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Tiempos de espetos y Alabado sea el Señor

Espetos de sardinas
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Espetos de sardinas
martes 08 de agosto de 2023, 14:33h

Con media España vacacionando, no serán pocos los que en estos tórridos días agosteños tengan el privilegio de gozar de los espetos típicos de las costas malagueña y granadina. El espeto, que en caso alguno hay que confundir con la espetada de los vecinos portugueses, más próxima en confección y orgaléptia al pincho moruno, consiste en la técnica de asar sardinas en una caña, cortada en mitad, longitudinalmente, de cómo medio metro de largo y afilada en uno de sus extremos, que se pone frente a una fuente de calor intenso. La cosa no es sencilla. Para empezar, la parte cóncava de la caña se pone hacia arriba y la punta se introduce en el lomo de cada sardina a la altura de la aleta dorsal, bordeando el esqueleto o espina del vertebrado acuático, cuidando muy mucho de no romperla y hacerla salir por el vientre del animalillo. Una vez colocada la fila de sardinas de aquesta guisa, se les añade sal gorda y la caña se clava sobre arena de playa a unos treinta centímetros de la fogata de leña, preferentemente de olivo. Hecho esto, hay que estar muy atento a que la dirección del viento vaya hacia las sardinas, ya que en caso contrario los pececillos acabarían achicharrados, ahumados y arenados. En tiempos pretéritos, la coquinaria labor se llevaba a cabo sobre un montículo o castillo de arena, pero al llegar el demandante turismo de masas, los espeteros, molidos sus lomos de tanto agacharse y levantarse, llegaron a la conclusión de que lo mejor y más cómodo era elevar una barca marinera con caballetes y llenarla de arena, para realizar la faena de manera que el espaldar se mantuviera siempre erguido. Así, en unos seis minutos, segundo arriba, segundo abajo, las sardinas están en sazón de asado y listas para que el comensal las disfrute cuanto le pluga.

La técnica se antoja compleja, pero sabemos por multitud de testimonios que era perfectamente dominada por las gentes pescadoras del país de los filisteos que hoy llamamos Palestina y que fue el espacio donde nació y vivió Jesús de Nazaret. Sabemos también que muchos de los que le seguían (lo de discípulos es invento y nominación muy posterior y ajena a los Evangelios) eran pescadores del mar de Galilea, también llamado lago Tiberíades, de Genesaret y de Kineret. Otrosí somos conocedores de que en este espacio existen dieciocho especies autóctonas de pescado y que más allá del famoso pez de san Pedro y de varios tipos de carpas, la más abundante es la sardina que se encuentra en grandes bancos y que actualmente aún se sigue faenando a toneladas. Con dos de aquellas sardinas y con cinco panes, que el evangelista Juan especifica eran de cebada, Jesús realizó el milagro con el que cinco mil personas fueron saciadas.

Pero a lo que de verdad queremos ir en este devaneo es a que, muy probablemente, lo único que comió nuestro Redentor tras su gloriosa resurrección fue precisamente un espeto de sardinas talmente igual al que ahora se embaúlan miles de agraciados visitantes en las costas malagueño-granadinas.

De la vuelta a la vida del Señor, tras tres días entre los muertos, fue testigo de excepción Maria Magdalena, así llamada por ser originaria de Magdala, enclave situado a las orillas del mar o lago antedicho y otrora afamado en todo el imperio romano por la calidad de los salazones de diversos pescados, pero sobretodo de sardinas que preparaban en la forma en la que los niños que hace años nos pasábamos el día haciendo recados en los ultramarinos, llamábamos sardinas de cuba, sardinas rancias, guardias civiles o arenques salados. Después de que el resucitado despachara a la Magdalena con un: "Noli me tangere", en general mal traducido como: "No me toques", cuando todo apunta a un: "No me retenga", Jesús se lanza a la faena de convencer al resto de seguidores de militancia más relevante. Y aquí empiezan las contradicciones, porque a pesar de que la vuelta a la vida del Maestro no es percibida como un renacimiento de sus funciones vitales, sino como algo metafísico (lo dice claramente Pablo de Tarso: "… se siembra un cuerpo natural; resucita un cuerpo espiritual"), en alguno de los episodios el Mesías se empeña en demostrar lo contrario.

Así en Lucas 24, 35-38, podemos leer que el maestro les dice a sus acólitos: "Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo", y a continuación, para disipar cualquier duda, pregunta: "¿Tenéis aquí algo de comer?", a lo que el evangelista añade que le ofrecieron un pez asado que comió con ellos. De que tal pez era una sardina asada al espeto clavado en un montecillo de guijarros (porque el galileo solo era mar de boquilla y en sus orillas no había arena, sino un pedregal), caben pocas dudas.

Pero ahí no quedan las concomitancias entre la peripecia terrena del hijo de Dios y la cocina española tradicional, sino que, apurando el odre hasta las heces, también parece claro que lo último que probó en vida fue la mismísima esencia de un primitivo gazpacho andaluz.

El episodio se relata en los Evangelios de Lucas y Juan, aunque su verdadero sentido ha sido frecuentemente tergiversado, explicándolo como una burla de los soldados romanos que deciden dar a beber vinagre empapado en una esponja al crucificado.

El protagonista de este momento místico, según tradiciones cristianomedievales, es el soldado romano Estefatón, quien frecuentemente aparece con su camarada Longinos, que perfora el costado de Jesús con una lanza; un personaje que aparece en el Evangelio apócrifo de Nicodemo o Hechos de Pilato, y que fue el primer romano que confesó la divinidad de Jesús y por ello es reconocido como mártir por la Iglesia Católica, la Armenia y la Ortodoxa Oriental. Para retomar el hilo de la cuestión, lo que Estefatón allega al crucificado es en realidad es una esponja empapada en posca, la bebida compuesta de agua, vinagre, ajo y yerbas aromáticas, que todos los legionarios romanos llevaban en su inseparable cantimplora. Un trago que para el Redentor debió suponer un gran alivio, y que no cabe duda de que es el meridiano antecedente del gazpacho andaluz.

El agua de la posca hidrata el organismo, el ajo actúa como potente vasodilatador, que relaja los músculos y aumenta el diámetro interno de los vasos sanguíneos, incrementado el flujo de sangre, lo que supondría un considerable lenitivo al martirizado, mientras que el vinagre, por su acidez, mejora sustancialmente la disponibilidad biológica del hierro, que el agonizante perdía a borbotones de sangre, al tiempo, y esto es lo sustancial, aporta una sensación de frescor al cerebro, que Jesús debió de agradecer, mientras, según nos dicen tanto Mateo como Marcos, murmuraba en arameo: "Elí, Elí, ¿lama sabactaní?"/ "Señor, Señor, ¿por qué me has abandonado?".

De forma y manera que parece conseguido el Quod erat demonstrandum, QED, de que lo que último que cató en vida el Divino Redentor y padre Jesús Nazareno fue un primigenio gazpacho andaluz, mientras que en su vuelta a la vida el bocado de referencia fue una sardina asada al espeto de raigambre malagueño-granadina.

Confiando en que esto no de más esperpénticas alas al neonacionalpopulismo de PP y Vox, dicho queda.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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