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El nuevo extremismo político en Europa

martes 10 de octubre de 2023, 11:21h

Hace solo unos años, los medios académicos y periodísticos centraban su atención en el ascenso de la izquierda radical en Europa. Publicaciones tan influyentes como la alemana Der Spiegel daban por seguro que, si SYRIZA ganaba las elecciones parlamentarias del 25 de enero de 2015, no solo significaría un giro histórico en Grecia, al permitir el acceso de una izquierda extrema al gobierno, sino que tendría un fuerte impacto en la Unión Europea. Finalmente, Grecia no abandonó el euro, y cuatro años más tarde SYRIZA perdió las elecciones de 2019. Pero su ejemplo dio alientos a fuerzas similares en otros países europeos. En España, su aliado Podemos logró acceder al Ejecutivo mediante una alianza con el PSOE de Pedro Sánchez, quien necesitaba su apoyo parlamentario para formar gobierno.

Seis años después, la atención de los medios ha girado 180 grados y el foco está puesto sobre el ascenso de la nueva extrema derecha en Europa y el mundo. Se publican libros y se realizan actividades académicas en torno a este fenómeno. Y lo cierto es que la influencia de una nueva extrema derecha se ha hecho relevante, en sus dos modalidades: como una fuerza política complementaria, que se alía con las fuerzas conservadoras para gobernar, como sucede en los países escandinavos (y en muchos gobiernos territoriales en España), o bien como la fuerza hegemónica de un gobierno conservador duro, como sucede en Polonia, Hungría e Italia.

Afortunadamente, la reflexión más rigurosa sobre el aparecimiento de la nueva extrema derecha comienza por descartar la utilidad de usar la categoría de fascismo, para referirse a este fenómeno. Especialistas en el tema, como Pablo Stefanoni o Steven Forti, alertan sobre la confusión que puede generar la simplificación que suelen hacer grupos izquierdistas al categorizar de fascismo a la nueva extrema derecha. Destacan que el fascismo histórico estaba marcado por un corporativismo y una asociación a la fuerza militar como base constitutiva del proyecto político que no parece en los orígenes de la nueva extrema derecha. El clásico Nicos Poulantzas agregaba una nota diferencial importante, para distinguirlo de las dictaduras del sur europeo: el fascismo proyectaba su fuerte nacionalismo hacia la conquista externa, tenía una enorme vocación imperialista. No podían consolidar un régimen fascista quienes lo desearan, sino las naciones que pudieran hacerlo.

Existe un consenso creciente sobre los rasgos propios de la nueva extrema derecha. Destaca su antiprogresismo y en especial su rechazo del relato político progre; también su rebote ante la globalización económica, causante de tanta desigualdad. En relación con ello, se muestra un inconformismo social y un reclamo ante las élites liberales, todo ello cimentado mediante una ideología libertaria radical (una de cuyas manifestaciones fue el movimiento antivacunas). Y en ese contexto, presentan una aceptación crítica y condicionada del sistema democrático establecido.

El mayor problema que tiene el análisis de la nueva extrema derecha en el mundo es su parcialidad. Como subraya Stefanoni, no se puede hablar de la forma populista de hacer política o de sus planteamientos radicales, sin mirar al otro extremo del espectro político. En Europa eso significaría una memoria extremadamente frágil, porque hace sólo unos años el ascenso que atemorizaba refería a la extrema izquierda. Por esa causa, especialmente después de la crisis económica de 2008 y hasta la actualidad, puede identificarse una coyuntura donde lo correcto sería hablar del resurgimiento del extremismo político, tanto de izquierdas como de derechas.

Algo que tiene un efecto importante respecto de la diferenciación política al interior de los países europeos. Hasta fines del pasado siglo, la divergencia ideológica y política estaba protagonizada por los partidos de centroizquierda y centroderecha, que mantenían una confrontación moderada y una alternancia en el poder sin demasiados traumas.

En la actual coyuntura esa confrontación ha adquirido un elevado nivel de polarización, asociada indudablemente al resurgimiento del nuevo extremismo en ambos lados del espectro político. Eso tiene lugar en un contexto de división electoral considerable, que hace que las victorias de las fuerzas ganadoras se consigan por pequeñas diferencias. La mayoría de los países aparecen divididos prácticamente por la mitad, en muchos casos dibujando un bibloquismo confrontativo, producto de la alianza entre la izquierda y su homónima radical, así como de la fuerza conservadora y la extrema derecha, como es el caso actual de España.

Desde luego, el aparecimiento del extremismo político tiene claros antecedentes en Europa. Durante la primera mitad del siglo XX, los sistemas democráticos tuvieron dos claros enemigos: el comunismo y el fascismo, que conformaron el extremismo de ese tiempo. Algo que acabó triturando las democracias emergentes, como fue el caso de la II República española, tildadas de regímenes burgueses que debían dejar paso a la revolución socialista o a la nacional-socialista.

Es cierto que la nueva extrema izquierda ya no reproduce los patrones del comunismo, como lo es que la nueva extrema derecha no reproduce los del fascismo, pero ambos representan el nuevo extremismo político de nuestro tiempo que socaba el pacto social que necesitan los países, y que Europa debe superar para consolidarse como entidad comunitaria efectiva. Para hacerlo, conviene comenzar por realizar un análisis integral del nuevo extremismo, evitando así que el debate caiga en segmentaciones y medias verdades.

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