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La gran coalición alemana, un matrimonio de conveniencia con los días contados

lunes 14 de enero de 2008, 22:10h

Nació con el estigma de ser un matrimonio de conveniencia hace poco más de dos años ¿Recuerdan? La derecha y la izquierda gobernando juntas en Alemania. El mundo entero se echó las manos a la cabeza y dijo, “eso sólo es posible en un país civilizado”. Y sí, en el norte de Europa quizás sepan guardar mejor las formas (para empezar todo el mundo se habla de usted y mantiene las distancias) pero no son tanto más civilizados; y si algo tienen en común los políticos del mundo entero es que no les gusta compartir el poder.

Para muestra, un botón. Alemania tiene a las puertas tres comicios regionales, y los dos socios de la gran coalición, los cristianodemócratas de Angela Merkel (sin olvidar a su ala bávara de la CSU) y los socialdemócratas de Kurt Beck han desenfundado los sables, que comienzan a blandir peligrosamente. A medida que pisan el acelerador electoral (los länder de Hesse y Baja Sajonia acuden a las urnas a final de mes y en la ciudad-estado de Hamburgo lo harán en febrero), arremeten unos contra otros para perfilarse como una fuerza independiente y ganar electores.

Cuesta creer que Merkel, que el pasado mes de diciembre acusó a su socio de gobierno de haber dado un “peligroso giro hacia el socialismo”, que “tanto daño ha hecho a este país” (la primera mujer canciller de Alemania creció en la extinta RDA, habla por experiencia propia), se sentara un par de días después a presidir amablemente el consejo de ministros que comparten con igual número de carteras los dos grandes partidos de este país, CDU y SPD. Pero es que en el fondo todo el mundo sabe, que no están tan lejos los unos de los otros, y menos desde que se ven obligados a compartir el poder.

Para empezar, ambos partidos se arrogan el mismo espacio político, el centro. Ya lo hizo Gerhard Schröder en 1998, cuando todavía era candidato a la cancillería, siguiendo los pasos de su colega británico Tony Blair, dispuesto a abrir una “tercera vía” en Alemania. El pasado mes de diciembre, en el congreso de la CDU que aprobó el tercer programa de su historia, Merkel dijo tajantemente “nosotros somos el centro, y sólo nosotros”.

Esta canciller que poco tiene del glamour argentino de una Cristina Fernández, ha pasado sin embargo de ser una indeseada dentro de su propio partido -donde los barones regionales le hacían el vacío- a granjearse el respeto del mundo entero. Gracias a su papel en el escenario europeo e internacional que ha tenido oportunidad de ejercer durante la presidencia de turno de la UE y del G8. Merkel ha sabido hacer suyos temas como la ecología, convirtiéndose en abanderada de la lucha contra el cambio climático, y tan pronto rechaza la fijación de un salario mínimo en Alemania (donde no existe por ley más que para unos pocos sectores) como insta a los empresarios a cumplir con sus responsabilidades sociales o critica los sueldos e indemnizaciones astronómicas de los grandes ejecutivos. Lo dicho, un poco de todo y para todos.

Pero lo cierto es que fue su antecesor Schröder el que emprendió las reformas sociolaborales y el primero que metió la tijera en el sacrosanto estado de bienestar alemán, reformas de las que ha bebido Merkel. La vapuleada Agenda 2010 que tantos electores le costó al Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), ha sido la base sobre la que ha trabajado la gran coalición que surgió de las urnas a finales de 2005, cuando ambas fuerzas quedaron empatadas con una ligera ventaja para la formación de Angela Merkel. La constelación para los terceros partidos que siempre han ejercido de bisagra en Alemania fue tal que no quedó otra salida que la gran coalición.

Gracias a aquel matrimonio de conveniencia se aprobaron la reforma del sistema federal, la sanitaria, y el paro, la principal lacra del país estancado de los últimos años de Schröder, ha descendido en más de un millón de personas. Y es que las propuestas de ley se dirimen en el gabinete. Cuando llegan al Bundestag, ya han superado los obstáculos más importantes. Como las continuas concesiones que tienen que hacerse el ministro de Medio Ambiente, el socialdemócrata Sigmar Gabriel, y su colega de Economía, el conservador Michael Glos. No se pueden ver ni en pintura, y agregan algo de salero a las conferencias de prensa porque no escatiman ataques mordaces mutuos, eso sí, siempre guardando las formas.

Ahora bien, la marcha de uno de los animales políticos y arquitectos de la gran coalición, el que fuera vice-canciller Franz Müntefering, ha complicado esta constelación familiar. Le ha sucedido el ministro de Exteriores, Frank-Walter Steinmeier, que tiene sus propias aspiraciones políticas y podría ser –junto con el popular alcalde de Berlín Klaus Wowereit- uno de los aspirantes a la cancillería por los socialdemócratas. No se lleva especialmente bien con la canciller, y aunque ésta insiste en que no hay necesidad de convocar elecciones anticipadas, muchos se preguntan si Alemania va a vivir de aquí a las generales de 2009 en campaña electoral permanente.

Por el tono que gastan estos días Merkel, Roland Koch (primer ministro de Hesse, conocido por sus polémicas campañas y candidato a la reelección) o el mismo Beck, el líder de los socialdemócratas, cualquiera diría que sí. Pero es el socio minoritario de la gran coalición el que más desgaste ha sufrido en el poder. El partido de Willy Brandt atraviesa horas bajas y busca volver a sus raíces para recuperar parte de su electorado, que se ha refugiado en el Partido de la Izquierda que co-preside el exsocialdemócrata Oskar Lafontaine, o que sencillamente ha decidido no acudir a las urnas.

Otro de los efectos colaterales de la gran coalición ha sido el refuerzo de los extremos que se alejan del centro, tan mal vistos en Alemania por su doble lastre histórico, con dos dictaduras que digerir a sus espaldas. Aunque la gran coalición haya funcionado hasta ahora, la pregunta es ¿por cuánto tiempo más?

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