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Fuencarraleras por Navidad

jueves 22 de diciembre de 2022, 08:22h

En el Madrid castizo y chipén, los residentes del Foro, aún siendo en su gran mayoría desertores del arado, siempre han tenido a bien el uso del retrechero menosprecio al campesino que arribaba a la Villa y Corte para malganarse la vida o asistir a los festejos capitalinos. A los que llegaban a fin de vender sus productos del campo o embutidos de matanza, en general varones con sus paveros de ala, sus sufridos trajes de pana y su buen refajo para la faca y los dineros, se les llamaba “isidros” por el aquel de que, en los días de celebración del santo labrador, se personaban en vistosa turbamulta. Su equivalente femenino eran las “fuencarraleras”, campesinas del pueblo de Fuencarral, sito a pocos kilómetros de Madrid, quienes casi a diario se introducían en la ciudad recorriendo la antigua carretera de Francia, hoy calle de Bravo Murillo, para entrar en el centro, sobretodo en la Plaza Mayor, la de Santo Domingo, la de la Red de San Luis y sus correspondientes aledaños. Fácilmente reconocibles por sus atuendos rurales, sus monteras de pelo de lejana raíz segoviana y sus estentóreos gritos anunciando la mercancía, básicamente pan, huevos, frutas y legumbres. Bastantes de ellas se instalaban en una de las escalas del recorrido, el barrio de Tetuán de las Victorias del entonces municipio de Chamartín de la Rosa. Allí ponían sus puestos, justo entre la cabecera de un rastrillo de lo que hoy es calle del Marqués de Viana y la plaza de toros, donde vivió su única tarde como diestro Antonio Rodríguez, “El Chepa de Quismondo” y el coso donde Manuel Laureano Rodríguez, “Manolete” debutó como novillero. Aquel enjambre de comestibles y vituallas pasó a llamarse Mercado de las Fuencarraleras.

Y allí estaban aquellas bravas, el 16 de diciembre de 1936, para atender en lo posible la exigua demanda de mujeres, niños y ancianos del barrio (los hombres, en su gran mayoría, hacía tiempo que habían sido movilizados hacía los distintos frentes), intentando proveerse de algo, por poco que fuera, con lo que poder celebrar la Navidad. Fue entonces cuando, por encima del griterío ferial empezó a imponerse el macabro rumor de una escuadrilla del ejército sublevado, formada por 31 bombarderos y 25 cazas que avanzaban sobre el cielo del norte. En el tétrico conjunto destacaban sobremanera los aviones que los madrileños motejaban como “pavas” o “tres viudas” por el vuelo en formación de triángulo que habitualmente realizaban los Junker 52 nazi-alemanes. Sorpresa, desconcierto y horror se abatieron sobre la muchedumbre inerme que inmediatamente corrió a buscar refugio en algún sitio. Algunos alcanzaron la estación de Tetuán de la línea 1 de Metro, cuyos andenes quedaron pronto atestados de familias, mientras que otros se intentaban guarecer en los establecimientos más próximos. Las bombas empezaron a caer y a sembrar espanto y muerte por doquier. Un grupo, consiguió cobijarse en un almacén que repartía el aceite racionado. La tienda, un barracón hecho de tablas, una vez prendida la mecha con el combustible oleaginoso, saltó al poco por los aires como si se tratara de un polvorín.

Aunque no tardó en aparecer un contingente republicano de 20 soviéticos Polikarpov I-15, los coloquialmente conocidos como “chatos”, que a duras penas lograron poner en fuga a los aviones “nacionales”. La devastación sobre el Mercado de las Fuencarraleras, los establecimientos y hogares aledaños resultó espantosa. En las primeras estimaciones se estimó que habían muerto medio centenar de vecinos, y que alrededor de tres centenares habían resultado heridos de distinta consideración. Buena parte de ellos, no tardarían en engrosar el listado letal.

Viñeta 'Sueño y mentira de Franco'

De aquel trágico suceso, ensayo general con todo de los posteriores y salvajes bombardeos de Jaén, el 1 de abril de 1937, y de Guernica, veinticinco días más tarde, dejaron memoria escrita los reporteros soviéticos Ilya Ehrenbrug y Mijail Koltsov, junto al periodista madrileño Eduardo Haro Tecglen, que visitó con su padre la zona devastada, mientras que la imagen se la debemos a varios fotógrafos como José Maria Casariego, Alfonso Sánchez, Santos Yubero, los hermanos Mayo, y Lluís Centelles, entre otros, y a los reporteros gráficos extranjeros Robert Capa, Gerda Taro, David Seymour o Walter Reuter. En cuanto a la mirada artística, seremos eternamente deudores de Pablo Ruiz Picasso, quien dedicó al suceso la viñeta 17 de los dos grabados titulados Sueño y mentira de Franco, que se expusieron junto al Guernica en la Exposición Internacional de Paris, celebrada entre mayo y junio de 1937, y los cuadros Madrid, Tetuán de las Victorias, de Jesús Molina García de Arias, y Bomba en Tetuán, de Santiago Pelegrín, que se instalaron en el Pabellón de la República Española de la misma muestra internacional.

'Madrid, Tetuán de las Victorias', de Jesús Molina García de Arias

Antonio Ortiz, historiador de larga trayectoria y actual presidente de la Casa Vecinal de Tetuán, lleva muchos años realizando una intensa labor de recuperación de la memoria del barrio de Tetuán durante la guerra civil, y entre sus propuestas hace tiempo que figura: “La creación en la calle Marqués de Viana, en las cercanías del antiguo Mercado de las Fuencarraleras, de un espacio conmemorativo y de recuerdo, en memoria de las víctimas del bombardeo del 16 de diciembre de 1936 y a TODOS los hombres y mujeres víctimas de la Guerra Civil y la represión franquista”.

'Bomba en Tetuán', de Santiago PelegrínSin embargo, la Junta de Distrito, ha aducido que no quedaba ya remanente presupuestario para llevar a cabo tal iniciativa. Los últimos fondos que restaban antes de agotar las consignaciones y partidas, se van a dedicar a colocar una placa en memoria de los represaliados en el centro de detención, vulgo “checa”, que la CNT instaló en el entonces cine Europa, hoy tienda de saneamientos Eugenio Pereda, sita en el número 160 de la calle Bravo Murillo. Un espacio mítico de Los Madriles, porque fue precisamente allí y poco antes, el 2 de febrero de 1936, donde José Antonio Primo de Rivera presidió el mitin durante el que se presentó el Cara al Sol, himno falangista que, según sus propias instrucciones, debería ser: “… una canción alegre, exenta de odio, pero a la vez de guerra y amor. Haremos una estrofa a la novia, después una alusión a la guardia eterna en las estrellas, y luego otra a la victoria y la paz”. Tarea que para el acto ya había sido completada por el propio José Antonio, junto a José María Alfaro, Agustín de Foxá, Dionisio Ridruejo, Pedro Mourlane Michelena, Jacinto Miquelarena, Rafael Sánchez Mazas y Luis de Urquijo y Landecho, II marqués de Bolarque.

Tras el final de la conflagración, los vencedores la convirtieron, junto a la Marcha Real y la Marcha de Oriamendi, en uno de los tres himnos oficiales franquistas.

Total, y para resumir, que son días estos, en el ochenta y seis aniversario de la catástrofe del Mercado de las Fuencarrealeras, para recordar las tristes y dramáticas navidades de aquellas mujeres, y, cómo no, para constatar que la Ley de Memoria Democrática, se puede leer, como todo, según sea el color del cristal con que se mire.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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