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Escuelas de Teatro

Cristina Rota: "El circuito racional, emocional y expresivo constituye una unidad en el ser humano"

  • “No hay otra forma de aprendizaje que no pase por el error”
  • “Si el actor se queda pegado al personaje podría acabar neurotizándose”
  • “Me molestan profundamente la frivolidad y el esnobismo”

viernes 26 de julio de 2019, 09:34h
Rota, durante las clases de interpretación en la escuela que lleva su nombre
Rota, durante las clases de interpretación en la escuela que lleva su nombre (Foto: Marcos G.)
Le gusta más hablar de lo humano que de lo divino, de entrega que de humildad. Ama profundamente la sabiduría y cree que su mayor carencia es la de no haber sabido superar la culpa de estar viva. Y, aun a sabiendas de que se autoengaña, le habría gustado que sus hijos no hubieran seguido su camino y que se hubieran dedicado a la docencia, a la investigación, aunque también es cierto -nuestra interlocutora reflexiona en voz alta- que, "cuando eres minero, haces algo concreto y te pagan por ello, pero luego pueden echarte; cuando eres catedrático, puedes toparte con la imposibilidad de ejercer tu libertad de cátedra; cuando eres científico, lo mismo no puedes investigar porque te faltan los medios... Pero a mí me vieron siempre tan feliz con lo que hacía que era difícil que no siguieran también mi camino". Quien así habla es Cristina Rota, un nombre que se asocia ineludiblemente al de la Escuela de Interpretación que lleva su nombre.

Situada en el corazón del madrileño barrio de Lavapiés, en la calle Doctor Fourquet, la Escuela de Interpretación Cristina Rota fue fundada en 1978 por la actriz, directora, productora y profesora de Arte Dramático argentina que reside en España desde 1978, momento en el que tuvo que huir de su país por la persecución implacable de la dictadura del general Videla. Esa represión brutal y sanguinaria le costó la vida a su esposo, el también actor Diego Fernando Botto.

Hoy Cristina Rota sigue siendo profesora en el Centro de Nuevos Creadores, el proyecto que agrupa todos los estudios de la Escuela de Interpretación, al que están también directamente vinculados sus hijos María Botto, Juan Diego Botto y Nur Levi, también actores, que aseguran la continuidad de un proyecto docente de más de cuatro décadas por el que han pasado nombres reconocidísimos de nuestra escena, cine y televisión. Entre otros, Penélope Cruz, José Coronado, Roberto Álamo, Antonio de la Torre, Malena Alterio, Ernesto Alterio, Alfonso Basavé, Luis Bermejo, Guillermo Toledo, Patricia Vico, Raúl Arévalo, Pilar Castro, Marta Etura, Marta Hazas, Kira Miró, Nathalie Poza, Secun de la Rosa, Armando del Río, Alberto San Juan, Ana Torrent, Fernando Tejero, Goya Toledo, Melanie Olivares, Carmen Ruiz o María Hervás.

Accedemos al número 31 de la calle Doctor Fourquet a través de un largo pasillo de un viejo caserón que desemboca en un patio, rodeado por 13 comunidades de vecinos, que es el núcleo neurálgico del Centro de Nuevos Creadores y de la Sala Mirador, el espacio escénico que acoge no solo las muestras fin de curso de los alumnos de la Escuela de Interpretación, sino montajes comprometidos de decenas de compañías vinculadas, de una u otra forma, al proyecto de Cristina Rota. Acompañado por Cristina, subimos a un despacho situado sobre la Sala, que es en realidad el que le da nombre. Desde sus amplios ventanales se veía todo el barrio de Lavapiés. Allí, durante la Guerra Civil, se refugiaban docenas y docenas de hombres y mujeres republicanos. La actriz argentina no habría podido encontrar una ubicación más cargada de significado para su aventura docente, que dura ya la friolera de 40 años.

“La erótica del conocimiento”

Rota, durante las muestras de alumnos de junio pasado (Foto: Sala Mirador)

“Uno siempre tiene una experiencia personal que lo va marcando a lo largo de la vida -comienza diciéndonos Cristina-. Yo empecé en el mundo artístico siendo muy pequeña porque mis padres me indujeron a ello. En casa había muchos libros y discos, se hablaba mucho de arte, visitábamos museos e íbamos a la ópera al único teatro que había en La Plata, la ciudad en la que vivíamos. Allí mismo comencé a estudiar violín a los 8 años (mi padre había sido violinista), y un poco más adelante también piano… En casa casi se vivía en el arte y eso me hizo forjarme un mundo de fantasía. Seguí estudiando música hasta los 16 años, aunque lo que de verdad quería ser era bailarina. ¡Me encantaba la danza! Pero en esa época, la danza no estaba bien vista, y era considerado un mundo muy ambiguo como carrera, y me decidí a trabajar en el teatro. Aquel momento —mediados los 50 del siglo pasado— era un periodo de innovación educativa en Argentina. Yo estaba en el Liceo, estudiando bachillerato, y me acerqué al teatro universitario, después de hacernos unas pruebas, y entré. A partir de ahí, y tomando clases de los grandes maestros que se acercaban a La Plata desde Buenos Aires, y de los catedráticos de la universidad local, empecé a estudiar muy en serio Dramaturgia e Interpretación. Siempre he estado ligada a la formación académica del Teatro”.

Desde entonces, Rota comenzó a trabajar en escenarios y en la radio, haciendo obras de autores tanto clásicos (sobre todo Shakespeare) como contemporáneos. “Entré en la Compañía La Lechuza y no dejaba de implicarme en los otros ámbitos artísticos (música, danza). Luego vino la dictadura y eso nos obligó a todos a seguir clases prácticamente clandestinas. Así estudiamos Filosofía, Letras, Historia o Cine. Todo eso forjó en mí una especie de morbo por el conocimiento. Uno estaba en el teatro no por ser famoso, sino por la erótica del conocimiento. La meta era una utopía omnipotente, la búsqueda de la sabiduría...”.

Como Cristina, muchos actores argentinos de la época trabajaban frecuentemente en barrios periféricos, con población marginal, en todos aquellos espacios en donde importaba únicamente la gente, el público, y no la taquilla. A la joven artista, el Teatro se le aparecía entonces como “un medio que cumplía una clara función social”. Luego siguió estudiando cuando dio el salto a Buenos Aires y allí se adentró en los círculos de investigación y exploración teatrales (psicología social, dinámica grupal, etc.) del Teatro Independiente bonaerense, “de modo que siempre estuve ligada a la pedagogía teatral, pero todo se presentaba ante mí como una especie de juego. No tenía ninguna sensación de haberme puesto a estudiar una carrera. Incluso el título universitario nos importaba muy poco entonces, porque lo que hacía, teatro, es lo que amaba realmente”.

La verdadera dinámica de la actuación

Cristina Rota y Juan Diego Botto, durante los ensayos de la obra 'Entre tu deseo y el mío' (Foto: Antonio Heredia)

Mucho antes de lo que hubiera querido, y en las peores condiciones, inmediatamente después de perder a su marido, Cristina Rota tuvo que huir de su país para refugiarse en España: “Cuando vine aquí -evoca ahora, desde la perspectiva que dan los años-, lo primero que pensé fue en qué podría ser útil en este país. Tuve la suerte de conocer pronto a gente muy interesante (Fermín Cabal, Juan Margallo, gente muy vinculada al Lliure, Puigvert, Sanchis Sinisterra…). Gente que me ilusionó y que me hizo ver que aquí faltaba dignificar la profesión de actor: había carencias de formación y, socialmente, no había tampoco conciencia del significante de la profesión de actor. El actor es mucho más que el vehículo necesario para recitar un texto, es un significante para el resto de la sociedad. Si soy tenso, me guste o no, soy un significante de represión; si soy engolado al hablar y mi palabra está muerta, no estará dirigida al otro. Fui creando entonces una escuela en donde la palabra fuese la obra de arte que es, y que tuviera al otro como su destinatario. La palabra, el lenguaje, pueden modificar a la sociedad entera. Si el lenguaje no es perverso, no es contradictorio; si se ama la palabra, no como una palabra muerta, adquiere su verdadero sentido únicamente si veo al otro, si lo siento, si quiero modificar al otro. Esa es la verdadera dinámica de la actuación”.

“Me gusta adentrarme en el teatro desde la base, desde la misma necesidad del hombre por comunicarse. Precisamente por eso -añade Cristina- quise crear desde el principio una escuela que tuviese mucho movimiento, donde hubiera mucha conciencia corporal, para forjar un actor con una gran libertad expresiva, con una gran sensualidad, con un amor grande por el conocimiento… Todo arte es una estilización, pero eso no le quita la verdad de la dirección. No se trata de actuar por actuar, sino sabiendo lo que cuento. Y después de la palabra, el movimiento, la danza, vino el análisis de textos, el por qué cuentas una historia, en qué momento histórico y social se escribió, qué quiso decir el autor con ella. Tratar de ser lo más objetivo posible, dentro de nuestra subjetividad… Y no sólo estaba esto, sino que había que ayudar también al actor a ser el gestor de su trabajo, descubrirle que no hay que esperar a que le llamen. Por eso añadimos también a nuestro currículum el tema de la gestión teatral y la importancia de la creación de cooperativas en las que se pueda trabajar toda una ideología, en donde estén bien discriminados los roles, conocer muy bien tu identidad. Se trata de que el actor acabe conociéndose bien, que tenga muy clara su identidad, para que no llegue nunca a quedarse pegado a los personajes y que no acabe neurotizado”.

"Narcisismo casi generalizado"

Rota, rodeada de alumnos y profesores de la escuela en una de sus representaciones (Foto: Marcos G.)

Actores, directores, bailarines y gestores son los perfiles que, fundamentalmente, se forman en la Escuela de Interpretación. “De aquí —comenta la artista argentina— han salido ya cinco o seis compañías de danza”. Casi desde el principio de la Escuela los alumnos ya se van decantando por sus preferencias personales porque, ya en primer curso, hay asignaturas sobre Técnica de Interpretación y Danza. Pero es a partir del juego desde donde los alumnos van descubriendo sus inclinaciones artísticas más concretas: "Es todo un reaprendizaje sensorial. Se trata de actuar y jugar permanentemente. En los juegos se va induciendo que el cuerpo, la voz y el sentimiento (emoción, razón y expresión) constituyen una unidad en el ser humano. No se trata de llorar y ya está, o de gritar y ya está. Se trata de que tu cuerpo, tu mente, tus emociones, vayan unidas, al contrario de lo que se nos suele enseñar… Así el alumno se va dando cuenta de lo que tiene, que es lo importante. Uno puede soportar que le falte una mano pero, al mismo tiempo, debe conocer también a la perfección sus habilidades y no instalarse en la carencia”.

Y es precisamente ese momento, el de conocerse a sí mismo, el de tener conciencia de las posibilidades y las carencias propias, el más conflictivo para el actor, “porque todos creen que lo tienen todo. No es así, porque hoy el ser humano está cada vez más fragmentado y se ha instalado en un individualismo atroz. En los últimos 20 o 25 años la angustia se ha ido apoderando de todos por ese refugiarse en sí mismo, y esto ha derivado en un narcisismo casi generalizado. Hay que conocer, por un lado, la sociedad en la que se vive y, por otro, las herramientas con las que debes contar para gestionar y poder vencer esa fragmentación, que supone buscar solo el éxito, el dinero… Paradójicamente, cuanto más quieres tener, más miedo tienes, mientras que si amas el conocimiento, y generas tu propio trabajo, vas ganando confianza en ti mismo. Como actor, como artista, tú eres también un dinamizador social y puedes hacer muchas cosas sin necesidad de esperar la fama, el éxito”.

Suele ser ya en el tercer año de estudios cuando los alumnos toman verdadera conciencia del alcance de su futura profesión, y ese es el momento en el que aún hay que ayudarles con más intensidad para que confíen en que pueden crear. Dicho de otra forma, para que “en todo caso, huyan hacia adelante, nunca hacia atrás. Para eso yo creé La katarsis del tomatazo, una propuesta que lleva ya más de 20 años representándose, que parece una broma, pero que para los alumnos constituye un camino de contacto y de interacción con el público a través de una mínima unidad dramática que les sirve para adentrarse en la parodia, en la comedia, en la danza, el play back y la canción en directo… Se trataba de crear un espacio en donde no hubiera exigencia y planteado a través del juego, en donde hubiera la posibilidad de equivocarse y de descubrir que no hay otra forma de aprendizaje que no pase por el error. En matemáticas tienes que equivocarte muchas veces antes de encontrar la fórmula. Aquí incluso es peor, porque no hay fórmula; porque cada ser humano es un universo, con sus propias experiencias, su propia familia, sus vivencias concretas que tiene que aprender a gestionar”.

En la Escuela de Interpretación Cristina Rota, el primer año hay cuatro aulas con un máximo de 22 alumnos por cada una de ellas; en segundo hay tres aulas y, en tercero y cuarto año, generalmente, se suelen reducir a dos. En total, unos 200 alumnos por año, repartidos en los cuatro cursos de que consta el itinerario docente para cualquier alumno que busque graduarse en la Escuela. En los últimos cursos esos grupos son más reducidos —unos 14 alumnos por aula—, porque las prácticas son más intensas y los montajes van adquiriendo un carácter semiprofesional.

Rota, durante las clases de interpretación en su escuela (Foto: Marcos G.)

Según la maestra argentina, hay rasgos que diferencian claramente a sus alumnos: "Entre nuestros chicos y chicas hay menos narcisismo, menos hedonismo, y están muy comprometidos con la realidad. Todos salen con su ideología, su sensualidad, su identidad. Cuando los veo a posteriori, a través de reportajes o declaraciones en los medios, observo que todos buscan ser útiles socialmente, son menos individualistas, su mirada está siempre abierta al otro, tienen un discurso social muy claro y casi todos forman compañías”.

Para Cristina Rota, “todos nuestros alumnos escogen libremente este camino. Tienen claro el deseo y acuden a nuestra escuela con el ánimo de aprender y como fórmula para relacionarse con el medio profesional… No aceptamos a todos los alumnos que lo solicitan y, además, después del primer año, suele haber una criba (digamos natural), entre ellos, porque descubren aspectos que lo mismo no habían considerado cuando vieron en nuestra escuela solo el camino más corto para alcanzar la fama. Aquí hay que estudiar y trabajar mucho, porque al teatro o al cine hay que dedicarles la vida entera. Esta es una forma de vida, una filosofía de vida, una forma de estar analizando permanentemente la conducta humana …”. Inflexible ante cualquier duda al respecto, Cristina termina afirmando que “uno de mis defectos es que me molestan profundamente la frivolidad y el esnobismo”.

En el currículum no se descuidan las poéticas de autores clave en el pensamiento y en la dramaturgia universales e, incluso, se plantean lecturas profundas como las que han tenido —sin ir más lejos— los alumnos de tercer año en este curso pasado. Ni más ni menos que Los orígenes de la tragedia, de Friedrich Nietzsche… “Sí, hay mucha base teórica —nos comenta Cristina—, mucho análisis, construcción y deconstrucción de textos, análisis comparativos de textos (por ejemplo, Crimen y castigo de Dostoievski, y Ricardo III o El rey Lear, de Shakespeare; o la Yerma de Lorca y alguna obra de David Mamet…). Comparando se hace necesario recurrir a la historia, una vía imprescindible para entender la realidad social. En todo caso, para nosotros, lo académico siempre está al servicio de la práctica escénica, y no al revés”.

Antes, durante o después de su paso por la Escuela, los alumnos —sobre todo los de los últimos cursos— suelen terminar por acercarse a estudios universitarios de Filosofía, Psicología, Filología, Cine o Sociología, "estudios que, además de alimentar la mente y el espíritu, les van a aportar una metodología seria de trabajo y de pensamiento. Y eso al margen de que luego les importe o no el título a obtener. En todo caso, esta es una escuela de enseñanza no reglada, y los estudios universitarios no son una conditio sine qua non para entrar en ella. Hay gente extraordinaria, y de una intuición, inteligencia y comprensión de la sociedad en la que vivimos ejemplares, y que a lo mejor no han cursado estudios universitarios".

"La reflexión en común me alimenta mucho"

Rota interviene en los seminarios de interpretación intensivos de la escuela (Foto: Marcos G.)

En el caso de la propia Cristina, y sin haberse arrepentido nunca de haber tomado el camino del arte, es consciente de que su vida habría sido menos compleja "sin haber tenido que estudiar y leer tanto, sin preocuparme y angustiarme por el otro, por la juventud, por la sociedad, y por estar siempre al día... Supongo que si solo hubiera dirigido y hecho mis propias producciones, tendría muchísima menos complejidad en mi vida, y estaría mucho más descansada... Pero, como eso es imposible de saber, y me provoca mucho estrés y hasta angustia esto de verme atrapada por los mandatos sociales, recurro a la gente que sabe mucho más que yo (compañeros y compañeras que trabajan en los ámbitos antropológico, filosófico, sociológico o psicoanalítico, etc.). Por eso, en la Escuela suelo hacer ciclos para que todos podamos reflexionar en común, y eso me alimenta mucho. De otra forma, probablemente, yo me deprimiría".

Dice haber renunciado a muchas cosas a lo largo de su carrera, hasta el punto de haberse acostumbrado a ello, pero "tengo tanto que agradecer! Para empezar, que estoy viva, que mis hijos están vivos, que tuve la astucia y la inteligencia necesarias para poder sobrevivir... ¡Tengo tanta pérdida atrás! Las pérdidas de mis muy queridos familiares, amigos y compañeros en Argentina, las desapariciones, la muerte… que tengo que estar muy agradecida a la vida. Cuando pienso si me hubiera pasado esto y no aquello, si hubiera hecho lo uno y no lo otro, acaso sería más feliz… Solo me arrepiento de los errores en los que he implicado a otros. Quizás, como el Rey Lear, mi gran error fue el de la omnipotencia, porque cuando se es joven, uno no está preparado aún para saber cuántos obstáculos va a tener que sortear. Uno lo va aprendiendo poco a poco. Y mi gran intuición ha sido siempre haberme sabido rodear de buenos maestros, de gente que sabe mucho más que yo”.

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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