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Que la vida no nos duela tanto a tantos

domingo 12 de febrero de 2023, 10:10h

En estos días, vemos, y a veces miramos, que no es lo mismo, en la tele o en el insta, como perora el diputado Íñigo Errejón desde la tribuna del Hemiciclo: "… somos un país roto por un dolor permanente y cotidiano que afecta a millones de personas. Once de ellas se suicidan cada día".

En general, el dato nos estremece, y no tanto por su valor objetivo o estadístico sino por la contundencia y dramatismo cuidadosamente medidos del diputado de Más País; pero para verificar nos vamos a los datos y constatamos que en España y en 2021 los casos de autoinmolación fueron 4.003 respecto a los 3.671 de 2019, lo que, según los expertos significa que el número de personas que se quitan la vida ha crecido en un 10% respecto al periodo previo a la pandemia de covid-19, y que esa progresión resulta especialmente alarmante en el tramo de edad de 10 a 14 años.

Por otra parte, 2022 apunta a cifras todavía aún más perturbadoras, aunque sólo disponemos de datos puntuales. El madrileño Hospital Universitario Infantil del Niño Jesús nos hace saber que la ideación autolítica y las tentativas frustradas de suicidio han aumentado un 106% respecto a años previos. Abundando en los hechos y hace unos días, mi admirado amigo Iván Carabaño, pediatra y profesor de la Universidad Complutense de Madrid, me escribe por WhatsApp: "… la chavalada anda pero que muy mal. En mi última guardia, entraron a lo largo del turno de tarde cinco intentos de suicidio, todas ellas chicas de entre 13 y 15 años, y un varón con ansiedad-agresividad. Lo de los adolescentes es un horror, Miguel Ángel".

En España el suicidio ha pasado de pronto a ser un asunto de máxima actualidad y, aunque comúnmente es percibido como algo indeseable y catastrófico, a lo largo de la historia no han faltado voces que lo defiendan como una alternativa plausible ante determinadas y muy concretas situaciones.

Por ejemplo, el mítico historiador y geógrafo griego Heródoto nos dejó dicho que: "Cuando la vida es muy pesada, la muerte se convierte para el hombre en un refugio codiciado". Casi en paráfrasis, el eminente polímata, escritor, pedagogo, filósofo, músico, botánico y naturalista ginebrino Jean-Jacques Rousseau escribió que: "… cuando la vida es un mal para uno y no es un bien para nadie, está permitido librarse de ella".

Por su parte, el profundo filósofo, novelista, dramaturgo y periodista franco-argelino Albert Camús, comenzaba su celebérrimo ensayo El Mito de Sísifo diciendo: "No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio, y ese es el suicidio".

Un siglo antes, el alemán Arthur Schopenhauer, máximo representante del pesimismo filosófico, había ido mucho más lejos y en su obra capital, El mundo como voluntad y representación, expresaba que: "Lejos de ser una negación de la voluntad, el suicidio es un fenómeno de la más fuerte afirmación de la voluntad. Pues la esencia de la negación es que no se detesta el sufrimiento, sino los goces de la vida. El suicida quiere la vida y sólo se halla descontento con las condiciones en las cuales se encuentra. Por eso, al destruir el fenómeno individual, no renuncia en modo alguno a la voluntad de vivir, sino tan sólo a la vida".

Como postrer y singular ejemplo, aunque cabrían muchísimos más, el poeta surrealista y dadaísta francés Jacques Rigaut, llegó a considerar que la consecución exitosa de matarse debía de ser la ocupación principal de su vida. Así, a los 20 años anunció públicamente que tal haría cumplidos los 30. Dicho y hecho. El 5 de noviembre de 1929, cuando le faltaba un mes para llegar a los 31, tras aderezar una cuidadosa puesta en escena, con almohadones que impidieran cualquier fallo de pulso o resolución y una regla para asegurarse la correcta trayectoria de la bala hasta el corazón, se disparó con su pistola.

Más allá de estos ejemplos entresacados de la obra de filósofos y artistas, y aunque es evidente que sobre el suicidio podrían opinar con algún fundamento forenses, psicólogos, psiquiatras, juristas o bomberos, lo cierto es que la sistematización conceptual más universal sobre el tema se la debemos al sociólogo francés Émile Durkheim, quien, junto a Karl Marx y Max Weber, es unánimemente considerado como una de las patas de la trébede sobre la que se asientan las ciencias sociales modernas.

Su estudio titulado El suicidio, a juicio del sociólogo, comunicador y estudioso gastronómico Lorenzo Díaz, es el ejemplo más notable del método que los sociólogos usan para: "… limitar su atención a grupos claramente definidos de hechos sociales para formular hipótesis específicas, empíricamente comprobables, acerca de aquellos", revela que existen tres categorías de suicidios: el egoísta: "… que resulta de la alienación del individuo respecto a su medio social"; el altruista, que se da en: "… sociedades rígidamente estructuradas que ponen por encima del individuo un código de deberes de sentido grupal, y hacen del sacrificio por el grupo una exigencia moral"; y, el que aquí nos interesa por encima de los anteriores, el suicidio anómico, que se produce cuando: "… un fallo o una dislocación de los valores sociales lleva a una desorientación individual y a un sentimiento de falta de significación de la vida".

Pues justamente en eso estamos.

En el Congreso Internacional de Gastronomía Saludable y Sostenible Gastronómix, celebrado en Zaragoza los días 1 y 2 del corriente mes, quien esto escribe, tras subrayar el dudoso honor de ser el país que en este momento lidera el consumo mundial de benzodizepinas, medicamentos psicotrópicos sintéticos altamente adictivos, venía a decir: "… tras la pandemia, con sus dramáticos duelos y perturbadores confinamientos y los problemas de suministros derivados de esta, magnificados por la evidencia de un mundo absolutamente globalizado; la guerra entre Rusia y la OTAN, que ha producido, produce y probablemente seguirá produciendo una profunda crisis energética y económica; y la cada vez más siniestra falta de horizontes laborales y vitales para la juventud, nos situamos ante un caldo de cultivo perfecto para la proliferación de las enfermedades mentales. Si a todo ello le añadimos la incapacidad manifiesta de la sanidad pública para acometer eficazmente los problemas de salud psicológica de los españoles, el panorama se tiñe de colores entre el gris panza burra y el negro hormiga".

Vuelvo a mirar y escuchar el discurso del diputado Errejón: "… somos un país roto por un dolor permanente y cotidiano que afecta a millones de personas (…) los antidepresivos a ansiolíticos no pueden seguir haciendo el trabajo que la política no hace; hay que poner ya todos los medios que hagan falta para que la vida no nos duela tanto a tantos; para que la salud mental sea un derecho de todos y no solo un privilegio para aquellos que se la puedan pagar".

Y con las mismas, una razón más por si alguna faltaba, me voy a la manifestación de Cibeles en defensa de la sanidad pública, que empieza a la hora del Ángelus y ya estoy tardando.

(El Ministerio de Sanidad promueve la Línea 024 de atención a la conducta suicida).

(Teléfono de la Esperanza. Disponible las 24 horas, todos los días de la semana. 717 003 717).

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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