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Ucrania, Rusia y la contradictoria posición española

viernes 28 de enero de 2022, 08:45h

Parece un episodio lejano en el tiempo, pero la invasión rusa de Crimea ha vuelto a la actualidad, corregida y amplificada por el imperialismo ruso después de algo más de siete años (2014). Entonces quise conocer algo más de las relaciones entre Rusia y Ucrania e, investigando e investigando, acabé por publicar un libro sobre el tema, Ucrania frente a Putin (Ed. ViveLibro, 2015). Dudé si titularlo “Ucrania frente al zar Putin”. No lo hice, pero el tiempo me ha dado la razón y ha demostrado que la vocación imperialista de Putin y las de los zares es la misma.

Ya entonces intuía que ese episodio de la invasión de Crimea tendría, tarde o temprano, segundas y terceras partes por esa tibia respuesta internacional a la osada iniciativa de Putin. Casi en el párrafo final del libro escribí que “… a juzgar por los resultados, la comunidad internacional parece haber aceptado ya que un estado, el ruso, de forma unilateral, y saltándose todos los tratados internacionales, puede anexionarse una región -Crimea- de otro estado, Ucrania; puede también alentar el secesionismo de otras regiones del Este de Ucrania, armando a los rebeldes, apoyándolos con armamento pesado y tropas de élite, sin que por ello se modifique sustancialmente el status quo internacional”.

La segunda parte ya está aquí. El régimen de Putin, azote durante estos años de la oposición y de la prensa rusa –ellos ya saben que la represión y el veneno son manejados con soltura por el antiguo responsable del KGB-, no iba a dejar pasar la oportunidad de constituirse en potencia clave dentro del panorama geopolítico mundial. Ahora ya no es Crimea sino Ucrania entera lo que pretende, y, menos mal, esta vez ni Estados Unidos, ni Europa, ni la OTAN parecen dispuestos a dejarle volver a salir impune de su osadía.

Las cosas entonces se fueron sucediendo con una velocidad vertiginosa, es cierto, pero la comunidad internacional se equivocó con su quietud. La península de Crimea formaba parte del territorio de Ucrania desde que, en 1954, el entonces presidente de la URSS, Nikita Kruschev, cediera ese territorio al estado ucraniano. Después de la desintegración de la URSS en 1991 las cosas siguieron igual hasta que en 2014 Ucrania fue sacudida por ciertos acontecimientos que no dejaron indiferente a Rusia, su viejo vecino.

Aquel año Ucrania vivió en muy pocos meses una revolución claramente proeuropea, la de la plaza Euromaidán; una dimisión de un presidente, Víktor Yanukóvich, y su huida a la vecina Rusia; su sustitución por otro presidente interino, Oleksandr Turchínov, durante apenas tres meses, los suficientes para poder celebrar nuevas elecciones; luego vino la invasión de la península de Crimea orquestada por Vladímir Putin que, además, alentó el crecimiento de los movimientos separatistas en las zonas de Lugansk y Donetsk. La elección de un nuevo presidente constitucional en mayo, Petró Poroshenko, no alteró nada la situación con Rusia. La subida de la tensión entre ambos países no cesó y alcanzó su cénit después de que murieran casi 300 personas en un avión comercial de la compañía Malaysia Airlines, abatido por un misil tierra-aire cuando sobrevolaba Crimea… Desde entonces los 42 millones de ucranianos han vivido tan inquietos como resignados a la nueva situación.

Movimiento estratégico

De la importancia que el régimen de Putin daba ya a la propaganda, a la difusión de noticias desestabilizadoras para Occidente, hemos tenido buenas pruebas. La primera, quizás, por su influencia en el resultado de unas elecciones en Estados Unidos, a través de esas oscuras relaciones con el entonces candidato Donald Trump, luego presidente, y que tan mal encajó después su derrota frente a Biden (recuérdese como alentó la vergonzosa toma del Capitolio). La segunda, más próxima y que hemos padecido aquí en España, por su apoyo al secesionismo catalán.

Pero, para que vea hasta qué punto llega la preocupación del Kremlin por la imagen pública del presidente ruso, déjeme que le cuente una ligera anécdota vinculada a la presentación del libro al que acabo de aludir. Aunque escrito por este modesto periodista, sin mayores implicaciones en la conformación de la opinión pública nacional, y menos aún en la internacional, a la Embajada de Rusia en Madrid no le pasó desapercibida la presentación de ese título. Lo prologaba José Manuel González Huesa, director general de la agencia Servimedia y, a la sazón, presentador del acto de presentación. Hasta allí acudieron ni más ni menos que dos altos funcionarios de la embajada, los secretarios 1º y 2º de Asuntos Políticos, para no dejar pasar la oportunidad de intervenir en la misma y denunciar la, para ellos, “parcialidad, la falta de rigor la falta de contraste de las opiniones vertidas por el autor” en las páginas del libro.

Hasta ahí todo normal. El discurso de los diplomáticos era el que ya se podía presuponer pero, a renglón seguido, una persona situada entre el público -un español casado con una mujer ucraniana y prorrusa-, se levantó y comenzó a elevar el tono de su intervención denunciando la parcialidad del libro, a su juicio claramente escrito para subrayar la ambición de Putin, etc., se fue acercando a la mesa que presidía el acto y, tanto González Huesa como yo, pudimos convencerle de que aquí, en España, había libertad de expresión y la mayor prueba de ello es que él podía hablar allí con idéntica libertad a la que había ejercido yo con la escritura del libro, una circunstancia que, difícilmente, podría realizar en Rusia, ni en esos ni en estos momentos. La sangre no llegó al río, pero estoy seguro de que ninguno de los asistentes a aquella presentación ha olvidado aún la tensión que se vivió.

Pero, volviendo a lo importante, Occidente no se tomó lo suficientemente en serio el movimiento geopolítico de Putin en 2014 y, tras aquellos barros tenemos hoy estos lodos, con Europa temblando ante un posible conflicto por la iniciativa del presidente ruso de movilizar hasta la frontera de Ucrania más de 100 000 soldados, y con el probable propósito de atacar su integridad territorial.

Esta vez sí, EE. UU., Europa y la OTAN han reaccionado a tiempo. Apenas dos días después de ese movimiento militar en la frontera ucraniano rusa, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, convocó una videoreunión de urgencia a la que fueron llamados la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen; el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg; el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel; el presidente francés, Emmanuel Macron; el canciller alemán, Olaf Scholz; el primer ministro italiano, Mario Draghi; el primer ministro británico, Boris Johnson, y el presidente de Polonia, Andrzej Duda.

España, como miembro de la OTAN, ha dado esta vez muestras inmediatas de apoyo a sus aliados y ha enviado a la zona varios buques de su Armada , y en unos días partirán también hacia Bulgaria cuatro cazas Eurofighter armados con el nuevo misil Meteor. Pero eso no fue suficiente para que Biden olvidara la presencia en el consejo de ministros español de miembros que se han alineado abiertamente con Rusia y han vuelto a promover el «No a la guerra», pero no dirigido a Putin, sino a la OTAN, a EE.UU. Y a Europa. Y, supongo, posiblemente también pesó en la decisión del presidente norteamericano el gesto de Rodríguez Zapatero de no levantarse ante la enseña norteamericana en un desfile militar ocurrido poco después de su llegada a Moncloa. Algo difícil de olvidar para la nación norteamericana y, en consecuencia, el presidente actual del gobierno español, Pedro Sánchez, no ha sido invitado a esa videoconferencia.

En España, son los miembros del gobierno de la parte de Unidas Podemos quienes tienen que explicar a la opinión pública la razón que los ha movido a ratificar hace solo unos meses los compromisos militares de nuestro país, al tiempo que ahora muestran su antiimperialismo norteamericano que llevan en vena, aunque la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, en plena campaña de búsqueda de su nueva identidad política y de la aprobación en el congreso de su reforma laboral, apenas si ha dicho públicamente “esta boca es mía”.

La dura realidad es, en fin, que los gestos y las acciones hay que hacerlos cuando corresponde porque, de otro modo, el invasor se crece y no tiene nunca bastante. Entre tanto, la población ucraniana -es un sino en su historia-, tendrá que seguir aguantando el miedo y resistiendo.

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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