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Entre la impotencia y la incompetencia

Entre la impotencia y la incompetencia

miércoles 16 de mayo de 2012, 08:03h
         Cuando España entró en el euro, el Banco de España tuvo que delegar mucho del poder que tenía en favor del  Banco Central Europeo, que se convirtió en la máxima autoridad financiera y monetaria. Sin embargo, al Banco de España le quedó la labor, ingrata pero efectiva, de supervisar, regular y controlar la actividad económica de nuestro país. Había dejado de ser el cirujano que extirpa los tumores, pero seguía siendo el médico de guardia que avisa cuando se inicia la enfermedad.
 
         No es extraño, por tanto, que hayan llovido miles de   críticas contra el gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, que lleva en el cargo desde el mes de julio de 2006. El gobernador de nuestra máxima institución financiera no supo oponerse con firmeza a la visión exageradamente optimista que de la crisis tenía el presidente Zapatero. No alzó la voz cuando lo tenía que hacer, cedió más de la cuenta y se apuntó a la diplomacia del silencio, dejando que los ministros económicos se responsabilizaran plenamente de la tormenta que nos estaba cayendo encima.
 
         Cuando cambió el gobierno, Fernández Ordóñez continuó con esta misma forma de actuar. Si supervisó, lo hizo tarde, si reguló, lo hizo a remolque de los acontecimientos.  La debacle de nuestro sistema financiero le cogió de lleno, dio el visto bueno a fusiones que eran peligrosas, no constató que si una caja grande con problemas, absorbe a otras cajas más pequeñas con problemas, no se dividen los problemas, sino que se multiplican. 
 
         Controló tarde y mal, y no tardaron los mercados en darse cuenta. La prima de riesgo subía y subía, mientras el gobernador del Banco de España estaba pasando por alto contabilidades maquilladas de nuestras instituciones financieras más endeudadas. Y por ello le ha caído encima el desastre económico de las  cajas de ahorros que él no supo prevenir, o acaso no pudo remediar.
 
         Miguel Ángel Fernández Ordóñez no es, ni mucho menos, el único responsable. Sería injusto considerarlo el malo de la película, cuando hay otros numerosos candidatos a este ingrato papel.  
 
         Su mayor pecado ha sido el de omisión. El de no negarse cuando tenía que hacerlo, el de dar permiso cuando tenía que haber prohibido, el de no aceptar el papel de un Pepito Grillo que va señalando con el dedo los males del sistema, el de convertirse en un cómodo don Tancredo que se apunta al no sabe, no contesta.
 
         Al final de su mandato, y entre las numerosas críticas que está recibiendo de partidos políticos, sindicatos y organizaciones económicas, a Miguel Ángel Fernández Ordóñez, como resumen de su mandato, le han dejado a solas con una diabólica alternativa. O no pudo, o no quiso.  O la impotencia, o la incompetencia.
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