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Jan Pastor, en la sede de La Guindalera
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Jan Pastor, en la sede de La Guindalera

La peor tragedia afecta al mítico Teatro La Guindalera, obligado a cerrar

> El gran Juan Pastor, que lo fundó y lo dirige, explica las razones

miércoles 29 de junio de 2016, 09:46h
La tragedia llega a la Guindalera. Y no como representación de una obra, no. Mucho peor: la durísima censura actual del sistema, que es la económica y sus restricciones, obliga a cerrar a este 'sancta sanctorum' del teatro, con tantos años de servicios a la Cultura. Madrid y España son hoy peores tras esta pésima noticia, que, al menos tien el envés de la dignidad. Porque su 'alma mater', su fundador Juan Pastor, no cede a planteamientos comerciales. Con la esperanza de que sólo sea un paréntesis, La Guindalera siempre estará en los corazones de la buena gente y ahí se mantendrá 'per omnia saecula saeculorum'. Nada ni nadie mejor que él para explicarlo en el siguiente texto.
El Teatro Guindalera nació como centro de creación teatral con la voluntad de ser un servicio público, un servicio público para la ciudad de Madrid, con un espacio físico para la creación y difusión de sus producciones. Durante estos trece años y en ese espacio concreto hemos intentado crear un estilo propio, con unas características específicas, que son el sello de nuestras producciones.

Como “verso suelto” que somos en la profesión, hemos buscado la independencia, la dignidad artística, técnica y laboral, así como el equilibrio entre lo que nos interesa a nosotros y a nuestra sociedad, entre la elección de textos sólidos y el deseo de renovación, además del entretenimiento y la búsqueda de temas que hablen de la condición humana y planteen nuevos interrogantes sobre el ser humano en el universo. Nos interesa fundamentalmente el actor como centro de la experiencia teatral y sus procesos creativos, al tiempo que nos alejamos del “efecto teatral”, en la búsqueda de la esencia del arte escénico. Buscamos la magia del juego sin estridencias circenses ni trucos escondidos bajo la manga. En nuestros montajes damos prioridad a la cercanía con el espectador, que siente la proximidad de las emociones desnudas de nuestros actores.

La sala, situada en el número 20 de la calle Martínez Izquierdo, fundamentalmente ha sido ese espacio físico que ha propiciado que el proyecto se desarrollara adecuadamente; un lugar donde poder elaborar y mostrar nuestra propia producción teatral, enriquecida con la aportación de otros espectáculos cercanos a nuestra forma de concebir el arte escénico. De esta forma, el Teatro Guindalera se ha convertido con los años en un espacio de culto con un público fiel, en un referente por la calidad artística y por su modelo de gestión independiente (se paga un precio muy alto por la independencia), en algo que, como servicio público muy localizable, sin los presupuestos de los teatros “oficiales”, enriquece a la sociedad a la que pertenecemos. Es también un lugar que, por sus características, propicia intimidad y cercanía –que se amplía con el licor de guindas que comparten espectadores y actores en al hall al final del espectáculo, como excusa para intercambiar comentarios sobre la obra, o en pequeños debates programados–.

Sin embargo, después de remontar muchas situaciones críticas -que nos llevaban durante varios años a un posible cierre-, nos vemos finalmente en la obligación, definitivamente, de cerrar la sala como centro de exhibición, por la única razón de una total imposibilidad económica para su mantenimiento.

Este Teatro se convierte así en un lugar donde únicamente se ensayarán nuestros espectáculos -que deberán exhibirse en otros teatros-, o se llevarán a cabo otros proyectos de investigación teatral. No podemos seguir manteniéndonos como sala de teatro con una programación estable. Es verdad que una posible solución para evitar el cierre sería la de renunciar al centro de creación para convertirnos en sala multiprogramación, programando incluso varios espectáculos diarios o exigiendo un porcentaje superior a las compañías. Pero, por razones que nos alejan de nuestros objetivos anteriormente expuestos o, simplemente, por dignidad profesional, nos negamos a ello. No buscamos la supervivencia a través de un servicio comercial.

Por tanto, después de muchos años buscando soluciones cada vez mas ingeniosas, llega el momento en el que en la balanza pesa más la desesperación del presente (el 21% del IVA es solo un matiz más) que la esperanza de un futuro mejor -en el que siempre habíamos creído-, especialmente porque llegamos a la conclusión de que nuestras administraciones no sólo son incapaces, sino queno tienen interés en proyectos como el nuestro.

Hay que añadir que las instituciones apenas ayudan a las salas de creación, pero se vuelcan con festivales que todo el mundo difunde y de los que se sienten muy orgullosos (FRINGE, TALENT, SURGE…), que no miran por la calidad de la programación ni por la profesionalidad o legalidad de las personas que participan. ¡Nadie premia ni destaca que los artistas estén contratados! La cuestión es ganar dinero o servir de imagen, y no crear un proyecto decalidad y un equipo de trabajo estable… Por otro lado, el teatro profesional tiene que ser cosa de profesionales con la estabilidad necesaria para su desarrollo profesional, y si no están al servicio de las necesidades del mercado, mejor.

Debemos agradecer a todos los ángeles que han desfilado por Guindalera, que han sido multitud, espectadores, colaboradores, artistas y, porqué no, a algún demonio que quiso hacernos daño -aprovechándose de nuestra ingenuidad-, pero que nos abrió los ojos un poco más a la realidad. Nos vamos con la alegría y satisfacción de haber sido fieles a nuestros postulados y con la tristeza de comprobar que el país no puede permitirse proyectos como el de GUINDALERA o, simplemente, no le interesan.

¡Ojo! Tenemos que cerrar la sala, ¡pero Guindalera seguirá dando que hablar en sus producciones! Seguimos con nuestro montaje de 'Tres hermanas', de Chéjov, que en octubre iniciará su gira, y en noviembre El año del pensamiento mágico estará programado en el Teatro de la Abadía.

Juan Pastor Millet
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