautivo, la nueva película de Alejandro Amenábar, tras oír sus reflexiones durante la entrevista que el pasado martes 10 de septiembre le hizo David Broncano en el programa televisivo La Revuelta. Allí, el muy afamado cineasta chileno-español evidenció, por activa y por pasiva, que la vida y obra de Miguel de Cervantes no le habían importado ni un pimiento, hasta que tuvo noticia difusa de los hipotéticos comportamientos homosexuales del “manco de Lepanto”.

Amenábar y Tejero en La Revuelta

Al final, Amenábar, ganador de un Óscar y once Goyas, ha creado un producto cinematográfico que bien podría ser el resultado de la hibridación de La leona de Castilla y El Robobo de la jojoya. Es decir, un cruce controlado entre cine histórico-épico de Cifesa y por el imperio hacia Dios, con decapitación del comunero Juan de Padilla en presencia de su esposa María de Pacheco, que en tan dramático instante jura combatir al tirano Carlos I; y la trama, tan estrafalaria y absurda como desternillante y jocosa, en la que dos hermanos, el dúo humorístico Martes y Trece, proyectan un golpe de alto nivel: el robo de una joya valiosísima llamada “El ojo de Nefertiti”.

Carteles de las películas La Leona de Castilla y El Robobo de la JojoyaSiguiendo el primer modelo, el Miguel de Cervantes guaperas de El Cautivo, confinado en los baños/mazmorras de Argel e interpretado de aquella manera por Julio Peña, acaba convirtiéndose en un reflejo lírico, aunque en versión de cartón piedra, de la “leona” de Pacheco, símbolo de lucha por la libertad y dignidad de los oprimidos. Y además, limpio como la patena, que se pasa cinco años con el mismo terno y como si lo acabara de estrenar.

En el segundo, la cinta de Amenábar logra alcanzar cotas de comicidad tanto o más tronchantes que las de la antedicha jojoya, especialmente cuando, para satisfacer una exigencia del Beylerbey de Argel, Hasán Bajá, la pareja de frailes de la Orden de Nuestra Señora de la Merced y la Redención de los Cautivos, se lanzan a un demencial e hilarante crowdfunding entre los “moros de Berbería” que compran y venden en el mercado, y que cuando los mercedarios le hacen el gesto de que la limosna es para el manco, se vuelcan en la iniciativa, como si la vida en peligro fuera la de su propio hijo.

Para colofonear tan chistosa escena, quizá le hubiera venido bien una guinda premonitoria de la lírica de Pedro Muñoz Seca, con un coplero ciego recitando: “¡Mora que a mi lado moras! ¡Mora que ligó sus horas a la triste suerte mía! ¡Mora que a mis plantas lloras porque a tu pecho desgarro!”.

Además, tal hubiera servido de pasillo a otra de las escenas más chistosas de El Cautivo, que es la que acontece cuando el Bajá y los dos vigorosos genízaros de su guardia personal, se parten y se mondan de risa con la lectura que hace Cervantes de La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades. Anonadante y abracadabrante.

Porque, este es justa y precisamente el hilo del que tira Amenábar para justificar, aunque en modesta parte, el hecho de que Miguel no sufriera amputación alguna tras cuatro intentos de fuga, durante los cinco años que pasó en el maco argelino. Volviendo a hibridar, don Alejandro traza un estrecho paralelismo entre la peripecia milyunochesca de Scheherazade y el sultán Shahriar, donde la vida pende cada noche de la originalidad del cuento, y los lujuriosos devaneos del Bajá con el manquito p’a t’o la ví’a, al que chicolea y ronronea en el spa.

Coartada modesta, decíamos porque “la masa curcurrosa y la panza mollar”, que diría Max Aub, se la adjudica el director a la presunta homosexualidad del escritor. Todo ello sustentado en la llamada Información de Argel, documento que fue redactado a requerimiento del propio Miguel de Cervantes tras ser liberado del cautiverio y que es una suerte de test de veinticinco preguntas, redactadas por el escritor, a las que respondieron quince testigos y compañeros de confinamiento, entre el 10 y el 22 de octubre de 1580, solo un mes después de que el manco partiera hacia España.

La pregunta que hace el número veinte, requiere a los testigos para que declaren si saben o han oído algo “rarito” o “nefando”, a lo que los encuestados responden por unanimidad que: “… no se ha visto en él algún vicio notable o escándalo de su persona, sino que siempre ha dado en palabras y obras, muestras de persona muy virtuosa, viviendo siempre como católico y fiel cristiano, y por tal es de todos y ha sido habido, tenido y comúnmente reputado”.

Y con estos mimbres, Amenábar se monta un Excusatio non petita, accusatio manifesta, dando por sentado, como ya lo había hecho el inclasificable Fernando Arrabal en su ensayo Un esclavo llamado Cervantes, publicado en 1996, que el antedicho documento tiene toda la pinta de ser una respuesta a otro inculpatorio no encontrado. De tal se hace responsable a un compañero de fatigas argelinas, Juan Blanco de Paz, que, interpretado por Fernando Tejero, recuerda más al porterillo correveidile de Aquí no hay quien viva que al siniestro dominico y comisario del Tribunal del Santo Oficio de la vida real. Un tipo siniestro, miserable y rencoroso, que, después de ser liberado, chismorreó sobre Cervantes y difamó a los pobres mercedarios en un memorial dirigido a las Cortes de Castilla para denunciar: “… los muchos excesos de las personas que van a Berbería a rescatar cautivos y lo que importa remediarlo”.

A esta teoría amenabariana ha respondido el prestigioso historiador y profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Alfredo Alvar Ezquerra en un artículo publicado en el diario La Razón el pasado 15 de septiembre, donde aclara con académica rotundidad que, con la papela, Miguel no pretendía defenderse de insinuación alguna, sino buscar alguna forma de vivir, más o menos desahogadamente, a su regreso a la patria.

Recreación del cautiverio de Cervantes en ArgelDe esta forma, el profesor Alvar nos aclara que Cervantes pidió el documento para presentarlo ante el Consejo de Su Majestad, y añade: “¡Para eso pidió la información, como otros tantos, para acudir al rey a pedir una merced por sus padecimientos por la defensa de la religión y de la dinastía! ¡Por eso se conserva, junto con otros documentos citados más arriba, en el Archivo de Indias, donde se custodia la documentación del Real Consejo de Indias, al que acudió para pedir oficios al otro lado del Atlántico! La decepción, al no lograr ningún oficio fue inmensa: ¡herido en la Batalla, enrolado otros cinco años, cautivo en Argel y todo eso no era suficiente…!”.

Claro como el agua clara, pero a Amenábar le pone mucho más la sodomía y el pecado nefando; cosa que entiendo, porque a mi me pasaba lo mismo, en versión hetero, dicho sea con perdón de la mesa, cuando, con doce añitos, leía en mi libro de religión, del padre Gabino López Morant, que Marco Antonio y Cleopatra “vivieron en luctuosa mancebía, entregados al vicio, la molicie y la voluptuosidad”.

Pero, en última instancia y a estas alturas del concluido primer cuarto del siglo XXI, ¿a quien demonios le importan las practicas sexuales de unos individuos de finales del siglo XVI y en un contexto carcelario del Mediterráneo otomano?. Sobre todo porque, en el entremedias, no fue hasta el siglo XIX y en la Europa de la Revolución industrial cuando prácticas sexuales más o menos extendidas entre la sociedad, pasaron de pronto a conformar una identidad social definida y estigmatizada.

Dicho de otra manera y por subrayar: antes de la centuria decimonónica, los actos sexuales entre personas del mismo sexo existían, siempre existieron, pero no configuraban una identidad específica o una categoría social en el mismo sentido que hoy, de manera que, como diría el profesor José Ortega Cano, “a mamarla a Parla” con estas anacrónicas pudibundeces.

Y así, entre antiguallas de distinto grosor y puestas en escena que recuerdan más a los mercadillos medievales de los pueblos pequeños, que, a los que, en buena lógica, merecería una cinta con un presupuesto cercano a los 10 millones de euros, van transcurriendo demorosamente las dos horitas y cuarto que dura el truño.

Pero detengamos en este punto el vituperio, para subrayar algunos elementos en el platillo del haber de la balanza. Por ejemplo, el hallazgo estético de la aparición en contraluz de los mercedarios, evocando los perfiles de Don Quijote y de su escudero Sancho Panza; la colosal interpretación y narración que hace Miguel Rellán del escritor portugués y teólogo benedictino Antonio de Sosa; y la ubicación del “puticlub argelino” en una barbería, que sirve para hacerle varios guiños a la bacía o vasija cóncava que los barberos usaban para remojar la barba o para realizar sangrías, y que mucho después el hidalgo manchego confundiría con el yelmo de Mambrino.

En fin que como diría el caballero de la triste figura: “Confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades”, aunque me dicen que don Alejandro está preparando otro lo que sea sobre Rodrigo Díaz de Vivar, Mio Cid Campeador. Que Lenin nos pille confesados y que la asturiana Jimena Díaz no nos salga disfórica de género.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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