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Entrevista a Juan Pastor y Teresa Valentín Gamazo, padres de La Guindalera: "Los medios públicos para el teatro son tan precarios, que nos matamos por las migajas"

viernes 15 de julio de 2016, 10:23h
Entrevista a Juan Pastor y Teresa Valentín Gamazo, padres de La Guindalera: 'Los medios públicos para el teatro son tan precarios, que nos matamos por las migajas'
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La Guindalera, esa mítica sala alternativa del teatro madrileño echa el cierre el domingo, 17 de julio. Construida en el número 20 de la calle Martínez Izquierdo -una antigua ebanistería con un patio trasero- que ha venido funcionando durante los últimos 13 años en Madrid, ha sido, desde su constitución, una bombonera. Sus montajes han sido siempre garantía de calidad, de trabajo concienzudo y riguroso de punto de atracción de esas “grandes minorías”, como le gusta decir a Juan Pastor, actor, director y maestro de actores durante muchos años en la Real Escuela Superior de Arte Dramático (RESAD) de Madrid, y fundador de la sala, que quiso hacer de su proyecto familiar su razón profesional de existencia. Digo familiar porque La Guindalera no se entiende tampoco sin su esposa, Teresa Valentín Gamazo, gerente, ni sin su hija, María Pastor, actriz. En La Guindalera se ha hecho siempre un teatro riguroso y, después de cada función, el licor de guindas que la sala ofrece siempre al espectador, es la excusa para la reflexión natural y compartida de público y equipo artístico.

Siempre ha gozado del favor del público que, sistemáticamente, ha llenado en cada función las 70 butacas de la sala, pero la falta de ayuda ha obligado a la familia Pastor a echar el cierre hace solo unos días. El proyecto había sobrevivido hasta ahora, no por las subvenciones, sino gracias a dos trabajos de desarrollo de audiencias. Uno con la Comunidad de Madrid para centros escolares (Trasteatro) y otro para La Casa Encendida, la Obra Social de la antigua Caja Madrid.

Pero la realidad es tozuda y Juan y Teresa han dejado de conjugar los verbos en presente para referirse a La Guindalera, y-realidad obliga-, los han cambiado al tiempo pasado. Por el momento, es la sede de la compañía, que intentará llevar sus producciones a salas con mayor aforo, como hizo hace unos meses con su versión de ‘Tres hermanas’, de Chejov, en los teatros del Canal, donde llenaron durante las tres semanas de exhibición del montaje, las más de 300 butacas del recinto y el superávit les ha permitido alargar unos meses más la vida de Guindalera, con la sala abierta al público. Pero ahora ya no es posible prolongar más la agonía. Hemos querido hablar con el matrimonio artístico para conocer su presente y, sobre todo, el futuro de ese sueño llamado La Guindalera.

“Esto es como un pequeño hogar. Te tienes que ocupar desde reponer el papel en el baño, las cosas administrativas, recolocar un foco, el mantenimiento… Todo eso lo teníamos que hacer cotidianamente”, repara Juan en la utilización ya habitual del pasado del verbo, y de nuevo toma conciencia de una situación tan largamente esperada como temida… “Aunque la compañía se constituyó hace ahora 20 años, la sala se abrió hace 13”, “¡y veremos por cuánto tiempo podemos mantener la compañía!”, apostilla Teresa, y continúa diciendo que “cuando abrimos la sala ya teníamos un contrato con la Obra Social Cajamadrid y con la Comunidad de Madrid para el desarrollo de audiencias. Nos hicimos muy fuertes en ese campo porque éramos los únicos que hacíamos teatro para jóvenes, y esos contratos nos permitían mantener equipos estables durante unos meses, de octubre a mayo, con grandes proyectos (Bodas de sangre, Odio a Hamlet, Laberinto de amor), y no solo con nuestra pequeña sala. No estábamos locos porque con lo que ganábamos fuera, nos autofinanciábamos con ese trabajo, aunque no teníamos subvenciones”. Así estuvieron durante 10 años (2000 a 2010) en La Casa Encendida, y en un sinfín de institutos públicos de la Comunidad de Madrid (hasta 2011), “y con esos fondos nosotros podríamos programar aquí otras exquisiteces”.


Dignidad

Juan y Teresa siempre lucharon por dignificar la situación del actor, que ese pequeño equipo artístico pudiera contar con una nómina mensual digna: “trabajábamos por la mañana en esos proyectos -apunta Juan- para poder hacerlo por las tarde en los proyectos de la sala, en los montajes para público adulto, y estos eran una especie de escaparate público de lo que hacíamos”. Entonces, ni siquiera ese club de amigos de La Guindalera que tanto y tan bien cuidaba el matrimonio (el público habitual, el que contribuía a través del micromecenazgo, los espectadores que apadrinaban butacas, etc.) era suficiente para poder mantener el proyecto.

“La última producción, Tres hermanas, de Chejov, en los Teatros del Canal -apunta también Teresa- ha sido una experiencia maravillosa. Estuvimos allí durante tres semanas, a lleno diario, y con esos ingresos hemos podido pagar la producción -eran 11 actores- y además hemos podido aguantar unos meses más en la sala. Pero si ya no hay más programaciones fuera, ni hay apoyo de ningún tipo, ya no tenemos capacidad para aguantar más, porque no somos millonarios”.

Las señas de identidad del proyecto, basado en el rigor y la calidad, no ha querido ahora ser adulterado tampoco, cuando las cosas se han ido complicando: “Yo creo en las inmensas minorías en el teatro -asegura el exprofesor-. Eso no quiere decir que nosotros no hayamos abordado también montajes de comedias, pero siempre con un contenido. Yo no estoy a favor de las gracias tontas. Hemos desarrollado también nuestro sello propio que también incluye la comedia seria, bien hecha, pero no lo burdo, lo superficial. Así, el púbico que viene a la sala -como lo hace el que va al Almeida, al Circo del Sol, al Royal Shakespeare- sabe que se va a encontrar con una forma de hacer concreta y en un espacio físico donde se puede desarrollar. En España, el único ejemplo es el del Teatro Lliure y, en su día, podría haber sido también el TEI (Teatro Estable Independiente), pero aquello se frustró. En la Guindalera, el público sabe ya a priori qué tipo de teatro va a ver”.

El actor, centro del montaje

Para Juan Pastor, declarado enemigo de los efectos teatrales, el actor es siempre el centro del montaje, “el centro de la creación teatral y, sobre todo, me interesan los autores sólidos, que miran al ser humano ante el universo”. Y Teresa vuelve a apostillar en la idea de que “nosotros sabemos que hay suficiente público de este tipo dentro y fuera de Madrid -viene a vernos gente de toda España-. No nos quejamos de falta de público, no. El problema es que es inviable tener la sala abierta si quieres mantener una dignidad y pagar a los actores, con un aforo de 70 butacas. El convenio en salas pequeñas marca un mínimo de 70 euros por función y así solo podríamos hacer monólogos, pero no vamos estar haciendo monólogos toda la vida… o funciones con dos actores. Por eso, para terminar, hemos levantado un montaje con cuatro actrices, ‘Fuga mundi’...”.

La sala se ha quedado pequeña estas últimas semanas para poder acoger a todos los espectadores que no querían perderse esta pieza de Mar Gómez González, dirigida por el propio Juan Pastor e interpretada por María Pastor, Chusa Barbero, María Álvarez y Anaïs Bleda (http://www.diariocritico.com/teatro/fuga-mundi-critica). El montaje -cuidadísimo, por demás- puede ser representativo de toda una forma de hacer en La Guindalera, que los espectadores madrileños y de toda España han sabido disfrutar y reconocer. Esa legión de seguidores y adeptos, sin embargo, tendrán que contentarse, en el mejor de los casos, con seguir asistiendo a las producciones de la compañía que lleva el nombre de la sala.

“El problema -insiste Teresa- no es la falta de público; al contrario, cada día hay más, que está harto de la vulgaridad y la banalidad que nos rodea y acuden aquí porque La Guindalera es un sitio distinto. Hasta hace unos años se ponían de acuerdo el Ayuntamiento, la Comunidad de Madrid y el Ministerio de Cultura y aportaban pequeñas cantidades -estoy hablando de, a lo mejor, 10.000 o 15.000 euros cada uno- y ayudaban a sostener un proyecto. Ahora, sin embargo, no hay voluntad política de sostener ningún proyecto…”. Y Juan apostilla que “si, por lo menos, tuviéramos 100 butacas más en la sala, podríamos funcionar como empresa privada, sin ningún género de dudas”. Pero el matrimonio no ha podido conseguir préstamos para poder constituirse en fundación -una fórmula que también han barajado-, con la que creen que podían haber seguido abiertos, aunque no sin dificultades, pero falta el capital…

Verso suelto: la independencia tiene un precio

En su nota pública de despedida y cierre, Juan Pastor se autocalificaba de “verso suelto” en el mundo del teatro madrileño. Queremos detenernos un poco más en ello y al actor y director le parece que la cuestión es aún más profunda: “aparte del problema general de la educación, la sociedad española no demanda la existencia de producciones teatrales importantes, como lo hace la sociedad británica, francesa o alemana. En nuestro país, los medios son tan precarios, que nos matamos por las migajas. Entonces aparecen familias, o lobbies para intentar hacerse con ellas. Nosotros no pertenecemos a ninguno de ellos. Hemos mantenido nuestra independencia y eso, claro está, tiene un precio muy alto. Incluso instituciones como la CNTC (Compañía Nacional de Teatro Clásico), o el CDN (Centro Dramático Nacional) o el mismo Teatro Español, que nos conocen perfectamente, podrían haber solicitado nuestra colaboración para completar sus programaciones. Si nos hubiésemos doblegado un poquito, podríamos haber trabajado allí (Ernesto Caballero, por ejemplo, ha sido compañero mío en la RESAD durante muchos años…)”.

También Pastor arremete contra estos macroeventos como Fringe, Surge o Talent, que son solo un falso espejismo de la situación del teatro en Madrid: “Iniciativas como esas no solucionan los problemas reales del teatro”. Y Teresa apostilla afirmando que “hacen 50 espectáculos por 1000 o 1500 euros. Pero por esa cantidad, ¡quién va a hacer nada! Nosotros, este mismo montaje de ‘Fuga mundi’ lo podríamos haber puesto en Surge, pero ¿qué hacemos con 1500 euros? Son cuatro actrices y no da para pagar siquiera el vestuario… Hablan de apoyar a los emergentes, pero emergentes hay 4. Los demás son los muertos de hambre de toda la vida. Las migajas de los 1500 euros es como ponerse una venda en los ojos ¡Eso no crea nada, no favorece nada, eso es pan para hoy y hambre para mañana! Son solo cosas puntuales con una gran inversión en publicidad para la institución que lo organiza, que les sirve para decir en una rueda de prensa que Madrid es la capital de las artes escénicas… En cierta ocasión paré una asamblea, con este tema de fondo, y pregunté: ¿Ustedes han pensado si esta gente come? Parece que aquí no cuenta que esa gente sea o no sea profesional…”.

Burbuja y multiprogramación

Para Juan Pastor es evidente que ha habido una burbuja en torno a esta profesión. En los últimos años, se han creado docenas de escuelas de arte dramático montadas muchas veces por licenciados que no tenían trabajo o levantaban una pequeña escuela o abrían una pequeña sala. “Las autoridades parecen decirse ¡vamos a complacerlos a todos!”, afirma el maestro, y añade: “¡40 estrenos de espectáculos que no duran nada más que 3 días! ¡Todo sea por el autobombo!”. “Esa proliferación de proyectos es solo la consecuencia lógica de la desesperación del sector -enfatiza Pastor-. Hay actores que ya no cobran, que ni siquiera se les da de alta en la Seguridad Social”.

“Nosotros aquí pagamos 70 euros por función, como establece el convenio -apoya Teresa-, porque nuestro trabajo es muy digno, muy comprometido, y exige mucho esfuerzo previo porque los actores están previamente varios meses ensayando. El problema es que hay muchos otros sitios que pagan 15 o 20 euros, o, peor aún, ni uno solo”. Las salas de multiprogramación son las que más se benefician de esta situación porque “ellas acogen decenas de proyectos, a veces muy potentes, y cobran de todos ellos en las dos funciones semanales que tienen, y con la suma de todos ellos, ganan mucho dinero. Además, si no llevan público, las quitan (van al cincuenta por ciento), con lo que todas las compañías se esfuerzan cada día por llenar… A las salas no les importa si los actores están o no dados de alta en la Seguridad Social, pero no les importa que realmente las compañías paguen o no a sus actores. Y como todo el mundo está loco por salir a escena, lo admiten hasta sin cobrar”.

“Podríamos haber mantenido La Guindalera entrando en el juego de la multiprogramación -reafirma Juan-. Poniendo en escena 2, 3, 4 o 10 espectáculos diarios y llevándonos casi el 60 por ciento de la taquilla, pero nos negamos a ello. Primero, por dignidad, porque sería una contradicción con todo lo que nos hemos planteado y llevado a la práctica durante 13 años. Y, segundo, porque esa opción no permite el desarrollo de una compañía que tiene este espacio como su hábitat natural, el lugar donde vive”. Planteamos, entonces, a Pastor, si una actitud como la suya no tiene bastante de utopía, y el maestro no duda ni un instante en afirmar que “más que utópicos somos coherentes con lo que nosotros pensamos que debería ser esta profesión. Lo hacemos porque no podemos hacer otra cosa; es como el que es poeta, lo es porque hay algo en su naturaleza que le llama a serlo… Como nosotros no podemos hacer lo que sentimos, preferimos cerrar. Y con esto no pretendo que me pongan una medalla, o que me consideren un héroe. No es ningún mérito. Se trata simplemente de que hago lo que necesito hacer. Si no puedo hacerlo, pues cierro. ¿Dignidad? Posiblemente sí, posiblemente sea por pura dignidad”.

Licor de guindas

Además, incide ahora Teresa desde otra óptica, “los espectadores fieles que hemos hecho dejarían de venir a La Guindalera, a tomar nuestro licor de guindas, si le servimos un espectáculo cualquiera… Yo no me veo como una simple mesonera. Si limpio la sala, si trabajo de sol a sol, si limpio los baños, pongo el licor y hago de taquillera, lo hago encantada porque es algo en lo que creo, sea mío o de otra compañía. Pero si voy a tener que hacer concesiones estéticas, simplemente por mantener la supervivencia -tampoco así sería millonaria, no voy a ser Enrique Salaberría o Antonio Fuentes (a lo mejor así, me lo pensaba)- porque con esta sala es inviable. No nos compensa. Si es eso lo que tenemos que hacer, mejor nos vamos a tiempo. Consideramos que hemos hecho un trabajo muy digno, estamos muy satisfechos con ello, y con la dignidad alcanzada nos vamos muy contentos”.

Son muchos los nombres de la escena que han pasado por las manos del profesor Pastor, estando ya al frente de La Guindalera, y preguntamos al actor y director por el secreto de su intervención que él, sin embargo, cree muy simple: “Para crear una compañía estable necesitamos una base. El actor no se forma en unos días y menos aún si estamos buscando un estilo concreto porque, entonces, el director no tiene más remedio que convertirse en profesor. Si estuviéramos en Inglaterra, Rusia o Alemania, contaríamos con una base muy sólida porque el actor ruso que sale de una escuela está superformadísmo y sabe ya, más o menos, lo que quiere. En España lo único que cuenta es el gracejo personal, pero no hay una base sólida -a excepción del Lliure Teatre, que sí la tiene- y, por eso, no me queda más remedio que hacer de profesor de vez en cuando”. Acaso por eso mismo, y para poder pagar el alquiler de la sala, en septiembre, Juan Pastor volverá a su origen exclusivamente docente para ayudar a muchos actores a entender a Chejov, a pesar de que, cuando se jubiló como profesor en la RESAD, Pastor se prometió dejar definitivamente la enseñanza “porque estamos enviando al paro a una cantidad ingente de actores”.

Viejos propósitos

Pastor se ha formado durante muchos años como actor fuera de España y con los mejores profesores porque siempre se ha tomado muy en serio la profesión de intérprete, de actor, y ahora ha tenido que desdecirse de su antiguo propósito, por un fin más alto, como es el de mantener abierta la sala Guindalera, ahora como espacio estable para su compañía, y va a tener que seguir ofertando diversos cursos de interpretación. El propósito del matrimonio es seguir produciendo obras con un estilo propio que puedan representarse en diversas salas e, incluso, hacer gira con ellas por toda España. Por el momento, ‘Tres hermanas’ tiene ya tres “bolos” contratados, y eso que “no es fácil vender una producción con 11 actores en plantilla, y sin ser famosos, ¡porque no actúan en ninguna serie de televisión!”, insiste sarcástica Teresa, y añade que “el problema de los famosos no afecta solo a los teatros privados, sino que empieza a notarse ya también en los públicos, que ya han entrado en ese juego… El INAEM no necesita para nada a los famosos de la tele. Podría haber apostado por trabajos profundos porque tiene toda la cobertura del Estado detrás de los teatros que gestiona…”. Sin embargo, apostilla Juan, “ellos tiene que demostrar que también tienen público, que llenan las salas, y procuran evitar el riesgo de no llegar a conseguirlo”.

Cuando ha transcurrido ya un año desde el cambio, con la llegada de los “indignados” al poder municipal, el matrimonio tampoco se muestra muy esperanzado con el nuevo equipo que se ha puesto al frente del Ayuntamiento de Madrid: “Necesitan un año para enterarse y, luego, con toda su buena voluntad, -comenta Teresa-, aunque no han venido al teatro como espectadores, sí que sienten el cierre. Han venido para ver cómo nos pueden ayudar, pero con esa buena voluntad, no basta: tendríamos que resistir dos años para ajustarnos a los procedimientos administrativos internos de concesión de ayudas, y nosotros no podemos aguantar tanto tiempo. No se atreven a tomar decisiones…”. Y Juan añade, aún más contundente, que “las instituciones -incluso las nuevas-, no hacen ni el esfuerzo mínimo para buscar las soluciones. En el fondo está la educación. La población no demanda que haya espectáculos teatrales. La palabra “cultura” no se escucha en ningún discurso, ni de unos, ni de otros… Aquí lo que importa es el fútbol o los toros. El teatro está en la calle, en la pelea de los políticos, en la televisión. Ese es el gran problema, que tiene que ver con la educación. En Inglaterra, los niños, a los 6 años, ya saben quién es Shakespeare ¡y, sin embargo, aquí…!”.

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