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Méritos varios pero no suficientes para ganar el prestigioso Trofeo del grupo Celtiberia de Soria al mejor bicorne del reciente aboo ferial. Tal y como ha decidido, por unanimidad de todos sus miembros, el jurado calificador de la XXXVII edición compuesto por David Cordero, Francisco González, Juan Carlos Valero, Adolfo Sainz y Juan José Hernández.
Después del descanso –para un alto porcentaje de abonados– de los rejones, regresa la lidia a pie con uno de los carteles, sobre el papel, más infumables de la feria. Esto se nota en que, aunque la empresa anuncia el “No hay billetes”, se ven caras nuevas en los tendidos pudiendo, los más afortunados, estirar las piernas, pues el abonado que no ha conseguido colocar su entrada ha optado por no asistir a la plaza. Y la tarde ha cumplido con las expectativas: soporífero espectáculo que deja al descubierto las miserias de la pantomima en que quieren convertir los taurinos la Fiesta de los toros; la búsqueda del animal noble, sin poder y sin dificultades que permita a los toreros “expresarse”. Cuando en esa búsqueda te pasas de nobleza, de endeblez y de falta de casta acontece lo que se ha vivido en Madrid esta tarde. Mal presentado el encierro del Parralejo, sin trapío para esta plaza, cuya falta de fuerza y poder convirtió el primer tercio en un vergonzoso simulacro con la connivencia de empresa, profesionales y, especialmente, equipo gubernativo, que es quien ha de velar por los derechos del que paga. Sólo se salvó el sexto con algo más de movilidad y transmisión en el último tercio al que, sin más criterio que la búsqueda del aplauso fácil del paisanaje, se llevó Tomás Rufo a terrenos del tendido 5 y al que recetó una vulgar faena trapacera y acelerada; una centrifugadora de muletazos. El resto de la tarde, un compendio de pegapasismo, vulgaridad y destoreo protagonizado por el veterano Miguel Ángel Perera, plúmbeo como su traje de torear, y los jóvenes Fernando Adrián, incapaz toda la tarde, y el ya mencionado Tomás Rufo. Los tres, a la vieja usanza, deberían copiar cien o doscientas veces en un cuaderno la frase: “No es lo mismo torear que pegar pases”. Un buen par de Fernando Sánchez al tercero y poco más que contar.
Morante, por fin, tras casi tres décadas de alternativa y con 45 de edad, logró el sueño que tanto tiempo llevaba persiguiendo: con esas sus armas que ningún colega alcanza. O sea, con su toreo mágico, excelso, inspirado, de cante hondo, del que se graba en el cuerpo y alma de los afortunados espectadores, el que estremece las fibras sensibles. Como en esta corrida de Beneficencia, que al acabar llevaba al gentío también toreando calle Alcalá arriba y abajo. Con ganas de contarlo a familiares, amigos e incluso enemigos: “Yo estuve allí en esa tarde histórica”. El de La Puebla anduvo tranquilo y relajado desde que se abrió de capote con su primero cascabeleando cuatro verónicas, un delantal, tres chicuelinas y la serpentina de remate. Todo lo anterior es tan cierto como que él está muy por encima del resto de los coletudos. También que, ¡ay! , su lote, como los demás, lo componía ese animal posmoderno, colaborador, obediente, justo de casta y fuerza, e incapaz de emocionar. O sea, ese animal que Juan Pedro Domecq padre del actúal definió como toro artista. No menos cierto es que la petición de oreja tras sus dos faenas era indiscutiblemente mayoritaria, mas otra cosa son los méritos. Porque la de ese su primer ‘artista’, rematada con un buen espadazo, era de auténtico peso. Más discutible, en cuanto a méritos se refiere, es la que le posibilitó descerrojar la soñada Puerta Grande.
| Samuel Navalón recibiendo de rodillas a su primer toro al salir de chiqueros. (Foto: Alfredo Arévalo. Plaza1) |
Tiene (de)mérito y mucho. Porque a todo hay quien gana, incluso para lo malo. Y es que los bureles del hierro de Conde de Mayalde tenían todos los defectos que ustedes, lectores, puedan imaginar. Todos. No sólo su desigual presencia tirando a mala, no sólo su mansedumbre. No sólo su falta de la más mínima casta. No sólo. Porque a tanto desafuero, unieron una flojera tal que a poco de aparecer por chiqueros, ya estaban casi muertos, y eso que la suerte (desgracia) de varas fue un simulacro. O sea, la antítesis de la Fiesta: en vez de poderle al toro, cuidarle ¿...? Realmente el festejo fue un simulacro, una pantomima, una zaragata. Cuestión que a El Fandi se la trae al fresco, porque apoyado por el todopoderoso Matilla, seguirá pegando mantazos otros 25 años. Quizás per omnia saecula saeculorum. De modo que los perjudicados fueron los que podían ser sus hijos biológicos, Ismael Martín, que confirmaba doctorado, y Samuel Navalón, que intentan abrirse paso en sus incipientes carreras. Ambos, al menos, mostraron decisión y ganas de triunfo, amén de un buen concepto que fue imposible aplicar en Las Ventas, convertida en una pasarela de inválidos.
| Fernando Robleño en su vuelta al ruedo en la tarde de su despedida. (Foto: Alfredo Arévalo. Plaza1) |
Un torero cabal y honrado, que se ha hecho un hueco en su profesión lidiando siempre corridas duras con dignidad y sabiduría, un excepional lidiador, Fernando Robleño, no tuvo el adiós que merecía. No por parte del público, cariñosísimo en esta su última tarde en Las Ventas, sino por el pésimo encierro de Adolfo Martín, que ni a él ni a sus sufridos compañeros de cartel, Antonio Ferrera y Manuel Escribano, les permitió la más mínima opción de lucimiento. Los bicornes otrora tantas tardes triunfadores en Madrid, algunos de los de este sábado de reatas y nombres gloriosos en este hierro -aunque por desgracia hay que remontarse, y mucho, a tiempos anteriores a la pandemia, son ahora auténticas infamias con astas, animales sin un ápice de bravura ni casta, además de blandos que rayan la invalidez. Y para la cuadratura del círculo, vicioso, claro, con un trapío, o falta de él muy lejos de las exigencias de la cátedra y catedral de la tauromaquia, de los que sacan los colores a cualquier ganadero. Al menos permitieron ínfimos detalles a la terna, entre ellos algunos buenos naturales que Robleño le robó a Aviador, el de su despedida y que junto a la entrega del cotarro en recuerdo a su honradísima trayectoria le valieron para recorrer el anillo entre restallantes ovaciones.
| Muletazo por bajo de Borja Jiménez al toro al que cortó una oreja. (Foto: Alfredo Arévalo. Plaza1) |
El triunfador de la pasada edición isidril, Borja Jiménez, mal colocado este año muy al final del ciclo, se reivindicó en la primera oportunidad con sus armas: disposición máxima, valor y, claro, lo más importante: toreo. Todo ello lo cascabeleó con percal y muleta en su lote, luciendo más en el primero con una faena de altos quilates pero con un feo espadazo en la rúbrica que dejó el premio en una oreja. Con un encierro muy colaborador de Jandilla con nobleza, calidad y la casta justa en tercero, cuarto y quinto, Castella se sintió motivado por el éxito del sevillano y mejoró mucho en ese cuarto en una de sus mejores actuaciones de las dos últimas campañas, lo que tampoco era muy difícil. ¿Manzanares, preguntan? Pues sigue de año sabático ajeno al compromiso profesional con el ‘pagano’ -léase público- y a la fiesta.
| Alejandro Peñaranda en un pase por bajo a su segundo toro. (Foto: Alfredo Arévalo. Plaza1) |
La tarde había embarrancado en una continua lluvia, más bien tormenta, de horrorosas suertes (léase desgracias) con percal y pañosa. A punto del harakiri colectivo (léase deseando que acabase el suplicio), y en esto llegó Alejandro (Peñaranda), con el último de la función y, al menos, apuntó algo de ortodoxia, no mucha, pero por aquello del tuerto en el país de los ciegos hasta llegó a interesar y hasta le valió para una vuelta al ruedo que ojalá le sirva de ago. Ese último animal, el único con trapío (aplaudido de salida), ‘Navajero’ de nombre (con razón, porque lucía dos impresionantes navajas albaceteñas, por cierto la tierra, y la Escuela, en la que este conquense se ha formado) no era diferente a su hermanos en catadura: muy mansos, blandos, ajenos de codicia pero con cierta fijeza y movilidad sin clase. Y el coletudo, que confirmaba doctorado, lo aprovechó a medias. Lo que no lograron Manuel Escribano y Joselito Adame, quienes emborracharon de trapazos a los de su lote.
| Gómez del Pilar comenzó su faena al quinto, premiada con una oreja, doblándose por bajo. (Foto: Alfredo Arevalo. Plaza1) |
La auténtica Fiesta de los toros, no la adulterada que nos venden los taurinos profesionales que la manejan y manipulan, lució este martes de nuevo en La Monumental. Y lo hizo merced a los bureles que nos trajo un ganadero a la antigua usanza, José Escolar, siempre fiel a sus principios de buscar el toro auténtico. El que vende cara su vida y pide a los coletudos el carnet de valor y conocimiento. No siempre lo consigue el bueno de Escolar, claro, tampoco esta tarde en los seis que trajo a la feria, mas cuando algunos de sus animales son protagonistas por estar adornados con la casta verdadera, es un gozo para los espectadores, no tanto para sus antagonistas, salvo los que aúnan esos redaños y ese saber no exento de sabor. Como, por ejemplo, Gómez del Pilar, único de la terna, que completaban Esaú Fernández y Miguel de Pablo, que estuvo a la altura de las exigencias de su lote, sobre todo de 'Calentito', su segundo, al que cortó una oreja de mucho peso. De verdad de verdad de la buena. Y olé.
| Muletazo de Tomás Rufo durante la faena al último toro de la corrida. (Foto: Alfredo Arévalo Plaza1) |
Es lo que tiene el toro moderno y el torero moderno, salvo honrosísimas y escasísimas excepciones. Que, al menos en Madrid, no sólo disgustan al minoritario sector exigente, sino que también muchas tardes, como la de este domingo, aburren a los seráficos espectadores. Y es que con un encierro sin trapío, ni fuerza, ni bravura, ni casta, ni ‘na’ de ‘na’ -pésima condición de la que únicamente escapó el último, sin ser tampoco maravilla-, es difícil concitar la atención del cotarro. Y, claro, es muy fácil aumentar el sopor de la ya de por sí altísima temperatura de este estío adelantado, si, para mayor inri, sus matadores, con labores de gran vulgaridad, por supuesto moderna, los muelen -a los toros, no confundir- a pases y pases y pases sin un ápice de torería. Cual se sufrió ayer en Las Ventas con los de El Parralejo y la terna de Miguel Ángel Perera, Fernando Adrián y Tomás Rufo
| El novillero dando la vuelta al ruedo, la única en toda la tarde, tras matar al quinto. (Foto: Plaza1) |
El gesto, que no la gesta como cantan taurinos y adláteres -en esta segunda categoría dejo a los lectores que pongan a quien quieran- de Marco Pérez con una encerrona en solitario que nadie, menos taurinos y adláteres, había pedido se saldó muy por debajo de lo que taurinos y adláteres habían previsto y no sólo en la estadística de trofeos: ¡ninguno! El chaval mostró su decisión, su oficio, su entrega, su valor, sí, pero de toreo muy poquito siendo generosos. O no le vinieron las musas o es que no las tiene porque salvo algunos detalles de su variedad capotera, y con la pañosa, también con alguna suerte de cierta ortodoxia, nunca de arte, anduvo vulgar sin casi nada para recordar en sus seis labores. Todo ello frente a novillos de dos divisas comerciales como las de la factoría Fuente Ymbro y de El Freixo, propiedad de El Juli, indignos de Las Ventas. Quizás el quinto, y siendo también muy generoso, puede salvarse, y, desde luego muy lejos de los que les echan al resto de novilleros, sin tanta fama y publicidad. Pura forma de actuar de taurinos y adláteres.
| Roca Rey muletea a su primer enemigo de este jueves en Las Ventas. (Foto: Alfredo Arévalo. Plaza1) |
La mayoritaria marabunta que siempre responde al indubitable tirón taquillero de Roca Rey salió feliz de la otrora plaza exigente que fue la Monumental venteña. Porque su ídolo Roca Rey, tras el petardo de la semana anterior, ahora había cortado una oreja, tras fuerte petición, a su segundo burel. Poco importó que fuera con la antítesis de lo que debe ser el toreo, porque el peruano ofreció cantidades industriales de todo lo contrario: cogiendo la muleta por un extremo casi siempre, ventajista, con la suerte descargada, sin ligazón y, además, plena de vulgaridad, sin un ápice de calidad. Otra echó en su esportón el toricantano Rafa Serna en el último en una labor conjunta de clasicismo, entrega y valor con buenos momentos artísticos. ¿Urdiales?: bien, gracias. O sea, mal: escaso de ilusión y de ese otrora coletudo adalid del clasicismo. La terna lidió un encierro noble hasta la saciedad, justo de trapío, fuerza y ayuno de casta de El Torero.
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