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80º aniversario de la muerte de un perito en lunas y toros

martes 18 de octubre de 2022, 08:18h

En este tiempo en el que campa por sus respetos la llamada “cultura de la cancelación” y el revisionismo reinterpretativo de la historia, que lleva a juzgar con criterios, puntos de vista y parámetros culturales del presente, hechos, usos y costumbres del pasado más o menos remoto, el ochenta aniversario de la muerte del excelso poeta Miguel Hernández mal podría verse empañado por su enorme afición a los toros, su poesía de exaltación del astado o incluso con la forma de ganarse el sustento durante algún periodo de su vida; circunstancias que a lo peor molestan a las legiones de ofendiditos perpetuos y custodios de lo política y animalísticamente correcto, con principios a elegir según los casos.

En cuanto al primer punto, de casta le venía al mozo, ya que, aunque pastor de cabras en su infancia y adolescencia, con frecuencia acompañaba a su abuelo, Antonio Gilabert Berna, cuando este iba a vender caballos para su uso en la suerte de varas durante las corridas que se celebraban en Orihuela y municipios aledaños. La afición a los toros del muchacho fue creciendo y se cuenta que en una ocasión fue detenido y arrestado por lanzarse al ruedo como espontáneo, y que de cuando en vez “hacía la luna” dando lances nocturnos en las ganaderías de la zona.

En segundo lugar, el toro es uno de los símbolos que Miguel, “el genial epígono de la generación del 27” según de Dámaso Alonso, utiliza para expresar el destino trágico de la vida, el amor y la existencia. De ello podría ser buen ejemplo Llamo al toro de España, incluido en el poemario El hombre acecha, cuya edición de cincuenta mil ejemplares ya se había impreso en Valencia aunque aún por encuadernar, pero que, en abril de 1939, una comisión depuradora franquista, presidida por el filólogo Joaquín de Entrambasaguas, ordenó destruir por completo. Afortunadamente, dos de aquellos ejemplares pudieron ser salvados y con ellos se pudo reeditar el libro en 1981. En el poema de referencia, el poeta oriolano llama al pueblo para que luche por su dignidad, para que se levante con resolución contra la tiranía y rompa las cadenas con las que les quieren sojuzgar; es un grito desesperado en el que insta a los defensores de la España leal a negarse a ser cabestros y se conviertan en toros bravos ante el riesgo inminente de ser castrados como colectivo humano.

El poema comienza con los versos: “Alza, toro de España: levántate, despierta./ Despiértate del todo, toro de negra espuma,/ que respiras la luz y rezumas la sombra,/ y concentras los mares bajo tu piel cerrada”, para seguir con una docena de cantos que llevan por título Despiértate, Levántate, Esgrímete, Desencadénate, Yérguete, Víbrate, Resuélvete, Truénate, Abalánzate, Revuélvete, Atorbellínate, Sálvate, y concluye diciendo: “ Despierta, toro: esgrime, desencadena, víbrate./ Levanta, toro: truena, toro, abalánzate./ Atorbellínate, toro: revuélvete./ Sálvate, denso toro de emoción y de España./ Sálvate”.

Pocos años antes, en 1936, Ediciones Héroe, bajo la dirección del matrimonio formado por otros dos grandes poetas, Manuel Altolaguierre y Concha Méndez, había publicado otro poemario hernandiano El rayo que no cesa, supuestamente dedicado, en su gran mayoría, a la pintora Maruja Mallo, su amour fou de aquel momento, antes de volver contrito a los brazos de su amada eterna Josefina Manresa. Uno de sus sonetos endecasílabos dice: “Como el toro he nacido para el luto/ y el dolor, como el toro estoy marcado/ por un hierro infernal en el costado/ y por varón en la ingle con un fruto./ Como el toro lo encuentra diminuto/ todo mi corazón desmesurado,/ y del rostro del beso enamorado,/ como el toro a tu amor se lo disputo./ Como el toro me crezco en el castigo,/ la lengua en corazón tengo bañada/ y llevo al cuello un vendaval sonoro./ Como el toro te sigo y te persigo,/ y dejas mi deseo en una espada,/ como el toro burlado, como el toro”.

Por último hay que subrayar que prácticamente el único trabajo retribuido regularmente que Miguel tuvo en su tan corta vida, y más allá de una breve experiencia como ayudante en la notaría de Luis Maseres, en su Orihuela natal, fue como secretario del académico José María de Cossio, y redactor de algunas voces de su monumental y enciclopédico proyecto Los Toros. Tratado técnico e histórico, definido por el crítico taurino Antonio Díaz-Cañabate como “la Biblia del toro”.

Aunque animado por un sueldo mensual de cuarenta duros, a Miguel no le entusiasma excesivamente escribir biografías de matadores de segunda o tercera fila, pero ya tiene garantizado el sustento y tiempo libre para avanzar en su carrera.

Tras muchísimas horas en la Biblioteca Nacional recopilando datos biográficos de toreros y otras tantas enfrascado en la redacción, según diversos autores todo indica que fue el responsable de las entradas correspondientes a José Ulloa “Tragabuches”, Antonio Reverte Jiménez, Manuel García “El Espartero”, y Rafael Molina Sánchez “Lagartijo”, que aparecerían publicadas en la primera edición de la enciclopedia en 1945.

Enfrascado en esa tarea, Hernández no tarda en descubrir que para Maruja Mallo, la mujer que le ha dado a conocer el amor carnal y más que probablemente desflorado, él no ha sido mucho más que un capricho pasajero; que la aventura lleva inscrita una fecha de caducidad y que esta no tardará en hacerse efectiva porque ella ya ha empezado a frecuentar a otros hombres. Una tarde, Cossío se acerca a la mesa donde Miguel está trabajando en la que terminará siendo la monumental enciclopedia taurina. Su jefe y amigo le pregunta cariñoso qué tal lo lleva. Él le responde compungido y como el toro nacido para el luto y el dolor: “Aquí me tiene usted, don José María, rodeado de cuernos por todas partes”.

De cualquier forma, hay que decir alto y claro que el poeta de Orihuela es infinitamente más que su pasión por el “arte de Cúchares”, de manera que en este ochenta aniversario de su ignominiosa muerte, evocar su figura y su obra debiera ser el imperativo con el que el poeta chileno Pablo Neruda comenzaba una carta escrita en París, en octubre de 1960: “Recordar a Miguel Hernández que desapareció en la oscuridad y recordarlo a plena luz, es un deber de España, un deber de amor”.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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