Es la expresión más escuchada en relación a lo que va a prohibir en esta ocasión: la bollería industrial en los colegios. El objetivo, la meta, no puede ser más loable y valiosa: evitar los altos índices de obesidad infantil que se están registrando, en camino a peligrosas tendencias que se pueden percibir en otras culturas del primer mundo con hábitos de este tipo. Hablamos, sí, de Estados Unidos. El problema no es que el Gobierno socialista quiera ahora prohibir la venta en los colegios de bollería, chucherías, snacks y refrescos, sino la acumulación de prohibiciones en sí misma.
Antes de la bollería fue el tabaco, fue el aire acondicionado a bajas temperaturas, el intento de hacer lo mismo con las hamburguesas grandes, el supuesto intento de ilegalizar los toros como está haciendo Cataluña, las restricciones crecientes para el consumo de alcohol... Todas son, en definitiva, prohibiciones que chocan con el espíritu liberal que, en teoría, predomina en esta sociedad posmoderna. Y claro, pese a las buenas intenciones, el PSOE está encontrando dificultad para defender ante la población todas estas normas restrictivas. Y es que otra de las preguntas que se hace la gente es si la educación paterna y la formación posterior del niño y del joven es lo que debe predominar, por encima de la imposición estatal. Los bollos no son otra cosa sino la guinda del pastel. Nunca mejor dicho.
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