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¡Homínidos y humanos del mundo, uníos!

domingo 10 de octubre de 2021, 09:38h

De entres los miles de imágenes que pasan cada día ante nuestros ojos a través de los medios de comunicación, redes sociales e incluso vida real, seguramente pocas habrán impactado tanto y en tantísimos como la del cuidador André Bauma, sentado en el suelo y abrazado a la gorila Ndakasi, para acompañarla en el áspero tránsito entre la vida y la muerte.

Es la fotografía del episodio postrero de una historia de amor y amistad que empezó en junio de 2007 cuando André encontró a Ndakasi, de apenas dos meses de edad, temblorosa y aferrada al cuerpo inerte de su madre, abatida a tiros por cazadores furtivos.

Desde entonces, han vivido juntos en el centro Senkwekwe de recuperación de gorilas de montaña que se ubica en el Parque Nacional Virunga, situado en la frontera oriental de la República Democrática del Congo, el primero de los creados en África, en 1925, y que en 1979 fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

En aquel acto, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura unía dos categorías, Hominidad y Humanidad, extremadamente próximas y con límites enormemente difusos.

Hasta comienzos de 2012 los científicos estaban convencidos de que nuestro pariente filogenético más próximo era el chimpancé, con el que compartimos casi el 99% de la carga genética, pero al conseguir descifrar por completo el genoma del gorila, se descubrió que un 15% de sus secuencias genéticas son exactamente iguales.

La investigación dio lugar a un artículo científico de gran impacto, publicado por la revista Nature en marzo de ese mismo año, en el que se evidenciaba que una parte sustancial del genoma humano está más cerca del gorila que del chimpancé.

Dicho en otros términos, el trabajo confirmaba que dos tercios del genoma humano son más similares al chimpancé, pero el tercio restante parece estar más cercano al gorila.

Quizá eso explique en parte el por qué a Ndakasi le gustaba tanto posar en fotografías con su cuidador, como si fuera plenamente consciente de que se estaban haciendo un selfie.

Imágenes que fueron reproducidas y compartidas en redes millones y millones de veces, pero tanto y tan planetario entusiasmo, no ha servido para detener la carnicería inmisericorde de estos nuestros tan cercanos parientes, entre los que no es muy frecuente que se cite al bonobo, con el que, además de material genético, compartimos una curiosa afición.

Bastante lógico porque los gorilas alcanzaron el cénit de su éxito internacional con el trabajo de campo de la antropóloga Dian Fossey, y el fílmico en la interpretación de Sigourney Weaver, mientras que la chimpancé Chita, inseparable compañera de fortunios e infortunios de Tarzán, forma parte del acervo cultural de la humanidad. Entretanto, el bonobo, entre poco y nada, excepto una ilustración del gran artista José Antonio Alcácer.

De nombre científico Pan paniscus y coloquial chimpancé pigmeo, se trata de una de las dos especies de cuya línea común evolutiva se separó el hombre hace seis millones de años, mientras que del chimpancé común o Pan troglodytes empezó a distanciarse por distintas ramas hace solo un millón de años.

Con el bonobo, que ahora vive al sur del río Congo, al norte del río Kasai, y en las selvas húmedas de la República Democrática del Congo, compartimos cerca del 98% del ADN por lo que puede decirse que se trata de uno de nuestros parientes vivos más próximo, pero más allá de la simple genética, este primate se comunica mediante sonidos, se reconoce a sí mismo ante un espejo, y camina erguido una cuarta parte de su tiempo en sus desplazamientos sobre el suelo, adoptando una postura que le confiere una apariencia aún más humana que la del chimpancé común.

Además, los bonobos manifiestan una muy grande diferenciación de sus rostros, lo que les habilita para interactuar socialmente mediante el reconocimiento facial. Por otra parte, son capaces de manifestar altruismo, compasión, empatía, amabilidad, paciencia y sensibilidad. Por si les faltara algo más para aproximarse a lo “humano” son los únicos primates, y aquí viene lo de la común afición, que se dan besos con lengua, copulan cara a cara y practican el sexo oral.

Para los bonobos, como para nosotros los humanos, las relaciones sexuales representan un papel preponderante, ya que las utilizan como forma de saludo, como trueque de pago para conseguir comida o favores de distinto tipo, como medio para resolver conflictos o como forma y expresión de reconciliación tras los mismos.

Desgraciadamente, los bonobos, nuestros tan próximos parientes y con los que compartimos afición por el sexo oral, están en grave peligro de extinción, debido a la deforestación y pérdida progresiva de su hábitat natural, a la caza feroz a la que son sometidos para convertirlos en comida, y a la barbarie de guerras civiles que desde hace años han venido asolando la zona y que con toda probabilidad se mantendrán activas como consecuencia de la rebatiña por el coltán, una mezcla de columbita y tantalita que en los últimos años se ha convertido en un precioso recurso estratégico e imprescindible en la fabricación de componentes electrónicos avanzados.

Ahora, tras la muerte de la gorila Ndakasi y con su imagen viva en las retinas de millones de humanos, es primordial y pertinente escuchar con atención el elogio fúnebre de André, su cuidador: “… fue un privilegio apoyar y cuidar a una criatura tan cariñosa (…) Fue la dulce naturaleza y la inteligencia de Ndakasi lo que me ayudó a comprender la gran conexión entre los humanos y los grandes simios y por qué debemos hacer todo lo posible para protegerlos”.

Como en su día dijeran (más o menos) Friedrich y Karl Heinrich: “¡Hominidos y humanos, uníos!”. Amén.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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