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Croac-croac, cantaba le Roi

sábado 22 de abril de 2023, 18:53h

Felipe VDe existir un ranking de soberanos majaretas a lo largo de la historia, quizá por encima de los muy afamados Calígula, Juana I de Castilla, Luis II de Baviera, Carlos VI de Francia, Sissi Emperatriz o Christian VIII de Dinamarca, habría que situar a nuestro Felipe V, a quien, en los madrileños Teatros Luchana y en estos días, rinde jocoso tributo el guionista, escritor, storyteller, productor de televisión, divulgador y presentador David Botello. Tal hace poniendo sobre las tablas, con su acreditado "punto sobre la historia", un monólogo titulado El rey que nos salió rana, que mezcla la apreciación coloquial de no resultar como se esperaba, con la circunstancia de que durante algunas temporadas, el monarca se considerara miembro honorario del orden de anfibios anuros.

Nieto de Luis XIV, el "rey Sol", y sucesor de su tío-abuelo, la piltrafa hechizada que reinó como Carlos II, último monarca de la dinastía española de "los Austrias", Felipe se convirtió en rey de España y primero de la Casa de Borbón el 16 de noviembre de 1700. Su reinado, dividido en dos etapas, abdicación mediante, duró 45 años y 3 días, lo que le convierte en el más largo en la historia del país. A pesar de que fue llamado "el Animoso", fue un maníaco depresivo y un delirante de manual psiquiátrico que pasaba meses sin cambiarse de ropa y sin consentir que le afeitaran. En un tiempo en el que la higiene brillaba por su ausencia, el rey consiguió el mortal y medio con tirabuzón, y su hedor llegó a ser tal que los cortesanos que despachaban con él tenían que hacer notables esfuerzos para reprimir las arcadas.

Corte de Felipe V e Isabel de FarnesioAunque el rey Felipe ya había dado muestras de no estar del todo en sus cabales, los delirios empezaron a hacerse muy notorios cuando, tras enviudar de su primera esposa, María Gabriela de Saboya, le casaron, en 1714, con la aristócrata parmesana Isabel de Farnesio. Tras consumar el primer himeneo en tierras de Guadalajara, llegó el momento de hacerlo en el Palacio Real madrileño. Llegados a la regia sede, Felipe se obstinó en mostrarle a Isabel la cama donde su anterior esposa había fallecido e iniciado el sueño eterno. La Farnesio observó el lecho un tanto perpleja, pero su asombro se convirtió en alucine cuando el consorte la empujó violentamente y se abalanzó sobre ella para dar rienda suelta a sus feroces apetitos concupiscentes, liberando en aquel acto quien sabe qué lóbregos demonios y crípticos pensamientos.

Las chaladuras y demencias reales estaban dando su primeros pasos. Tres años después, en octubre de 1717 y según cuenta el cardenal, principal consejero y factótum de la corte Giulio Alberoni, el rey: ". fue acometido por tan negra melancolía que creíamos que iba a expirar de un momento a otro". De la murria y la abulia, pasaba a la sobreexcitación sin solución de continuidad; se levantaba en plena noche y se ponía a rezar a los personajes representados en los tapices, rogándoles su absolución por los muchos pecados de lujuria que cometía. Otras veces, espada en mano, embestía con furia a los cortinajes, cual caballero de la triste figura frente a los pellejos de vino de la venta. En una ocasión, estando en el lecho escuchando misa y cuando su confesor le dio a besar un relicario, el rey agarró por el cuello al cura y a punto estuvo de asfixiarle.

Un mal día, Felipe se convenció de que las sábanas blancas de su cama emitían una lúgubre fosforescencia y que estaban embrujadas. Empezó a dar alaridos de terror y solo llegó a calmarse tras la promesa firme de que toda la ropa blanca sería quemada en una pira y sustituida por otra de color. A partir de aquel momento, el rey adquirió la costumbre de no cambiarse de ropa interior hasta que esta despedía asfixiantes efluvios y adquiría un color entre el marrón oscuro y el gris panzaburra.

Carlo Broschi, Como quiera que los delirios furiosos y las depresiones extremas de Felipe iban a más, la Farnesio concibió la idea de traerse a la corte al napolitano Carlo Broschi, "Farinelli", miembro de la baja nobleza que había sido castrado cuando era un niño para que conservara su voz de soprano en la edad adulta, y que, convenientemente educado musicalmente, había alcanzado la cima de la fama en toda Europa. Durante casi dos décadas y noche tras noche le cantó las mismas canciones al monarca majareta produciendo en él el benéfico efecto deseado. Fue nombrado director de teatros en Madrid y Aranjuez, donde montó grandes espectáculos, organizó una lujosísima flota para navegar el Tajo, y montó innumerables óperas con textos, sobre todo, de su gran amigo el poeta Pietro Metastasio.

Cumplidos los sesenta años y con la cabeza como un cencerro, la ciencia de la época dictaminó que Felipe padecía: ". frenesí, melancolía morbo, manía y melancolía hipocondríaca". Finalmente, entregó su alma a Dios en Madrid a 9 de julio de 1746 y Sobre el aciago momento, el historiador Henry Arthur Kamen, escribe: "La repentina muerte del rey, a los sesenta y dos años, había sido consecuencia del deterioro físico y mental del monarca", pero más adelante añade algún otro dato sustancial: ". Felipe V no se había lavado desde hacía por lo menos cuatro meses y su condición era tal que al intentar asear el cadáver, los sirvientes se llevaban en las esponjas trozos de la piel".

Felipe trasladó su delirio hasta más allá de la muerte. Su viuda Isabel decidió instalar una capilla ardiente para que las gentes le dieran su último adiós. Quizá no fue decisión acertada, porque el populacho, ávido de entretenimientos gratuitos, aunque fueran de tinte tan macabro, organizó tal tumulto que, según cuenta un cronista de la época: ". en la sala malparieron dos mujeres y a otra sacaron un ojo, siendo todo accidentes sensibles".

David Botello y su trabajoSobre este magno esperpento vital, David Botello, arropado por la producción ejecutiva de la maga televisiva Esther Sánchez, monta un hilarante espectáculo que estará en escena, en los Teatros Luchana, insistimos, todos los vienes a las 19,00 h. En su brillante monólogo, va desgranando anécdotas tronchantes sin salirse del rigor de los hechos fidedignos, que de cuando en cuando apoya con escuetos y rotundos testimonios de personajes de la época, hábilmente distribuidos entre el público, y con la participación jubilosa de la parroquia que canta a coro un "Croac-croac, cantaba le Roi". Así, David brinda al respetable una tournée por la historia, que comienza en los años mozos del futuro Felipe V en los salones y jardines de Versalles, y cierra con la entronización en el trono de Carlos III recién llegado del reino de Nápoles y Sicilia, en la que desliza la interesante tesis de que el primer "campechano" de los borbones no fue el fundador de la dinastía, sino su hijo Luis I, al que los ciegos a la guitarra y los lazarillos manejando el puntero pusieron en coplas de consumo popular: "Bien amado, bien amado,/ tu dolor y tu tristeza/ aparta,/ y busca en la noche/ alivio para tu pena;/ allá en el barrio que sabes,/ la que tú sabes te espera;/ como los tuyos, sus ojos/ ni se cansan ni se cierran;/ ojos que acusan a un rey/ sin desvelos de una reina,/ ojos de noche sin alba/ que solo la noche esperan".

Espectáculo vivamente recomendado para españoles ahítos de ver series televisivas sobres los Tudor y los Estuardo y ávidos de que alguien le cuente algo, didáctico y desenfadado, sobre sus propias dinastías.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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