Miopía

El controvertido y personalísimo escritor francés Michel Houellebecq escribió hace una década ‘Sumisión’ (Ed. Anagrama, 2015), una novela que suscitó rápidamente una encendida polémica en su país. En la novela, Houellebecq situaba a Francia a las puertas de las elecciones presidenciales de 2022. Los partidos tradicionales acuden a ellas con el ánimo por los suelos porque las encuestas les otorgan un resultado nada favorable y, en efecto, las votaciones confirman que Mohammed Ben Abbes, líder de una nueva formación islamista moderada, derrota con el apoyo de los socialistas y la derecha a la candidata del Frente Nacional en la segunda vuelta. Ese vuelco electoral incide directamente en la vida de François, el protagonista de la novela, un profesor universitario que, a sus cuarenta años, no atraviesa tampoco su mejor momento académico ni personal, y la llegada del nuevo presidente al Elíseo provoca una rápida transformación social que, por supuesto, también afecta al profesor.

La fábula que proponía Houellebecq no ha llegado a cumplirse aún en la realidad, dos años después de la fecha fijada en la novela, pero no creo que deba ser considerada simplemente como una boutade política. No sé tampoco si el escritor francés tiene o no futuro como sociólogo, pero lo que está claro es que con su novela tocó la fibra de una sociedad como la francesa que no acaba de resolver sus tensiones raciales y religiosas, especialmente con la población magrebí que ha ido creciendo allí en los últimos años. Y, como siempre, lo que sucede al norte de los Pirineos, más tarde o más temprano, tendrá también su fiel reflejo en nuestra piel de toro. Indicios iniciales no faltan, como voy a intentar mostrarles a continuación.

Fijemos la vista unas semanas atrás, en plena y casi generalizada huida de los españoles (la DGT habló de más de 16 millones de desplazamientos), en estas primeras minivacaciones del año en plena Semana Santa. Recuerdo a los lectores que ésta es la fiesta grande de los cristianos y que, con ella, celebran la crucifixión, muerte y resurrección de Jesús de Nazareth, y que -sin ánimo de molestar a nadie, y poniendo sobre la mesa datos de las últimas encuestas-, cerca del 60 por ciento de nuestros conciudadanos se declaran cristianos y, de éstos, la inmensa mayoría católicos. Razón suficiente, pues, para que las autoridades políticas, aunque no sea más que como mero gesto diplomático que contribuya a seguir profundizando en la convivencia y la concordia entre los españoles -cito dos términos que el sanchismo tiene permanentemente en su boca-, sean o no cristianos, incluso meramente creyentes.

Pues no, el presidente del gobierno de España, Pedro Sánchez, no se ha acordado de más de la mitad de sus compatriotas y no ha felicitado por medio alguno ni a los cristianos, ni tampoco y al menos a la Conferencia Episcopal. Menos aún su vicepresidenta, Yolanda Díaz, mucho más eufórica el pasado 31 de marzo porque en esa fecha se celebraba, al parecer, «el Día Internacional de la Visibilidad Trans», una celebración infinitamente más importante y popular que la Pascua cristiana como todo el mundo sabe…

Los partidos de la oposición, PP y Vox, por el contrario, felicitaron a la población cristiana española a través de diversos medios (redes, asistencia a procesiones e incluso alguno de sus representantes, acudiendo también a la misa de Pascua). El propio Felipe VI, acompañado de su familia, presenció también dos procesiones en Madrid, aunque ningún miembro de la familia real, que sepamos, ha asistido este año a las celebraciones religiosas de Semana Santa.

Miremos también y paralelamente y por ejemplo al Reino Unido, para poder compararnos con otro país monárquico, democrático y occidental. Su primer ministro, Rishi Sunak, el primero en la larga historia de jefes de gobierno británicos que no es cristiano, sino hinduista, la religión politeísta imperante en la India. Recordemos que el actual primer ministro inglés es hijo de indios que emigraron a ese país hace ya varias décadas. Todo ello no ha impedido, sin embargo, que Sunak felicitase a sus compatriotas con motivo de la celebración de la Pascua de Resurrección. El rey británico, Carlos III, por su parte, y a pesar de estar convaleciente por la enfermedad que atraviesa, acudió a una celebración religiosa en la capilla de Windsor.

Sánchez, sin embargo, ha felicitado ya a los musulmanes españoles con motivo de la celebración del Ramadán, como también lo hace puntualmente el President de la Generalitat, Pere Aragonès, con la “comunidad musulmana del país”. Una circunstancia que viene a sumarse también a la voluntad decidida de ERC de evitar referirse en todo momento a otras celebraciones cristianas como la propia Navidad, a la que se refería en diciembre pasado como “las fiestas del solsticio de invierno”.

Esta tendencia de nuestros gobernantes y buena parte de los partidos que les apoyan a intentar evitar groseramente cualquier tipo de felicitación a los españoles cristianos sólo puede ser debida a dos causas: o la mala voluntad, o el más supino y lamentable desconocimiento de nuestras raíces históricas. Tanto la una como la otra no son más que la demostración de que en ellos habita una miopía sociológica, política y religiosa que, a primera vista, parecería impensable entre nuestros gobernantes.