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La estrella de Alberto, arcangelón rugiente

lunes 30 de octubre de 2023, 08:25h

Sánchez y Yolanda DíazPara presentar públicamente y dar a conocer su acuerdo programático de cara a la hipotética investidura gubernamental, los socios de preferencia, Pedro Sánchez y Yolanda Díaz, eligieron el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, cuál teatro de los sueños sin balón, en expresión al alimón entre el futbolista Bobby Charlton y el periodista Màrius Carol. En ese marco, la señora Díaz ha considerado oportuno usar la metáfora que da título a la escultura de Alberto Sánchez, El pueblo español tiene un camino que conduce a una El pueblo español tiene un camino que conduce a un estrellaestrella, sita en la explanada de acceso a la Galería; una pieza realizada por el valenciano Jorge Ballester en 2001, que es réplica de aquella imponente columna en cemento y bronce de doce metros y medio de altura que el panadero, porquerizo, herrero, escayolista, zapatero y portentoso artista plástico toledano esculpió para la entrada del pabellón de la República Española en la Exposición Internacional de 1937 en París.

Alberto concibió su obra grandiosa como una estructura orgánica totémica que brota del suelo cual enhiesto surtidor de sombra y sueño, como el ciprés de Gerardo Diego, para lanzarse hacia el cielo hasta atrapar la estrella proletaria y redentora a la que acompaña una paloma, símbolo del amor y la paz que finalmente no pudieron ser, ni para los españoles ni para el artista. Imposible saber en qué punto y hasta qué punto Yolanda Díez ha querido recoger la esencia y simbología del mensaje, pero no hay duda de que la cita le ha quedado resultona y rimbombante.

El caso es que ni de lejos transcurrió así la vida del artista toledano, pero no anticipemos acontecimientos.

Antes de darse a conocer al mundo desde la capital del Sena, en 1927, y junto al pintor e ilustrador albaceteño Benjamín Palencia, a quien había conocido dos años antes en la exposición de la Sociedad de Artistas Ibéricos, se planteó la necesidad de renovar en profundidad el arte español al modo y manera en la que lo estaban haciendo los movimientos vanguardistas europeos. Eligieron como centro ceremonial del movimiento un altozano a las afueras del entonces pueblo madrileño de Vallecas, el cerro de Almodóvar, que bautizaron como “Cerro Testigo” porque aquel iba a ser el refrendatario y deponente del nuevo movimiento innovador de las artes hispanas.

A la pareja pionera, se les fueron uniendo poco a poco artistas y artesanos de muy distintos ámbitos, como los pintores Juan Manuel Díaz Caneja, Gregorio Prieto o Antonio Rodríguez; el cartelista Josep Renau; los escultores Eduardo Díaz Yepes, Francisco Badía y Jorge Oteiza, el diseñador gráfico Enrique Climent; los poetas José Herrera Petete, Pablo Neruda o José Bergamín; los arquitectos Luis Lacasa, Fernando Tudela o Luis Felipe Vivanco, y una extensa troupe de creadores de genio. Como años después recordaría Rafael Alberti, soñaban con: “… la creación de un nuevo arte español y universal, puro y primario como las piedras que encontrábamos allí pulidas por los ríos y las extremadas intemperies”.

Cerca de aquel Cerro Testigo, el poeta del pueblo Miguel Hernández, no sabemos si antes o después de haber sido desflorado por la genial pintora Maruja Mallo, recogió unas ramitas de tomillo que entregó a Alberto diciéndole: “La vida de los hombres suele ser retorcida como las raíces de los tomillos, pero hay muy pocos que al final de esa lucha huelan tan profunda y limpiamente como éste”.

Entretanto, Alberto Sánchez se había vinculado estrechamente y desde su inicio al magno proyecto de regeneración cultural republicano de las Misiones Pedagógicas, de cuyo Patronato fue vocal, al tiempo que se volcaba en la tarea de diseñar la escenografía de Fuenteovejuna, que representaría el teatro universitario La Barraca, que dirigían Eduardo Ugarte y Federico García Lorca, y los decorados del ballet La romería de los cornudos, con música de Gustavo Pittaluga para un libreto de Lorca y Cipriano Rivas Cherif que se pondría por primera vez en escena en el Teatro Calderón de Madrid por la compañía de Encarnación López, “la Argentinita”.

Pero en 1938, el Gobierno de la República decidió enviarle a Moscú para que se ocupase de la formación artística de los cerca de tres mil niños que habían sido trasladados a la Unión Soviética tratando de evitar las secuelas físicas y psicológicas de los salvajes bombardeos aéreos que a diario perpetraban los contingentes nazis y fascistas sobre pueblos y ciudades de la España leal. Inicialmente, el cometido se concibió de manera temporal pero el desarrollo y final de la contienda bélica hizo que la interinidad se hiciera eterna.

La vida de Alberto no fue fácil durante la década posterior al final de la guerra. La Unión Soviética se abismó en la dramática, bárbara y sanguinaria Gran Guerra Patria, y tras la victoria sobre la Alemania nazi, el camarada Iosif Stalin y el Politburó del partido Comunista Soviético impusieron con mano y puño de hierro una corriente artística, el llamado Realismo socialista, con el propósito de expandir la conciencia de clase, el conocimiento de los problemas sociales y las vivencias cotidianas de las personas.

La creación innovadora y vanguardista en la que Alberto llevaba tiempo sumergido, pronto fue considerada como reaccionaria, al situar, supuestamente, al individuo muy por encima de la colectividad, y contraria a la ideología marxista netamente realista y propia de las “manifestaciones artísticas de la burguesía”. Empezaron a pintar bastos para el escultor de la estrella.

Y así siguieron las cosas hasta que el 5 de marzo de 1953 el “Padre de los pueblos” le dijo adiós a la vida en su Dacha de Kúntsevo. El lucero escultórico empezó a brillar tímidamente. Tres años después, en el gélido invierno moscovita, Rafael Alberti le dedicó un hermoso poema: “A ti, cal viva de Toledo, crudo/ montón de barro, arcangelón rugiente/ contra un viento, tórrido, inclemente/ Apocalipsis del horror, grecudo.

A ti, al que el Tajo en su correr agudo/ le arrojó el mejor canto de su frente/ y un pájaro de piedra transparente/ centró en el hueso mondo de tu escudo.

A ti, aunque cerca, pero tan lejano/ hoy de aquel frío infierno castellano, / de aquel en sombra sumergido ruedo/ vengo a decirte: A caminar, hermano. / Que pronto en la palma de tu mano/ con nueva luz se amasará Toledo”.

Cartel de la película Don QuijoteY en 1957, el vanguardista director de cine soviético Grigory Kozintsev, le propuso realizar los decorados de El Quijote, una película de gran presupuesto.

Y Alberto volvió a sus raíces neocubistas de aliento cezanniano, a las sutiles tonalidades de la tierra arcillosa de la comarca de la Sagra, y a los rojizos del alcaén que afloran al norte de Decorados de Alberto para Don Quijotela ciudad de Toledo (con los que por cierto bautizó a su único hijo, Alcaén Sánchez); a revivir sus esculturas estilizadas y líricas; al apocalipsis del horror grecudo. La estrella volvió a brillar y los decorados del Don Kijot de Kozintsev, se convirtieron en un apasionado retrato del alma española para la historia.

La película fue presentada de la Festival de Cannes de 1957 y en junio de 1966 se estrenó en el madrileño cine Palafox. Fue la primera cinta soviética cuya exhibición fue autorizada por la censura franquista. Hacía cuatro años que los restos de Alberto reposaban en el cementerio Vvedénskoye de Moscú, pero su estrella seguía y sigue centelleando.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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