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La colina de los poetas muertos

lunes 13 de marzo de 2023, 09:00h

Este fin de semana y un año más, hemos vuelto a deambular por los cerros y olivares de Morata de Tajuña, durante las jornadas, duodécimas ya, dedicadas a la Batalla del Jarama, uno de los más trascendentales acontecimientos bélicos de la llamada “guerra civil”, que se desarrolló entre el 6 y el 27 de febrero de 1937, poco menos de un año después del Golpe de Estado protagonizado por militares levantados en armas contra el gobierno legítimo de la nación.

No son pocos los historiadores que consideran a esta batalla el banderazo de salida para la Segunda Guerra Mundial, pues fue el escenario donde combatieron con saña soldados del ejército sublevado, junto a tropas alemanas, italianas e irlandesas, frente a militares leales a la República, milicianos españoles y voluntarios internacionales, fundamentalmente estudiantes y obreros de 54 países.

En aquel acometimiento y degollina, ambos bandos pusieron sobre el tapete una grandísima parte de su más potente material bélico, en una suerte de ensayo general con todo para la segunda gran guerra que se iniciaría algo más de un par de años después. De un lado, por ejemplo, los carros Panzer I alemanes, apoyados por piezas de obús de 155 mm., artillería antiaérea, unidades antitanque y zapadores, en eficaz combinación con los bombarderos Junkers-52/3m nazis y los cazas Fiat Cr.32, los “Chirris” mussolinianos; y de otro, los tanques ligeros soviéticos T-26, apoyados por su fuerza aérea compuesta por los Polikarpov, “Chato” y “Mosca” y el Tupolev “Katiuska”, junto al francés Dewoitime D.372.

Recreación viviente de la Batalla del JaramaEn aquellos veinte días de encarnizada lucha, se calcula que murieron entre seis mil y siete mil hombres pertenecientes a las tropas sublevadas, mientras que las bajas en el bando leal se estiman entre nueve mil y diez mil combatientes, de los cuales más de dos mil quinientos fueron brigadistas internacionales. A este contingente pertenecían los voluntarios integrados en el Batallón Británico al que este año se dedican las jornadas, con una marcha de ocho kilómetros por los parajes en los que actuó, sendas conferencias a cargo del historiador José María Oliveira Marco y del ensayista Manuel Neila Lumeras, y una recreación histórica del combate en el Cerro Pingarrón.

La mañana del 12 de febrero, junto a otros batallones de internacionalistas, los británicos iniciaron un duro enfrentamiento con las tropas de regulares comandadas por el general Eduardo Sáenz de Buruaga, que terminaron cercándoles en una colina donde la defensa se convirtió en numantina, debido, fundamentalmente, a que las ametralladoras alemanas de las que disponían se habían cargado con munición equivocada, lo que las convirtió en objetos inútiles. A pesar del infortunio, resistieron durante horas con viejos fusiles que les quemaban entre las manos y obsoletas ametralladoras Colt que terminaban encasquillándose. Al caer la noche, consiguieron deslizarse hasta una cañada de trashumancia, donde pasaron la noche envueltos en mantas para reanudar la lucha con el alba. El desastre fue épico. De los seiscientos integrantes iniciales del Batallón Británico, cuatrocientos cincuenta resultaron muertos o heridos de extrema gravedad. El alto pasó a llamarse la “Colina del suicidio”, aunque Antonio Ruda, la memoria que conmigo va, y yo mismo, hemos decidido rebautizarla como la “Colina de los poetas muertos”.

En aquel altozano dejó su vida el poeta irlandés Charles Donnely. Poco antes de ser abatido por el fuego enemigo de ametralladora, había parado un instante para recuperar fuerzas al abrigo de un grueso olivo. Un camarada canadiense recordaría después aquel momento: “… Charlie cogió un puñado de aceitunas de la tierra y las fue exprimiendo. En un respiro en el fuego de las ametralladoras, le oí decir: “Incluso las olivas sangran”. Al poco, estaba muerto”. Donnely nos dejó escritos numerosos y magníficos poemas, entre los que destaca La tolerancia de los cuervos, que empieza diciendo: “La muerte llega abundante desde problemas/ resueltos sobre el mapa, desde sabias disposiciones,/ desde ángulos de elevación y de tiro;/ llega inocente desde artilugios que los niños/ querrían usar y guardar bajo su almohada,/ e inocentemente empala cualquier cuerpo”, para concluir en estos versos: “Se detiene el avance del veneno en los nervios./ Colapso de la disciplina./ El cuerpo sólo espera la tolerancia de los cuervos”.

Monumento inicial de los caídos británicos en la Batalla del JaramaEs probable que en la memoria de los camaradas que le dieron tierra improvisada, permaneciera muy vivo el recuerdo de dos compatriotas, Fox y Cornford, que habían muerto en la Batalla de Lopera, Jaén, que se desarrolló entre los días 27 al 29 de diciembre de 1936.

Ralph Fox, poeta, historiador social y novelista británico formado en la Universidad de Oxford, perdió la vida a las once de la noche del primer día de combate. Entre sus pertenencias había una carta dirigida a su novia, que terminaba con estos versos: “Y si la muerte acaba con mi vida/ dentro de una fosa mal cavada/ acuérdate de toda nuestra dicha; / no olvides que yo te amaba”.

Por lo que se refiere a John Cornford, formado en el Trinity College y en la London School of Economics, cayó el 28 en las mismas tierras jiennenses y un día después de haber cumplido los veintiún años. Antes, en el frente de Aragón había escrito un poema que empezaba: “Libertad es palabra muy fácil de decir, / más los hechos son tercos. En España/ no habrá victoria para nuestra lucha/ hasta que los trabajadores del mundo entero/ estén a nuestro lado/ y juren que nuestros muertos no lucharon en balde”.

Actores participantes en la recreación de la Batalla del JaramaUno de los supervivientes de la Batalla del Jarama, fue el poeta escocés Alex McDade. Sucumbió unos meses después, el 6 de julio de 1937, en Villanueva de la Cañada, el primer día de la Batalla de Brunete. Había dejado escrita la letra de un himno universal Jarama Valley, a la que sus compañeros de armas pusieron la música de un clásico del folk estadounidense: Red River Valley. Decía algo así como: “Fue en España en el valle del Jarama/ lugar que nunca podré olvidar/ pues allí cayeron camaradas/ jóvenes que fueron a luchar. / Lejos ya de ese valle de lágrimas/ su recuerdo nadie borrará/ Y así antes de despedirnos/ recordemos quién murió allá”. La interpretaron, entre otros muchos, figuras míticas como Woody Gutrie y Pete Seger, y en nuestros oídos siguen sonando con nostalgia esas voces, aunque por encima de todas, la del primero, acompañado de su inseparable guitarra en la que rezaba el eslogan: “This machine kills fascists”.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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